Un(a) niño(a) de tercera cultura (TCK / 3CK) o niño(a) trans-cultural es "una persona que, como menor de edad, pasó un período extenso viviendo entre una o mas culturas distintas a las suyas, así incorporando elementos de aquellas a su propia cultura de nacimiento, formando una tercera cultura."

CLICK HERE TO READ BLOG ENTRIES IN ENGLISH <<<>>> CLIQUEZ ICI POUR LIRE LE BLOGUE EN FRANÇAIS

domingo, 26 de junio de 2011

El Otoño En El Lycée Claudel

Estaba comenzando a tomar estructura mi vida en Gillespie intentando crear un refugio emocional donde pudiera ser feliz. Mis padres me dieron por primera vez la libertad de decorar como quisiera mi habitación, sea con posters, fotos o cualquier cosa que me diera gusto siguiendo las normas gubernamentales de la casa. Ya no me hacían falta mis juguetes los cuales donamos en Chile. Ahora disponía de más espacio para organizar mi ropa, mis zapatos y hallar un lugar dedicado para mis GI Joe. Estos no eran de ninguna manera juguetes. Eran réplicas de combatientes apropiados para asistir en el desarrollo antes de entrar a la adolescencia. De ninguna manera un motivo para generar cualquier tipo de vergüenza. También distribuí mis cosas para hacer algo de espacio para mi radio - la música siempre ha sido un componente especial enriqueciendo mi vida - siempre sintonizándome a KOOL FM 93.9. En ese momento conocí el mundo de la música popular comercializada y seguía esta emisora a menudo. Esta nueva casa empezaba a parecer el hogar que necesitaba pero aún faltaba un desafio más el cual no existía forma alguna de evitar: un nuevo colegio.

El Lycée Claudel en Old Riverside Drive, Ottawa

La escuela donde nos inscribieron mis padres a Brian y a mí se conformaba a las normas del currículum francés, conservando cierta estabilidad en nuestra carrera como estudiantes, llamada Lycée Claudel. La misión que me propuse a mi mismo era sobrevivir el primer día dentro del campo de batalla. No me interesaba ni ser la super estrella de la popularidad ni quería llamar la atención de los demás. Ese primer día fue brutal. Esos nudos de nervios y viento que se me habían formado en Santiago antes de empezar el colegio por primera vez volvieron con una furia implacable. La dirección del colegio, me mandó al sótano del edificio a una sala oscura donde se encontraba un sinnúmero de alumnos. Entre ellos se podían distinguir columnas en las que mostraban listas de nombres, indicando al lector su clase y sus compañeros. Al encontrar mi grupo, surgió una necesidad de apartarme del resto de los chicos hasta que alguien apareciera para llevarnos al salón de clase. Jamás en mi vida había yo demostrado semejante timidez. ¿Qué le sucedió a ese William quién no temía conversar con cualquier persona sin importar las consecuencias? Lo único que pasaba por mi mirada eran muchos niños de mi edad charlando como amigos de toda la vida, contribuyendo a sentirme incapaz de presentarme para lograr alguna integración. Me aparté como para intentar de hacerme invisible pensando que todos mis nuevos compañeros ya se conocían de años atrás. ¿Cómo competir contra toda esa ventaja?

Las primeras semanas fueron muy solitarias en este nuevo colegio. No podía dejar de pensar en los amigos que tuve que dejar, deseando que con tan sólo abrir y cerrar los ojos, fuera transportado de vuelta a mis días adorados en Santiago. Independientemente, sin importar el grado de mala suerte que tiene uno, siempre hay una tendencia para que algo cambie para que sea mejor. En el sistema del lycée, los alumnos cambian todos juntos de una clase a otra. Los alumnos eran todos los mismos y conforme cambiábamos de salón, cambiábamos de materia. Gracias a estas circunstancias, empecé tímidamente a conversar con mis vecinos de pupitre y como se suceder a esta edad, una vez que enganchas en una relación con alguien, se te abren las puertas para conocer a los demás. Tomó tiempo ver el fruto de mis labores pero lo logré. Mis amigos quienes me acompañaron durante todo ese tiempo fueron: Adriano Damnjanovic, Cédric Cocaud, Jean-Philippe Cormier, Marc-André La Haye, Olivier Kacou, Philippe Boyce-Lyon y Philippe-André Bonneau. A parte de nuestro tiempo compartido en el estudio, lo cual era obligatorio, nos juntábamos todos a comer en la misma mesa de la cafetería a diario. Ahí intercambiábamos opiniones en asuntos de importancia tales como nuestros maestros, las fiestas y el deporte. Este último tema era un mundo desconocido para mí. El fútbol (o soccer como se le conoce normalmente en el Canadá y los EE.UU.) no formaba parte de un aspecto importante para la mayoría de los chicos. Me encontraba en una situación complicada pero decidí comprometerme a estudiar ese nuevo mundo como si fuera tarea con una temática social. Ahora debía entender algo del hockey (más allá de la preciada historia The Hockey Sweater) y la NBA. Los deportes que quedaban se consideraban interesantes pero no merecían mucho tiempo para comentarlos.

Después de nuestras charlas del medio día, nuestra hora de recreo también incluía un componente para combatir el estrés. Antes de que la nieve invadiera el campo de juego, nos poníamos todos a imitar a los grandes del fútbol americano (deporte que requiere poco dominio del balón con el pié, lo cual hace que el nombre del deporte sea un enigma). Mientras alguien proporcionaba una pelota, cualquiera que quería unirse a nuestro partido era bienvenido. Jamás había jugado este deporte en mi vida, entonces el reglamento fue algo que tuve que descubrir a lo largo de nuestros partidos. Todos mis nuevos amigos, incluyendo Adriano que era serbio-italiano, se negaban a creer que no conociera las reglas. Yo era un fenómeno para la parte donde debíamos patear el balón, algo que para los que conocen este otro deporte es muy limitado. La otra parte que consiste en correr y afrontar al contrincante empezaron a explicarse por sí solos con el paso del tiempo. Había algo gratificante de sentirse corriendo en el aire frío, con los pulmones trabajando como locomotora al intentar de ganarle al otro equipo por fuerza física para obtener el codiciado tanto y sumar más puntos que el otro. En el invierno, jugábamos con gran frecuencia en las montañas formadas por la nieve que se acumulaban al limpiar el estacionamiento del colegio,  un juego llamado El Rey de La Montaña. Se creaban unas tremendas rivalidades entre niños de todas las edades con el propósito de ser la promoción que se adueñaba de la montaña antes de que la campana sonara indicando el fin del recreo. Pienso que durante nuestra hora de recreo representaba más esfuerzo que los cursos de educación física.

Mis compañeros durante una foto de la clase

Mientras fue pasando el tiempo, todos estos chicos se convirtieron en un gran motivo para poderme sentir en casa y su amistad me ayudó a incorporarme como un canadiense más. Me di cuenta que en el pasado había pensado que era canadiense pero no podía en esos momentos relacionarme con nadie que no fuera expatriado. Algunos lo fueron, por ejemplo Olivier quien era hijo de un diplomático de la Costa de Marfil y la madre de Adriano trabajaba como funcionaria en la Embajada de Italia. Muchos de los otros, a esa edad, no lograban entender que un canadiense podía vivir varios años en el extranjero y aún ser canadiense. De igual modo, me dieron mucho más de lo que pudieran imaginarse el gran regalo de su amistad. Gracias a nuestra amistad, siempre recuerdo Ottawa con mucho cariño y cada vez que paso por Claudel sonrio. Estos grandes amigos me hicieron sentir parte del grupo, sobretodo porque era muy importante para mí sentirme así de vuelta en casa. Siempre pienso que estos recuerdos significan mucho más para mi que el tiempo que estuve en la vida de ellos. Los tres años que pasé en ese colegio fueron únicamente un fragmento minúsculo en sus vidas, sobretodo cuando el tiempo tiene un concepto diferente cuando uno está creciendo. Cuando empecé en Claudel era El Chileno, pero después fui uno más del grupo.

domingo, 19 de junio de 2011

Canadá - Dulce Hogar Ontario

Llegó el doloroso día de nuestra salida de Santiago. Nuestros efectos personales ya lucían una vestimenta en forma de cajas de cartón y se dirigían a Ottawa para reunirse con nosotros en un futuro cercano. El salir de Chile significaba dejar atrás mis amigos, mi colegio y todos aquellos elementos de una vida normal. Las circunstancias me estaban separando de una ciudad con la que me había profundamente encariñado. Mientras esperaba en la sala de abordaje junto con mi familia, miraba mis alrededores, la gente, el paisaje, intentando memorizar todo fotográficamente pues eran mis últimos momentos en mi país adoptivo. En ningún momento acaparó mis pensamientos el volver a Ottawa ni el nuevo proceso de adaptación. Pero la hora de embarcar tomaba más importancia, creando un gran vacío, como si estuviese dejando el amor de mi vida. Rezaba con todo fervor deseando que el vuelo se cancelara mientras cumplía una condena interminable junto al avión que me desafiaba al mirarlo por la ventana de la terminal. No tenía ningún poder a mi alcance para cambiar este destino como escrito sobre una piedra. Una vez que abordamos el ave de acero, éste obedeció las instrucciones de su piloto, alejándonos del bastión santiaguino. Era el adiós que no quería darle a mi pueblo. No podía evitar observar por la ventanilla ver como Santiago desaparecía mientras el avión escalaba hacía el cielo, con la cordillera tristemente despidiéndose. Lo único que me restaba eran los recuerdos de mis últimos tres años convenciéndome de conservarlos eternamente.

Una nave de Canadian Airlines en el Aeropuerto Internacional Pearson, Toronto, Canadá

Nuestra nueva saga en Ontario empezó durante un verano maravilloso. El segundo verano en 1992 para nosotros. El puerto de entrada fue el mismo de siempre, el Aeropuerto Internacional Pearson junto con el rutinario proceso de aduana e inmigración. Los oficiales fueron lo suficientemente amables recordándonos en una manera transigente - en cada oportunidad que se les presentaba - que no gozábamos más de los privilegios diplomáticos al entrar en esta jurisdicción. Estos comentarios no me afectaron personalmente pues predominaba la emoción de reunirnos con el Capítulo de Toronto de nuestro Clan Bickford. Nuevamente fuimos convidados a la casa de mi Tio John y mi Tia Amy en Etobicoke,  muy cercana al aeropuerto. Esa semejante bienvenida con la que nos recibían a cada vez, alivió mis preocupaciones con respecto a la vuelta al Canadá. Siempre consideré mi Tío John como mi padre canadiense y mi tía Ama como mi madre canadiense pues eran siempre las primeras personas conocidas que veía a cada vez que llegábamos en territorio canadiense. Este sentimiento de cariño especial es exactamente el mismo que sentí por mi Tata Annie y mi Tontón Fernando por lado de mi familia materna, dos personas increíblemente importantes para mi y tendré el placer de presentárselos en un futuro no muy distante. En cuanto al hogar de mis tíos en Toronto, existía un elemento muy particular que contribuía a sentirme en casa que puede parecer extraño. Al entrar a la casa, el olfato era mi primer sentido que respondía, inhalando un aire refrescantemente limpio que detectaba desde el cruzar por la puerta. Si existiera un olor a limpio sería idéntico a la casa de ellos. 

Nuestra estadía ahí no fue una repleta de actividades pero fue totalmente entretenida. Pasamos un tiempo en la sala mejorando nuestro repertorio de bromas y escuchando historias de mi padre y su hermano habiendo vivido en el Este de Canadá. Mientras escuchaba los detalles de estas anécdotas, sentí un paralelo en relación a mi vida pues ellos nacieron en el Reino Unido e inmigraron al Canadá cuando eran muy chicos. Se mudaron de pueblo a pueblo y después de algunos años, todo lugar les brindó recuerdos especiales. Estoy seguro que esos cambios de vida, sobretodo en aquellos tiempos, se hacia con un cierto grado de dificultad pero ninguno con retos socio-políticos como los que me tocaron vivir. Los pueblos y ciudades en Inglaterra podían parecer aislados el uno del otro pero no tenían ese aspecto ni ninguna comparación a las distancias que existen en el Canadá. Una vez que una persona ha vivido lo suficiente en este país, una distancia de 500 km es como un paseo por el parque. Además, nuestro hermano imperial posee una red de transporte impresionante debido a la densidad de su población, algo totalmente irrelevante con respecto a nuestra enorme tundra. Ellos tienen trenes mientras que nosotros tenemos VIA Rail. No es el método de transporte más envidiado del mundo civilizado pues existen mejores servicios en otros países. La mayoría de nosotros nos  desplazamos de un punto A hacia un punto B usando el invento favorito de Henry Ford, un tema que me permite abordar la introducción de nuestro punto clave en la agenda de nuestro regreso triunfante: el nuevo automóvil. 

El principal objetivo de esta visita para mi padre era comprar un auto nuevo para salir de la gran ciudad por la autopista 401 Oriente. Hicimos una extenso recorrido de concesionarios de coches por Etobicoke buscando una van o camioneta. Yo prefería la idea de una van, sobre todo alguna de las más grandes, por ejemplo la Aerostar. En cuanto a la camioneta, según mi concepto de los automóviles, era un error de diseño alarmante de los fabricantes. En mi capacidad como pasajero, la Aerostar me daba la impresión de estar cómodamente sentado en un salón movible. Pude confirmar lo anteriormente mencionado cuando mi padre hizo una prueba de manejo. ¡Pero que criatura tan poderosa! Mi padre comentó a lo largo de la manejada que sentía como si estuviese detrás del volante de un camión. Me entusiasmé tanto por la Aerostar que seguramente inundé mi pobre padre de comentarios a favor de la compra, obviamente sin pensar en el precio. Después de todo, qué podría yo entender de gastos cuando jamás tuve que comprar nada en mi vida. Veía que una van tenía un valor diferente para mí que para mi papá. El vendedor logró que mentalmente yo comprara el auto, pero no tenía ningún poder de compra. Mi padre no estaba para nada convencido, preocupado también si habría suficiente espacio en el garaje en Ottawa para meter semejante monstruo de vehículo. Nuevamente, como niño, ¿qué me importaba si este auto cabía en el garaje? ¡Era una Aerostar! El consuelo de mi padre lo encontró al entrar en la sala de exposición de Islington Chrysler. Este fue el Plymouth Voyager SE 1992. Por dentro, lo decepcionante para mi era que no tenía ningún parecido a una sala de conferencia. El hecho de poder quitar los asientos traseros y su apariencia futurística del vehículo fueron suficientes para convencer a mi padre. Poco después, lo perdimos de vista al perderse en un mundo de papeleo referente a la adquisición de nuestro nuevo acompañante mientras esperábamos, viendo el momento de salir del local en nuestro nuevo Voyager celeste. No me imaginaba que debíamos esperar para la entrega de la van. Aunque estuve parcialmente de acuerdo con el buen negocio de mi padre, no se comparaba con el Aerostar.

La muy futurística Plymouth Voyager 1992

El viaje de estreno de nuestra Plymouth Voyager fue hacia Kingston, Amherstview, para ser más preciso. Ahora nos preparábamos para una invasión a gran escala de la casa de Grandad, la que duraría un par de semanas, en las que íbamos a causar un caos. Bueno, realmente pasamos la mayoría del tiempo viendo películas, jugando e yendo a la misa dominical. William "Bill" Bickford (mi Grandad) era una estrella/superheroe en Amherstview: un sensei de Aikido durante los días hábiles y  los fines de semana  ministro de la United Church of Canada. En alguna ocasión nos utlizó a Brian y a mí para hacer demostraciones de sus trucos de artes marciales, lo cual le fascinaba. Desde que nos dejó Granny, creo que dedicó más tiempo a sus actividades que le permitían pasar más tiempo fuera de casa, pero igual así, tenía su casa equipada para entretener a sus nietos. Brian y yo descubrimos en ese momento un nuevo mundo de televisión por vía satélite y juegos de computadora, especialmente cuando nos dejaron mis padres con ellos, cuando fueron por el día a Ottawa. Debían encontrarse con el agente inmobiliario para firmar documentos legales para tomar posesión de la casa lo más pronto posible. Entre más pronto podíamos obtener las llaves de la casa, podíamos empezar nuestra nueva vida. Una nueva etapa en Ottawa, una ciudad que ya no recordaba después de Venezuela y Chile. Sólo habíamos vuelto a la gran capital durante uno de nuestros viajes cuando mis padres buscar una casa nueva. En ese momento, fue cuando decidieron comprar la casa de Gillespie. Ninguno de nosotros había vivido en esa casa pero logramos construir un increíble hogar ahí. Mis padres optaron por esa compra en Hunt Club, un barrio en el sur de Ottawa, para que Brian y yo pudiéramos identificar ese barrio como el nuestro.

domingo, 12 de junio de 2011

Recordando Dos Grandes Personas

Los abuelos son quizás las personas más valiosas en la vida de los niños. Los chicos no pueden esperar el momento en que los podrán ver y la espera de esta reunión puede parecer interminable. El hecho de tan sólo tenerlos cerca o abrazarlos es un comportamiento natural y lograr captar su atención a cada segundo es el objetivo número uno. El tiempo vuela cuando estás en su compañía y si uno no se detiene por un momento, ese instante terminará sin darse uno cuenta. Esto no fue de ninguna manera una excepción con mis abuelos paternos (mejor conocidos en mi pequeño mundo como Granny y Grandad) quienes veíamos muy poco durante el transcurso del año. Mi abuela materna quien ya era viuda, Mémé, tal como mencioné en una publicación anterior, era la única persona de la familia que nos había visitado durante nuestras misiones en el extranjero. Cuando el calendario marcaba diciembre, empezaba yo a contar los días para volver al Canadá para ver a la familia, principalmente Granny y Grandad.

Granny y Grandad en un viaje a Inglaterra en los años 80.

Después de nuestra gira por la Polinesia, continuamos nuestro peregrinaje hacia el norte congelado sin saber lo que nos esperaba al volver a Santiago. El final del verano en el hemisfério llegaba a su fin, dejando el paso a un otoño fresco lleno de sentimientos confundidos. La culminación de febrero significaba el retorno a los estudios, remplazando las tareas mi tiempo libre que tanto apreciaba. El único consuelo de abandonar ese gran lujo era encontrarme una vez más con mis amigos, esperando que el nuevo año escolar me recibiera con cursos repletos de temática interesante. También anticipaba con mucha emoción mi cumpleaños, el 2 de marzo, siendo dos semanas después de la campanada del inicio del colegio. Una gran parte del entusiasmo en cuanto a mi día especial era que caía en fin de semana pero el día antes de esta fecha, mi mundo fue violentamente sacudido por una nueva tragedia. Mi Granny había sido hospitalizada debido a un ataque cardiaco y no logró encontrar fuerzas para permanecer en el mundo que compartíamos, entrando al descanso eterno el mismo día de mi cumpleaños. Aún recuerdo como me sentía en aquel momento, como si un gran vacío se apoderaba de mi corazón. Perdí una gran persona quien me dejó recuerdos especiales, como su encanto con los historias de Huck Finn y los deliciosos postres que eran porciones gigantescas. Este golpe fue duro de soportar, sobretodo no estando cerca de mi abuelo para abrazarlo y consolarlo encontrándose solo, sin ningún familiar viviendo cerca de él. Además, debido a que acabábamos de volver de las vacaciones, entonces no teníamos posibilidades económicas para poder ir al funeral de Granny. Las enorme distancia entre el norte y el sur se volvió aún más exponencial. No podíamos ni hacerle el tributo respectivo a Granny ni despedirnos de ella.

No sé cómo ocurrió la próxima serie de eventos, pero sin lugar a duda, una gran parte que influyó fue una decisión originada por mi Dad. La muerte de su madre contribuyó a fomentar una relación intercontinental entre mi padre y el suyo, convenciéndolo de que debía tomar unos días para enfrentar el hueco enorme que dejó la partida de Granny en nuestras vidas. Nosotros en Santiago hicimos nuestro duelo de lejos debido a la distancia, así es que se podía entender la relación especial entre padre e hijo. La buena noticia dentro de la mala fue que Grandad se animó a venir al polo sur. Brian y yo lógicamente quedamos sorprendidos de la buena nueva, íbamos a tener nuestro abuelo todo para nosotros sin importar el hecho de haber vuelto al colegio. Después del cáncer de Maman, nuestros toques de queda en Venezuela y otros desafíos que enfrentamos a lo largo de nuestras misiones, gozábamos de una gran experiencia al encontrar apoyo familiar y fuerza en nuestra unión. Se nos presentaba ahora una oportunidad excelente para reunir nuestra fuerza colectiva para ayudar a Grandad viendo lo positivo y la magia de la familia. Una vez que me enteré de que venía mi abuelo, empezó nuevamente el juego de la espera, rezando para que el dia llegara pronto para ir a recibirlo al aeropuerto. Quería que todos mis amigos supiesen que él llegaba y deseaba que todos lo pudiesen conocer. Estoy convencido de que estaba pensando organizar un desfile militar con mis GI Joe para su bienvenida. Mis padres por otra parte estaban seguramente planeando actividades entretenidas y paseos de los que no se podía perder durante su estadía.

El día tan esperado por fin llegó. Grandad llegó. Los cuatro estábamos presentes en el aeropuerto, esperando ansiosamente reunirnos con él y hacer de cada segundo de su visita un momento inolvidable. La acogida como de familia real con la que solíamos recibir a mi Mémé, ahora fue compartida con Grandad con el fin de consentirlo. Fue fantástico llegar a casa después del colegio y verlo. También lo llevamos a nuestro pequeño paraíso de Reñaca donde pareció quedar encantado con el Océano Pacífico. Comimos en los restaurantes que nos gustaban, paseamos por el muelle y hasta la marina chilena desfiló una cantidad de barcos de guerra por la costa, seguramente en preparación de un ejercicio naval. El recuerdo más especial que tengo de esta visita fue el de visita por la tarde en que compartimos los cinco juntos. Brian y yo decidimos cambiar el silencio a favor de una noche de espectáculo. ¡Qué suerte para Grandad! A principios de los 90, la canción Black or White de Michael Jackson dominaba el mundo de la música, junto con sus habilidades pertinentes al reconocido baile, Moonwalk. Brian nos preparó colocando el cassette en el estereo seguido por nuestra carrera para tomar nuestros puestos en el escenario. ¡Qué empiece el show! Yo realicé una rutina de lip-synch de categoría mundial vestido en mi camiseta deportiva de la Maratón Terry Fox con una hoja de maple enorme, mis pantalones gris de correr  y el toque farandulero de lentes de sol oscuros. Brian lucía su vestimenta deportiva favorita de un color negro eclipsado por su gran directorio de baile. ¡Footloose tenía todo que envidiarle! Existe un video en alguna parte de los archivos de mi familia con todo el contenido del espectáculo que me encantará compartirlo con ustedes por medio de este blog antes de que se quede enterrado en el olvido del pasado. Para concluir, el éxito del duo Bickford fue tal que nos volvimos estrellas internacionales cuando mi Grandad regresó al Canadá y mostró el video a mi familia. ¡Qué gran honor! En aquel momento pude relacionar el paso a la fama de los Jackson 5.

Con mi Grandad en Valparaiso, Chile

Una vez que nos encontramos con la partida de Grandad hacia el Canadá, me di cuenta de mi nueva realidad, como solomente ella lo sabe hacer. De ahora en adelante, cada vez que volveré a ver a Grandad, Granny no estaría más a su lado. Por cierto, hasta la última vez que fui a su casa en Amherstview - para los que no conocen este lugar, es un suburbio de Kingston, Ontario - jamás me acostumbré a que no estuviese presente. No había ni una tumba, ni una cripta en un mausoleo donde podía descansar en paz. Mi abuelo dispersó las cenizas por el jardín de su casa, quizás con la idea de que siempre estaba cerca acompañándolo. Cuando se vendió la casa de mi abuelo a principios de los años 2000, sentí como si hubiesen vendido también a Granny junto con ella. Mi Pépé (mi abuelo materno) murió cuando tenía yo un poco más de 3 años y ahora mi Granny a los 11 años. Es imposible decor en este momento que cuando era chico entendía que esto era un proceso natural en la vida y que a todos nos llega esa hora del “Ultimo adiós”. Realmente, no fue así si no todo lo contrario. Sinceramente sentía que me habían arrebatado oportunidades de estar con mi gente muy especial. En el caso de Pépé, me apena que no recuerde casi nada de él. Quizás fue por la edad, el hecho de que no vivíamos cerca, o todo el trabajo que requiere adaptarse a cambios extremos desde una temprana edad. De cualquier manera, adapté mi forma de pensar a lo largo de la vida conforme a estos eventos trágicos convencido de la importancia en recordar todo lo bueno de la gente que ya no esté con nosotros físicamente. El recordar sirve para conservarlos siempre con nosotros para que nos acompañen por los caminos de la vida. Me gusta pensar que cuando logro mis éxitos más grandes, es gracias a ellos en cierta forma, por sus pensamientos positivos, pues son nuestro equipo de ángeles de la guarda.

domingo, 5 de junio de 2011

Como Ser Un Canadiense

Cuando regresamos a Chile después de nuestras vacaciones de fin de año, nos aproximábamos al sexto aniversario de nuestra partida de Ottawa. El concepto del tiempo para los niños es completamente distinto al de los adultos. Bajo la perspectiva de un niño, Canadá permanecía en mi memoria como una vida pasada. Mi hermano y yo, nos habíamos convertido en chilenos después de los dos años y medio que vivimos en Chile.  Nuestro proceso de adaptación se logró de una forma tan perfecta, que compartíamos los mismos pasatiempos, gustos culinarios, modismos y preocupaciones socio-políticas de nuestros paisanos. Ya habíamos dejado de ser los extranjeros canadienses llegados de Venezuela. Mis padres estaban orgullosos de este resultado y lo a gusto que estábamos con todos los aspectos de nuestras vidas en tránsito. Sin embargo, compartían el temor de nuestra salida del país a mediano plazo y cómo esto nos podría afectar. Este cambio significaba una nueva interrupción en cuanto a la estabilidad que gozábamos, sacrificando el sentimiento de pertenecer a una transición que potencialmente acarrearía repercusiones negativas. Algunos hijos de diplomáticos sufren por estos cambios dramáticos al llegar a una edad en la que se valora la estabilidad, el cual es un parámetro operacional importante en la programación de un niño. El ser canadiense era realmente un concepto fuera de contexto tanto para mi hermano como para mí, pues teníamos un conocimiento muy superficial de nuestro país.

Maman, Brian y yo en Salto Laja, VII Región, Chile

Canadá asumía un papel importante para mi identidad y siempre fue un sinónimo de casa. En el colegio, yo era “El canadiense”. Normalmente, uno siempre vuelve a casa después del colegio, el trabajo o una salida con amigos, pero yo no había vuelto a vivir en el Canadá durante seis años. Me había prácticamente olvidado lo que era vivir una vida tranquila en las afueras de Ottawa. Cada año hacíamos una corta visita a la familia en Ontario durante la Navidad, siendo Toronto el punto de entrada al país junto con una breve estadía en casa de mi tío John y mi tía Amy en el barrio de Etobicoke. Siempre fue un momento especial para poder reconectar con ellos,  mientras tanto mi imagen de Canadá empezaba a asociarse mucho con esos momentos. La magia de la blanca Navidad contribuía adicionalmente a un sentimiento como estar viviendo en un sueño. Me encantaba pasar por las puertas automáticas que marcaban la salida del control de aduanas e inmigración queriendo ansiosamente salir para ver a mi tío quien nos estaba esperando. Mis abuelos vivían en Kingston, un pueblo tres horas al noroeste de Toronto y la manejada para ir a verlos me parecía eterna, pero con una ventaja espectacular. El día de Navidad era cuando nos reuníamos todos en casa de mi tía Margaret y mi tío Rick en Grimsby, aproximadamente a una hora al sur de Toronto. Ahí Brian y yo aprovechábamos la oportunidad anual de pasar tiempo con mis primos, Emily, Stef y Katie. Ellos eran más chicos que nosotros pero nunca fue un obstáculo para jugar juntos y formar una familia mismo si era por un instante. Festejábamos la época con los pavos más grandes de la historia. Aún recuerdo el sabor suculento del pavo hecho al horno, con el relleno, papas y salsa. Siempre me encantó ese sabor único pero el hecho de estar todos reunidos, esto le daba un toque más especial al sabor de la comida.

Fuimos expuestos a elementos relacionados con mi país participando en eventos organizados por la comunidad canadiense donde los hijos también estaban invitados y los paseos a la embajada en el centro en la calle Av. Bernardo O’Higgins y Ahumada.  Cuando Brian y yo, teníamos vacaciones del colegio, mi Maman nos llevaba a visitar a mi padre en su oficina, algo que siempre nos encantaba. Habían unos lugares fantásticos para comer en el centro de Santiago. Cada vez que entrábamos al edificio donde trabajaba, éramos recibidos en un ambiente amigable. Los colegas de mi padre siempre se daban cuenta cuando estábamos presentes y se acercaban a saludarnos para preguntarnos como nos iba en el colegio. Esta gente era de lo más simpática y como si fuese nuestra familia en el extranjero. El jefe de mi padre, el Embajador Michael Mace, era un hombre muy amable y  su esposa también, surgió una gran amistad entre ellos y mis padres durante esa misión. Siempre nos extendían la invitación para sus reuniones y les gustaba nuestra compañía pues les recordábamos a sus hijos que ya eran mayores y estudiaban en Canadá. Fuera de este mundo, conocí canadienses trabajando en el área de desarrollo de proyectos sociales, ejecutivos de Scotiabank buscando oportunidades de adquisición con el Banco Sud Americano y profesionales en el sector minero, todos representando el Gran Norte Blanco. Ya poseía un gran orgullo por mis compatriotas trabajando en Chile, sobretodo los que se dedicaban a proyectos de desarrollo social con fines de mejorar la vida de los miembros de la sociedad de escasos recursos. Mi mamá insistía que era bueno incorporarnos a estos eventos pues esto nos permitía desarrollar aptitudes sociales y generar cierta conciencia en cuanto a lo que aportaba nuestro país en un ámbito internacional. Tengo que admitir que este tipo de experiencia fue una ventaja extraordinaria pues estos conocimientos no se pueden aprender en una salón de clase donde se discuten aspectos teóricos. Brian y yo obtuvimos una Licenciatura en Ciencias Sociales y una Maestría en Administración de Negocios desde una temprana edad.

Un fin de semana veraniego poco después de nuestra aventura por la Polinesia, Brian y yo fuimos llamados a la sala familiar. Mi padre estaba sentado en el sofá delante de la televisión llevándome a preguntar que película íbamos a ver juntos. Mis padres decidieron que era importante enriquecer nuestras vidas agregando buenos conocimientos del Canadá, viendo que nuestro calendario escolar no incluía ninguno de estos aspectos. Se imaginaban que al volver a Ottawa, esto nos generaría más y mejores posibilidades para encontrar un enlace con nuestro país mejorando la transición. No sé que habrá pensado Brian en aquel momento, pero yo no me imaginaba irme de Santiago. Mi papá nos trajo un libro grande que tenía guardado con sus discos de música LP y empezó a explicarnos el contenido. Recuerdo que el libro contenía un montón de imágenes y tenía un cierto parecido a una enciclopedia pero con más ilustraciones. Esto fue especialmente útil para mi aprendizaje, sobretodo porque había sido expuesto a varios idiomas pero jamás había escrito o leído el inglés hasta ese momento importante de mi vida. Eran dibujos interpretando momentos importantes de la historia del Canadá. Eventos tales como el descubrimiento de Terranova por los vikingos, los exploradores europeos, los colonizadores franceses e ingleses, batallas importantes tales como la guerra de 1812 y mi favorito, las banderas de todas las provincias junto con los nombres respectivos de las capitales. Después de algunos fines de semana como estos, ya estábamos lo suficiente preparados como para pasar un examen de ciudadanía si este fuera el caso. Era sumamente interesante y motivante para mí aprender acerca de mi gran país.

Visitando un proyecto de desarrollo en Chiloé, Chile

Es una tarea laboriosa para padres de familia establecer cierta estabilidad en la vida de sus hijos cuando saben que forman una vida pasajera. Los niños suelen desempeñar un papel simple, implicados en sus propios asuntos, aferrándose al mismo tiempo a lo conocido. En pocas palabras, niños siendo niños. El cambio es algo que viene acompañado de un sentimiento de un miedo agobiante debido al camino desconocido por delante. Cada día está uno expuesto a nuevas experiencias y un cambio descomunal puede ser hasta traumático. Algunos hijos de expatriados que he conocido por el camino de la vida se vuelven amargados, y en mi caso, me puse de huelga cuando nos mudamos de Brasilia a Ottawa. Es un desafío adaptarse a una vida nueva sobretodo cuando uno vive acostumbrado a pensar en el hoy e ignorando el mañana que puede ser algo totalmente diferente. Hasta el pasado, por ejemplo Venezuela, me parecía una realidad muy distante. Me encantaba variar, descubrir nuevas culturas, idiomas, tradiciones, culturas y siempre respondí a estas diferencias con un gran respeto. Siempre valoré el sentimiento de pertenecer. Mis padres hicieron un trabajo impresionante asegurándose que nos adaptáramos brindándonos siempre amor y apoyo. Yo sabía que era canadiense pero desarrollé una identidad chilena predominante, llegando a la conclusión que Chile era mi hogar permanente. Si todo iba bien, ¿por qué debíamos cambiarlo? La idea de irnos era absurda y no podía ni empezar a entenderla. Aunque mis padres nos dijeron que regresaríamos a Ottawa en algún momento, existía un sabor agridulce con la noticia al pensar que otro capítulo estaba por terminarse.