No existe ningún momento en el
que me recuerde mejor que mi llegada a Barcelona. Al presentarme a la dirección,
llevando un copia del e-mail en la mano, como un texto sagrado, toqué el timbre
y esperé. Mis secuaces (las maletas) me cubrían la retaguardia. Los ladrones
allá son inteligentes pues era una misión imposible agarrar una de estas y
salir disparado. Los segundos se convirtieron rápidamente en minutos y en ese
momento, consideré la probabilidad de haber caído en alguna estafa.
Mi querida tienda de Movistar en Carrer Gran de Gràcia |
Al otro lado de Carrer Gran de Gràcia, una tienda de
celulares me miraba, prácticamente burlándose de mi situación. No resistí esta
provocación, tomando a Samsonite en una mano y su hermana gemela de la otra
para conocer el local. Ahora debía conseguirme algún teléfono prepagado para
volver a conectarme a la civilización. Estando tan poco descansado, ésta era mi
necesidad más urgente pues debía saber si por cualquier motivo había una
equivocación en la comunicación.
Después de unos cincuenta Euros,
logré conseguirme una precioso teléfono celular y decidí marcar el número que
tenía para el piso que podía ver desde la caja de la tienda. Me contestaron una
serie de ches bien colocados,
finalmente estableciendo contacto. Mi nuevo compañero me mencionó que se le
olvidó decirme que no funcionaba el timbre. Ahora, se trataba que volviera al
punto de desembarque del taxi para encontrarme con él, bajo un sol catalán que
no perdonaba la sangre polar.
Ahora, la puerta a la calle
estaba entreabierta viendo que mi nuevo amigo la activó desde el intercom. ¡Buena
gente! Usé mis pasos salseros para abrir la puerta con un caderazo sólo para
encontrarme frente a un corredor oscuro como la noche. Bueno, la oscuridad es
relativa al nivel de cansancio y la incertidumbre de lo que uno le queda por
conocer. Una figura se movía entre la sombra lo cual no me dio ni un momento de
sosiego hasta que se esclareció, mostrando una cara alegre dándome la
bienvenida a Barcelona.
La noche cae sobre Carrer Gran de Gràcia. Que bonito, ¿no les parece? |
Desde la calle, el edificio
parecía haber recibido una paliza por el tiempo y me preguntaba si me mudaba al
distrito capital de la cucaracha. Sin embargo, el joven caballero argentino era
una persona orgullosa de su hogar. El apartamento hubiera podido ser una gran
vedette de una campaña de IKEA o de una revista para espacios pequeños. ¡Todo
indicaba un buen inicio en tierra catalana!
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