Desde un inicio, Barcelona se
presentaba como una ciudad encantadora. Desde que el gigante ibérico invitó el
Euro a instalarse en su palacio – sin olvidar los subsidios que como buenos
hijos lo acompañaban – la economía del país parecía hacer recordar la epopeya
del imperio español. Este progreso artificial alentó cantidades de personas
viviendo en países que pertenecieron una vez a la Corona, a instalarse en la
Madre Patria en busca de un mejor mañana, el que parecía imposible en el Mundo
Nuevo.
Gracia, mi nuevo barrio, era un
perfecto ejemplo de esta nueva ola de multiculturalismo. Yo que había llegado
con la determinación de volverme tan sólo uno más de los tantos catalanes, me
daba cuenta que esta tarea se me había dificultado. Muchos residentes en este
barrio eran jóvenes y copados (tal como su narrador presente) y venían de Argentina,
Uruguay, Paraguay y Brasil. En mi pequeño edificio, sentía como si viviese en
la Pequeña Buenos Aires, algo que me hacía sentir totalmente en casa - ¿Quién
podría ser enemigo del asado?
Gran parte de los habitantes de
Gracia tenían entre los veinte y treinta años. Los residentes que vivieron en
esta zona por varias generaciones veían su modo de vida interrumpido por los
decibeles de una generación apegada a Chichi Peralta, Celia Cruz (algo de Los
Ratones Paranoicos también) y toda la gama de grandes genios de la música
latina. Otros decidieron dejar las armas viendo un cese al fuego imposible,
dejando la música y la fiesta atrás a favor del silencio que aún ofrece el
campo catalán.
Un aspecto curioso que noté rápidamente
es la falta de parques tal como los conocemos en el primer mundo. Soy de ciudades
donde siempre hay zonas con un poco de verde. En Barcelona, éstas se ven relegadas
por plazas de piedra y cemento rodeadas de bares, negocios y “pakis”. Los pocos
árboles parados como centuriones ofrecen poco contraste. De igual manera, si
uno realmente necesita perderse en la naturaleza, sólo tiene que montarse al
metro y visitar el Parc Güell, otra obra maestra de Andoni Gaudí en el norte
del barrio.
Andrés Calamaro nos pasea por Barcelona
El área metropolitana de
Barcelona tiene un excelente transporte público, respaldado de un metro, buses
y hasta unos cuantos teleféricos. Siempre me gustaba saber que podía estar en
cualquier parte de la ciudad en unos 20 o 30 minutos, algo inédito en las
grandes urbes de América. Si le gustaría vivir en una zona de la ciudad con
buen acceso al transporte y rodeado de gente joven y fiestera, considere
Gracia.
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