Durante la mayoría de mis
aventuras de viaje, generalmente los tramos habían seguido una trayectoria de
Norte a Sur y viceversa. La mudanza más lejana efectuada en mi vida fue de unos
9000 km. Barcelona rompió esta costumbre en el 2007. Ahora, este cambio me iba
a poner incluso a varias horas de diferencia del punto de partida donde dejaba
todos lo míos.
Los viajes transatlánticos
suelen ser más fáciles tomando el vuelo de noche para esos que duermen como
piedras. Contar ovejas sentados en un pedazo de lata levitando a unos 10,000 m
de tierra firme – o agua en este caso – puede salir fácil para algunos. Esa
turbulencia arrulla algunos como los brazos de una madre con su bebé recién
nacido. Las estadísticas están completamente de su lado viendo que es más fácil
pasar a la vida eterna en un accidente automovilístico. De igual manera, no
consigo cerrar los ojos en un “condor
metálico.”
De YUL a BCN – queriéndome lucir
usando códigos de aeropuertos – el viaje dura unas 8 horas y media, dependiendo
de la corriente del viento, el peso del avión y el tamaño de la cena de Don
Piloto. Además de poner miles de kilómetros de distancia entre el punto de
partida y el destino, se tendrá que considerar el cambio de 6 horas (GMT -4:00
versus GMT +2:00), lo cual realmente deja a uno sintiéndose en un mundo
totalmente aparte del de la familia que se quedó en la memoria.
Además, una mudanza a largo
plazo es muy diferente al vacacionismo
– síndrome impulsando ciertas personas a tomar vacaciones eternas. El sentido
de la aventura va tomando impulso mientras uno rebota como un mono pasando por
una indigestión tenaz, pensando, “¿En qué
mambo me habré metido ahora?” Para algunos de nosotros, es un orgullo – ese
comportamiento que nos saca de si – y lo negamos. ¿Me habré equivocado al
aceptar la invitación de quedarme en el piso de ese tipo simpático, o será
algún caníbal buscando comer carne exótica de otro continente?
Después del viaje más lento de
mi vida – habiendo pasado 13 horas de vuelo con mi hermano, recitando al pie de
la letra Top Gun en trés idiomas distintos – me encontraba en la cálida
Barcelona, la cual se burlaba de mis dos maletas colosales mientras guardaba mi
computadora portátil pegada al pecho como un terrorista islámico. Al final, un
taxi del aeropuerto, que me recordaba de aquellos negros y amarillos del cono
sur, paró con un gitano al volante quien me llevaría a mi primer morada
catalana.
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