Después de un año increíblemente emocionante de
vuelta en la capital del Canadá, ya habíamos logrado vencer el choque cultural
de volver a casa. Mi padre volvió al edificio Pearson, el lugar donde inició su
larga carrera en el Ministerio de Relaciones Exteriores. Brian y yo estábamos
estudiando en el Lycée Claudel, contentos de tener nuestras amistades,
actividades después del colegio y nuestras salidas con amigos. Mi Maman seguía
manteniendo todo en orden en nuestras vidas, trabajando al mismo tiempo como
intérprete cultural, fiel a su naturaleza emprendedora. El obstáculo más
difícil fue nuestro reencuentro con el invierno. El clima polar de la tundra
blanca era infinitamente más acogedor cuando veníamos de vacaciones a Ontario
con esa nota mágica de la Navidad. Siempre admiraré mis queridos compatriotas
canadienses por la entereza y facilidad con la que enfrentan esa temporada junto con los treinta bajo cero sin
menor problema. Desde que salí de Ottawa con mi familia en el 86, algo en mi
código genético fue borrado de la programación pues mi cuerpo jamás ha logrado
volver a acostumbrarse a estas temperaturas extremas. Cada invierno parece ser
más largo que el último y los veranos más cortos. Después de superar estas prueba, me
volví a reunir con un viejo conocido de Santiago (la democracia) en octubre
del 93. Ese otoño coincidió con la 35ª. elección federal del Canadá en la
parecía que el partido gobernando tenía mucho que perder.
La rivalidad política para el puesto más
codiciado dentro de nuestro sistema de monarquía constitucional siempre resaltó el duelo entre los Tories (o Conservadores Progresivos) y el partido Liberal, gozando una enorme ventaja ante los demás partidos políticos del Canadá. Todos nuestros
Primeros Ministros desde la Confederación en 1867 han sido de uno de estos dos
partidos hasta las elecciones del 2004. Antes del 93, los Tories controlaron el
gobierno a lo largo de dos mandatos mayoritarios - una mayoría en nuestro sistema es
cuando un partido se adueña de más de 50% de los escaños o 155 asientos dentro de la Cámara de los
Comunes - con Brian Mulroney piloteando
la nave para la centro-derecha. Mulroney obtuvo su primer mandato en las
elecciones federales de 1984, lo cual representó una victoria histórica
formando el gobierno mayoritario más grande de toda la vida de esta
institución, obteniendo la mayoría de votos en cada provincia del país.
Su partido contaba con conservadores sociales del Oeste, conservadores fiscales
del Atlántico de Canadá y Ontario y por último, nacionalistas de Quebec, la misma coalición que facilitó una segundo victoria en las siguientes elecciones en el 88 pero con menos
éxito. Sin duda, el enorme triunfo fue tan monumental como la caída del partido.
La recesión ya había abierto la puerta de casa del pueblo canadiense, sentandose en la sala comiéndose
el prespuesto de los huéspedes, provocando al electorado dirigierse a la puerta del parlamento en busca de alguien que sacara al invitado no deseado. La
tasa de desempleo escaló a un nivel alarmante y el presupuesto federal
cascadeaba hacia un tremendo déficit, llevando consigo la deuda nacional consigo por la mano al abismo.
Entre los planes para remediar esta grave crisis, el gobierno de Mulroney implementó el
muy querido Impuesto Sobre Productos y Servicios (o mejor conocido como GST, el
cual fue recalculado años después transformándose en HST). Imagínese usted teniendo
problemas económicos para sustentar a su familia y ahora tiene que pagar un
impuesto adicional sobre prácticamente todo. Curiosamente, durante esta última
crisis global que muchos empresarios intentan de evitar el uso de la palábra
"recesión" - aunque parece
más ser una nueva Gran Depresión - fue también donde otra vez familias
trabajadoras se vieron obligadas a pagar un nuevo impuesto. Ese al que me refiero es el HST que acabo de
mencionar.
Desde el inicio de la campaña que duraría siete
semanas, mi padre seguía minuto a minuto el noticiero de CBC con Peter
Mansbridge para no perderse de los últimos acontecimientos. Yo lo acompañaba
siempre brindándo toda mi atención a la televisión después de terminar mis
tareas. Había seguido tan de cerca el proceso electoral en Chile en aquella época,
pero ahora las elecciones eran en terreno propio. Estaba convencido que el
carnaval democrático y toda su euforia dominaría la vida diaria de todos mis
compatriotas de costa a costa. Sin embargo, la noticia que mas dominaba era el despedazamiento del partido
conservador debido a hechos ocurridos durante el último mandato de
Mulroney relevantes a la recesión. La llamada gran coalición que fue a su vez instrumental en la
victoria del 84, se desmoronó. Los grandes partidos a nivel federal seguían
siendo los Liberales y los PC (sin confundirlos con President's Choice,
la marca de alimentos preparados de los supermarcados Loblaws, que son
excelentes por si no los han probado aún) pero nuevas fuerzas empezaban a entrar en su contra complicando la existencia de los conservadores. Los conservadores
sociales del oeste se aliaron para formar el Partido para la Reforma del
Canadá, con su base en Alberta y uno de los ministros del gabinete de Mulroney,
Lucien Bouchard, abandonó su partido llevándose Ministros Conservadores y Liberales
de distritos electorales de su provincia de
Quebec para formar el Bloc Québécois. Yo como franco-canadiense,
franco-ontariano, ciudadano del mundo francófono, no podía entender porque este
partido se formó y aún menos lo que significaba el Acuerdo Meech Lake. Sí me
había dado cuenta que mi idioma principal no gozaba una representación adecuada
en agencias, ministerios ni instituciones gubernamentales, pero igual no podía
creer que alguién quería salirse de la federación canadiense para formar su
propio país. Me criaron para respetar lo diferente y extender la mano como
gesto fraternal a toda persona buena, sin importar sus raíces ni orígenes. El
BQ jamás ocultó su misión separatista y sus políticos pintaron al Canadá inglés
- mi padre representaba ese grupo en casa - como demonios. Por último se
encontraba el Nuevo Partido Demócrata, la imágen del electorado más
izquierdista, capitaneado por la muy habil Audrey McLaughlin del terriotorio de Yukon.
Yo sabía que yo no podía ni votar ni
influenciar el proceso electoral. Lo que si podía notar era que la popularidad
favorecía a Jean Chrétien y sus Liberales, con gran parte del electorado
considerando el partido como un cambio necesario y el único presentando ideas
concretas. Al iniciar la campaña, presentaron su Libro Rojo, un documento
explicando en detalle exactamente lo que haría un gobierno Liberal en el poder.
Quizás durante el largo tiempo en territorio de oposición, con poco reparto de los asientos en la cámara,
dispusieron de una ilimitada motivación para formular perfectamente ese documento de modo de
poder presentarlo al público en el momento adecuado. También me gustaba la
imagen del logotipo Liberal, con la palabra escrita en rojo junto con una hoja
de maple, lo cual me inspiraba un gran patriotismo. Esto es muy parecido al
Partido Revolucionario Institucional de México, usando el verde, blanco y rojo de la bandera mexicana en su logo. A los participantes en este proceso que carecen de conocimiento
político, les parece obligatorio votar por algo similar a su bandera como un deber patriótico. Los colores
son sumamente importantes. Esto es una gran herramienta de marketing usada por
MacDonald's para atraer a sus clientes pues los colores y la marca fueron
diseñados para llamar la atención pero dándoles a la vez ganas de irse después
de comer sin darse cuenta. ¿No se han dado cuenta que nadie se queda en esos restaurantes por mas de 20 o 30 minutos? ¡Muy inteligente estrategia! Bueno, volviendo al tema,
mi opinión política en aquel momento era que los conservadores nos arrojaron al
pozo - si ellos nos podían sacar de él o no era un tema aparte - y era el
momento perfecto para un cambio. De pronto los canadienses compartían ese
concepto. Recuerdo conversar con mis amigos en el colegio y por teléfono sobre la
campaña participando con mis ideas, pero nadie parecía estar sintonizado
conmigo o minimanete interesado. También era imposible olvidar mi pueblo chileno, los niños, los
adolescentes, los adultos, los ancianos, todos orgullosos con sus banderas
apoyando sus candidatos verbal y públicamente. Estaban listos para defender sus partidos con todo el honor. En Ottawa, alguna gente,
muy poca, ponía algún cartel silencosamente en su jardín apoyando al candidato preferido que
representarían su circunscripción electoral en el parlamento federal.
Jean Chrétien, el superheroe de la economía en crisis |
El día tan esperado de las elecciones llegó la noche de un día habil. Estaba tan emocionado para ver lo que iba a suceder esa noche narrado por Peter Mansbridge, en una edición especial del noticiero CBC The National. Si no es usted canadiense, seguramente no conoce esta personalidad. Es EL reportero de nuestro canal principal. Su competencia era Lloyd Robertson de CTV quien contaba con menos televidentes. Mientras veía el ingreso de los resultados, me di cuenta de que me faltaba mucho por aprender del proceso canadiense. Creo que fue una noche complicada para hacer prueba de la paciencia de mi querido padre, quien intentaba de escuchar y entender el comentario de los resultados presentados. Yo lo acorralaba con mis preguntas sobre asuntos muy básicos para él, pero desconocidos para mí. En la pantalla, me daba cuenta de la distribucción de datos por casillas representando candidatos de cada distrito electoral. Veía números cambiar y a veces el orden de esas casillas. Después de un buen tiempo de reflexión analítica, entendí que los votos estaban aún siendo contados y que las ventajas cambiaban, explicando el cambio de orden en la pantalla. Ahora el orden era evidente, significando que el primero era el que iba ganando, seguido en orden por los demás en orden de descenso. Me quería quedar despierto hasta que terminara el reportaje, pero el final sería muy tarde por la noche y al día siguiente, mi deber era ir al colegio. Mis padres me mandaron a la cama, pero al acostarme y encontrarme en la oscuridad, con los ojos cerrados, no lograba disipar en mi mente las elecciones ni el resultado con el que me iba a levantar al día siguiente. Después de cumplir la tarea forzosa de dormir, me levanté en un día rojo que le pertenecía únicamente a Jean Chrétien, quien formaría un gobierno mayoritario liberal. No entendía la magnitud de esta victoria ni lo que eso significaba para los conservadores, sobretodo por el efecto de los nuevos partidos quienes le quitaron votos a los Tories. Los resultados fueron 177 asientos para los Liberales, 54 para el Bloc (también la primera vez que un partido separatista lideró la oposición), 52 para la Reforma, 9 para el NPD y solamente 2 para los conservadores. Este momento marcó el principio del final para el partido conservador con su extenso palmarès.
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