El segundo año escolar coincidió con mi
despertar político, especialrmente en
relación al desarrollo social y los derechos humanos en países
emergentes. En mi curso de historia del Perú y Latinoamerica, el proyecto de fin
de ciclo requería que formara un grupo con mis compañeros y escoger un tema
para presentarlo en una feria en el gimnasio del colegio . Viendo que era un
curso obligatorio para todos los alumnos del Grado 10 según el currículum
estadounidense, todos mis amigos compartían la misma tarea – todos pudimos
trabajar juntos mismo sin tener un horario escolar común. ¡Qué gran suerte! El
grupo que formamos contaba con Glen Swanson, Alejandro Alves, Sebastián “Crack”
Olivares, William Erickson y yo. El terrorismo aún resaltaba en el noticiero
por lo vivido en la residencia del Japón y era una noticia diaria en CNN En
Español – cuando aquel canal era lo máximo en actualidades antes de imitar su
primogénito de los EE.UU. balbuceando su verdad – entonces elegimos exponer “El
Terrorismo En América Latina.”
Probando vestimenta para la presentación |
No creo que en la historia de esta feria
existieron alumnos que hayan dedicado tanto tiempo y pasión. Los países que
examinamos fueron Colombia, Nicaragua, México y Perú – ciertamente e los más conocidos en el tipo de conflicto en
el continente. Desde allí dividimos cada país en zonas activas intentando
comprender el teatro operativo y las condiciones sociales. Hasta Glen construyó una maqueta con GI Joes reproduciendo un enfretamiento entre guerrilleros y fuerzas armadas dentro de una selva tropical. Quería entender
totalmente la plataforma original de estos movimientos, comparándolas con sus
actividades más recientes para distinguir la legitimidad de sus actos. Recuerdo
trasnochar haciendo investigaciones de grupos guerrilleros, terrorismo urbano y
los cabecillas izquierdistas. Yo quería cerciorarme que mis conocimientos
fueran lo más profundos para poder contestar cualquier pregunta que se me
hicieran. Logré distinguir las diferentes ideologías sean Marxistas,
Marxistas-Leninistas, Maoístas y todo lo demás también. Siendo un buen
estudiante en colegio americano, me volví un gran admirador de Ernesto Guevara
– mejor conocido en otros círculos como El Che – sobre todo por su pasión por
la gente del continente – sin olvidar su pragmatismo.
Yo nunca fui una persona quien defamara una
bandera de los EE.UU o pararme delante de una junto del Consejo de Seguridad de
la ONU denunciando el imperialismo yanqui. Lo que sí lograba distinguir era la
diferencia entre "el pueblo" y "la política". Éste último dispone de una facilidad
para dirigir la vida de la gente y ésta a su vez decide omitir esa realidad, declarando asímismo “la política no
tiene nada que ver conmigo.” Esa gente esta prácticamente anunciando que está
dejando sus derechos civiles al olvido. Para mí fue lo contrario desde los 11
años. Los Estados Unidos, jugando un papel reflejando el Imperio Romano de la
era moderna, recurrió a varios recursos en el juego de la guerra fría
defendiendo sus intereses en su “patio de atrás” como nos decían en las clases
en Roosevelt. Apoyaron administraciones (dictaduras y otros gobiernos
ilegítimos) en la región que oprimía a sus ciudadanos dentro de una servitud
sin paralelo en cualquier parte del país desarrollado sólo para mantener unos
pocos formando la elite nacional. En esa época, proclamarse anti-comunista
favorecía tremendamente la cuenta corriente del gobierno gracias a los inversionistas del gobierno estadounidense. En muchos de esos
países, la gente pobre no tenía ni la más mínima oportunidad de mejoramiento
social y por lo poco que logré darme cuenta era la peor calidad de vida. Es
verdad que en muchos casos, para traer algún cambio radical se necesitaría una
revolución pues los intereses de una mayoría se topaban con los oídos sordos.
Las instituciones políticas simplemente no estaban al nivel de lo que nosotros
tenemos y damos por sentado en el mundo “desarrollado.”
Lo mejor de este proyecto no fue que aprobamos
con la mejor calificación. Estaba muy orgulloso de lo que aprendí y también del
trabajo que presentamos en común. Lo siento por explicarme de manera tan cliché
pero es la realidad. Nuestro amigo, Crack, logró conseguirnos una cita con el
jefe de seguridad de la empresa de su padre, el Tío Vince, en Lima. Este hombre
había estado en las fuerzas armadas peruanas luchando contra el Sendero
Luminoso. Tal vez sufría de esos traumas psicológicos del combate pero sus
conocimientos fueron muy valiosos. Nos mencionó que muchas intenciones de estos
grupos al inicio son muy nobles pero buscan entre la gente menos educada
reclutas para volverse combatientes en la lucha contra la opresión. Es la gente
más fácil para formar. El ejemplo que nos dió fue algo así: “Si eres pobre, tu
familia se muere de hambre y viene alguna gente preguntándote si quieres ser un
héroe ante la patria, dar de comer a tu familia y a la vez te ofrecen un arma,
¿No te volverías un guerrillero?” Nos explicó que muchos pierden su humanidad
en la lucha durante este tipo de conflicto y muchos olvidan el propósito del
combate, reemplazando el sentido común por lemas vacíos y violencia sin
sentido.
Izquierda a derecha: Alejandro, yo y Crack |
Después de tanto tiempo vivido en este
continente, llegué a quererlo como si fuese el mío, sintiendo puro respeto por
su gente y un deber hacia ellos. Había aprendido mucho de esta región, que
gente en mi país no había ni visto ni en el noticiero – muy raramente sucede
algo en América Latina que merece la pena repetirle al pueblo canadiense. No
mucha gente en mi país sabía lo que se sentía tener gente cerca raptada o
capturada como rehén, vivir toques de queda, tener sus automóviles sometidos a
inspecciones por explosivos, o tener guardias protegiendo sus casas y sus
vidas privilegiadas. Esperaba que al terminar el colegio en el Perú y volviendo al Canadá,
podría usar esta experiencia como clave para una excelente educación en
Ciencias Políticas para poder un día
fomentar las instituciones y el desarrollo del potencial humano. Latinoamerica
tenía mucho que ofrecerle al mundo y el cambio no sería del todo posible por
una revolución armada o el terrorismo, si no por una revolución psicológica e
interna. Todos merecemos una oportunidad para hacer algo
de nuestras vidas (sobre todo en nuestro propio país) y todos los derechos deben
ser universales sin favorecer únicamente unos cuantos.
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