Al comienzo de la década de los 90, el régimen militar empezó a soltar la rienda del poder político motivando grupos armados izquierdistas a incrementar la frecuencia de sus ataques. El síndrome global de sentimientos anti-americanos también poseía raíces profundas en movimientos comunistas chilenos quienes a menudo dirigían sus amenazas hacia los estadounidenses en el país. A lo largo de más de medio siglo, la política externa de los Estados Unidos se ha topado con voces de oposición a nivel internacional debido al papel que juegan en conflictos armados. Existe una gran proporción de la población global compartiendo el deseo que los Americanos desistan de recurrir a sus armas para resolver cualquier conflicto transnacional. Cuando gobiernos asumen un papel de esta magnitud este mismo empieza a notar que sus amigos de siempre ya no están para la fiesta. Los grupos más activos de la izquierda en aquella época fueron el Movimiento Juvenil Lautaro y el Frente Patriótico Manuel Rodriguez quienes se hicieron conocer por sus acciones dentro del círculo diplomático. Estos revolucionarios organizaron ataques estratégicos contra personal de la Embajada de los Estados Unidos, militares americanos, políticos y militares chilenos y varios otros elementos considerados relacionados con el imperialismo o la dictadura. Las fuerzas de seguridad y su jerarquía permanecieron idénticas a la era Pinochet, dotadas de una mentalidad derechista dedicada a la firme oposición al comunismo. Las prioridades de este brazo de acero aún incluía la erradicación de los subversivos y la insurgencia promoviendo su fuerte imagen como únicos defensores de la paz a cualquier precio.
Carabineros de Chile |
Los miembros de la comunidad de expatriados conocían los peligroso presentados en esta lucha entre derecha e izquierda. Las noticias relacionadas a este conflicto solían ser compartidas por la red sofisticada de contactos en la comunidad más que por el telediario de la tarde. Los medios de información estaban increíblemente bien controlados de manera que los televidentes no podían enterarse de algunos de estos eventos. No vivíamos en un país al borde de una guerra civil, pero tampoco gozábamos de un ambiente sin ningún peligro. Muchos de los periódicos, canales de televisión y estaciones de radio habían sido purgados durante la dictadura de sus elementos izquierdistas y la elite llevaba el control de calidad de las noticias. Muchos de estos emprendedores aristócratas habían apoyado el golpe militar y no querían ver un regreso al caos que creó el socialismo del ex-mandatario Allende. Durante algunas noches de tranquilidad santiaguina lográbamos escuchar explosiones seguidas por un apagón, una cadena de eventos permitiendo una asociación entre causa y efecto. Aún así, el día siguiente no presentaría ninguna explicación al público de los hechos ocurridos la noche anterior. Generalmente, después de ataques llevados por el MJL o el FPMR, el portavoz respectivo anunciaba a las autoridades que ellos habían sido responsables pero estas declaraciones no llegaban más allá del ministerio del interior. Este control sobre los medios de comunicación y la limitación de la libertad de expresión aseguraron una prevención exitosa de la propagación del pánico entre la gente del país. Esto me recuerda a un dicho que circulaba en mi círculo social de amigos: "Si cae un árbol en medio de la nada, sin ningún testigo presente, ¿hace algún ruido al hacer contacto con el piso?" En otras palabras, si un evento no recibe cobertura por la prensa, ¿nunca sucedió?
Mi familia se enteraba de ciertas noticias que jamás fueron publicadas por la comunidad de expatriados y comunicados inter-gubernamentales. Al pasar de los años, ciertas personas compartieron relatos interesantes de algunos ataques en Santiago, pero también tengo algunos recuerdos archivados siguiendo el estilo de la película Pulp Fiction: una serie de historias contadas sin orden cronológico pero que toman sentido una vez que se escuchan todas. Entre estas, una de las que más resuenan es una que me contó mi padre que le sucedió a dos efectivos del ejército americano al salir de la Embajada de su mismo país. Un guerrillero izquierdista esperaba la salida del vehículo estadounidense armado de un lanza-cohetes escondido en la vereda ubicada en la banda contraria del edificio. Al hacerse visible el coche, el revolucionario abrió fuego, propulsando un misil que impactó el parabrisas de los soldados. Dentro del coche mismo, los dos soldados tenían un cohete atascado en el parabrisas cerca de la sien y el corazón en la boca quizás esperando que el explosivo cumpla con su parte. No hubo detonación. Mi padre me explicó que algunos armamentos de este calibre deben ser disparados desde una cierta distancia, permitiendo que el explosivo en el cohete se arme. Si la distancia es muy corta, sucede lo que les pasó a nuestros vecinos norteamericanos: el explosivo no se arma entonces no hay detonación. Aunque esta vez los soldados americanos tuvieron una suerte increíble, muchos otros blancos de los terroristas no la tuvieron, dejando familias con un vacío y un trabajo emocional difícil.
El acontecimiento que golpeó fuertemente nuestro hogar fue durante un partido de softball. Los americanos que vivían en Santiago solían organizar eventos para sus compatriotas y a veces invitaban a los canadienses a unirse a los eventos. Haciendo parte de esto, organizaron una liga amateur de softball cuyos equipos se reunían cada fin de semana, incluyendo así mismo, varios equipos de expatriados americanos, empezando por la Marina de los EE.UU. hasta misioneros mormones. El Canadá formó un equipo esa vez. Algunos de los jugadores eran personal de la Embajada del Canadá, otros eran hombres de negocios o bien amigos de los jugadores. A través de mi propia experiencia competitiva con este tipo de torneos, el énfasis que adoptaban los canadienses era más bien el gusto de compartir un momento divertido y aprovechar una camaradería especial en vez de convertirse en campeones. Otros equipos demuestran sus aspiraciones de acuerdo a su forma colectiva de pensar, ya que siempre existe gente que prefiere ganar en lugar de jugar para divertirse y pasar un buen rato. Nuestros canadienses entraban en acción cada semana, sólo que mi familia y yo nunca fuimos a ver los partidos. Parece ser que a mi padre no le gustaban los deportes organizados en esa época. En 1990, mientras se jugaba un partido un fin de semana, nosotros estábamos disfrutando de un fin de semana tranquilo en familia, todos juntos en nuestra casa de Las Condes. Por la tarde, entró una llamada telefónica para mi papá, tomándonos a todos por sorpresa. Por lo general, mi padre estaba libre de compromisos los fines de semana y las emergencias eran raras para un funcionario político. Los servicios consulares atendian a los canadienses en situaciones de esa naturaleza. Salió precipitadamente, le pidieron que fuera a un hospital, sin estar muy seguro de cuál era el motivo. El conocía a un colega, Pierre Alarie, entre toda la gente que estaba en el hospital y pensó que todo era muy extraño pues Pierre era listo y tenía un buen nivel de castellano para encargarse de cualquier problema.
Vista aérea del Colegio americano de Santiago |
Mi papá nos explicó más tarde que una bomba había detonado cuando el juego de softball de los canadienses estaba en acción, matando a un jugador canadiense e hiriendo varios canadienses y americanos. Al parecer, alguien había puesto una bomba en uno de los bates de aluminio que usaban los jugadores. Se supone que la bomba la habían preparado con intención de que se activara durante el partido siguiente cuando sería el turno de jugar de los marinos de los EE.UU, pero el partido del equipo de Canadá se prolongó. Parece ser que el arbitro tomó una decisión en contra de los canadienses, o bien algo por el estilo provocando que todos los canadienses salieran del banquillo para discutir, a excepción de uno, quien se quedó sentado en la banca junto al bate que estaba cargado y un americano que estaba haciendo ejercicios de calentamiento. De lo contrario, quizás más personas hubieran muerto o salido lesionadas. Algunas de las esquirlas alcanzaron a golpear a Pierre Alarie en la parte posterior de la cabeza, Frank Arsenault se lesionó el pié con las metrallas y un americano perdió un ojo. El canadiense que murió, era amigo de Pierre, quien estaba sólo de visita en Chile para establecer relaciones de negocios y se suponía que no formaba parte del equipo. Se quedó sentado en el banquillo pues sentía que no era parte integrante del equipo, entonces decidió no involucrarse. Ningún grupo terrorista se quizo hacer responsable del ataque, además mi papá cree que los canadienses no eran el objetivo y la policía nunca investigó a fondo lo sucedido. Yo conocía a los dos canadienses, Pierre y Frank, y recuerdo que este acontecimiento hizo cambiar para siempre mi forma de verlos. Los recuerdo a los dos con cariño y me encontré de casualidad con Pierre cuando estuve trabajando en México a principios de la década de 2000 quien elogió a mi padre por todo el apoyo que le brindó cuando la bomba en Santiago. Frank ya se había jubilado y trabaja como contratista en Guatemala, de lo que me enteré también por el trabajo y le envié un correo electrónico. No sabía lo que significaba izquierda o derecha en la ideología política, pero entendía el sufrimiento humano.
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