Este
capítulo en la novela de mi vida transcurrió de una forma muy diferente en
comparación a los seis años como expatriado en América del Sur. La recesión
seguía amenazando la hoja de arce, acabando con cualquier tipo de ahorro
haciendo gastar a las familias el
dinero de sus bolsillos y sus
presupuestos. Todos buscaban una salida para generar alguna recuperación de sus
inversiones, contemplando cada precioso centavo y cortando gastos. Muchos
almacenes de descuento empezaban a surgir de la nada en vista de aprovechar la
crisis económica para hacer ganancias. Los Bickford se vieron obligados a
suspender sus actividades de trotamundo debido a estas circunstancias pero
también por perder nuestros beneficios como expatriados. El territorio de
Ontario era lo que teníamos generalmente a nuestro alcance, principalmente el
corredor de la autopista 401 entre Ottawa y Toronto. La superficie de
operaciones nos limitaba a comunidades y pueblos rodeando la zona capitalina,
lugares suficientemente cercanos para viajes diurnos en nuestro Plymouth
Voyager. Juntos encontramos varios lugares aptos para un día de picnic, recoger
moras, cabañas dedicadas a la producción miel de maple y mucho más. Conocimos
nuestro patrimonio histórico en el pueblo de Upper Canada Village en
Morrisburg, pueblos pitorescos como Wakefield en Quebec, las esclusas bordeando
el Rio Rideau, aprovechando cualquier oportunidad para huir del va y ven de la
vida metropolitana.
Mi abuelo y su pez |
Al darnos cuenta de nuestro movimiento
ristringido en cuanto al tráfico terrestre, teniendo nuestras alas cortadas
significaba que no podíamos estar con la familia de mi Maman. Esto fue un
tremendo impacto con respecto a mi relación con mi Mémé, mis primo, mi Tati Annie
y mi Tonton Fernando. Tres años eran demasiado sin verlos. Nuestras visitas
anuales se vieron canceladas considerando que un viaje internacional para una
familia de cuatro era inaccesible. Pensaba que no los volvería a ver jamás
entonces pedía por ellos en mis oraciones antes de dormir y valoraba esos
momentos que compartimos. Por otro lado, ahora estábamos en una situación ideal
para fortalecer nuestros vínculos con los Bickford de Ontario, ya que
colaboraba con nosotros la geografía - de cualquier manera, las distancias
entre centros urbanos siguen siendo grandes sobretodo para un chico sentado en
un coche sin nada que hacer durante varias horas. Después de tantos viajes por
la carretera 401, habíamos memorizado todas las paradas estratégicas con estaciones
de servicio para descansar. Esta transformación a una vida de autopistas me
parecía llevar una banda sonora escrita por Tom Cochrane, llamada Life Is A
Highway, un tema tremendamente popular en esa época. Estos peregrinajes
siempre iban acompañados por el entusiasmo de reunirme con mi familia y
compartir ese ambiente especial que se da cuando todos estamos reunidos.
También me servía para sumergirme en un ambiente inglés para variar y mejorar
mis conocimientos hacia ese idioma. El
inglés no era un componente importante en el curriculum de Claudel.
Teniendo a Amherstview tan sólo a dos horas
hacia el sur de Ottawa nos motivó para ir de visita a casa de mi Grandad - por
lo menos una vez al mes. En cuanto pasaba el umbral de si casa, empezaba la
carrera de quitarme los zapatos mientras él nos observaba entrar sonriendo y
una vez logrado el objetivo, subía rápido las escaleras para ser el primero en
darle un abrazo. Después, él nos daba unas demostraciones de maniobras de
defensa en Aikido. Esto le causaba gracia y nos brindaba un cumplido
mencionando que empezábamos a vernos "tan buenos mosos como su
abuelo". Mi abuelo era muy divertido, pero mucho más cuando intentaba
lucirse con sus chistes. Granny ya no lo acompañaba más en su vida cotidiana dándole
a su hogar cierta harmonía, entonces se había vuelto muy estricto con sus
horarios. El mejor ejemplo era la hora del almuerzo o comida. Era obligatorio
que fuera a las 12:00. Si las manecillas del reloj mostraban las 12:01pm y no
había nada listo para comer, se transformaba en una persona nerviosa debido a
su hambre voraz. No era de ninguna manera una persona que tenía sobre peso, al
contrario, estaba en mejor condición física que todos nosotros. Sus habilidades
culinarias relataban su propia historia. Una vez se lució, al querer preparanos
unos patos silvestres que un amigo le había obsequiado, una delicia si se
cocinan con amor y paciencia. Al dar las 11:00 de la mañana, salió disparado de
su sillón preferido de la sala rumbo a la cocina dispuesto a cocinar los pobres
patos. Estaba convencido que bastaría el tiempo para que estuviesen listos para
el almuerzo y nada en el mundo podía demostrarle lo contrario en aquel momento.
Al sentarnos a comer exactamente al medio día, nos advirtió que tomaramos
cuidado de nuestros dientes pues los animales seguramente tenían todavía alguna
que otra bala. “Patos con balas”: la especialidad de mi abuelo. La carne aún
estaba cruda y él lo notó, entonces nos ordenó que cortáramos pedazos para
freirlos en un sartén. Este fue quizás uno de los peores platillos que hemos
intentado comer pero siempre será un recuerdo precioso y cómico. Siempre deseé
que tuviese su propio programa de cocina por televisión.
También era el hombre de los aparatos. El
pasaba parte de su tiempo libre cómodamente en su sala de televisión donde
seguramente fue bombardeado de anuncios televisivos veniendo un sinúmero de
electrodomésticos y aparatos extraños. Una vez compró una máquina de ejercicio,
la cual no utilizó más de una vez y también era el aparato más raro e incómodo
que había visto en mi vida. De cualquier manera, nos mostró su compra con un
orgullo propio de él. La adquisición más interesante que hizo merece ser
mencionado brevemente en esta entrada. Antes de su serie de infartos, se había
apegado mucho al café, pero lo hacía tan oscuro que parecía petroleo. Debido a
esta gran pasión, acabó comprando un aparato para preparar café expreso,
esperando poder beber la mejor tasa de la historia. Nos explicó que la máquina
venía equipada con varios aditamentos y válvulas de seguridad permitiendo al
usuario cocinar los granos bajo una presión potentísima. No obstante, consiguió
que esta máquina indestructible explotara, Dios sabrá cómo. Por suerte, él no
se encontraba cerca de la nube en forma de hongo cuando cayó la bomba atómica.
Desde aquel día del incidente, hasta el día que limpiamos la casa sabiendo que
él no volvería jamás a habitarla, quedó una mancha en el plafón que nadie pudo
hacer desaparecer, permitiendo que el recuerdo fuera inmortal. Poco después de
este atentado contra su vida, fue a devolver el aparato para hacer café donde lo encontró y el encargado del almacén
no le creía nada de lo que había sucedido con el producto. Siempre conservaba
un elemento aventurero en su personalidad pero siempre corría con mucha suerte.
Era digno de admirar y reir al mismo tiempo. Nuestro propio Sr. Magoo. Se
reusaba a que pusieran una foto suya al lado de la definición de anciano en el
diccionario y creo que jamás se le aplicó ese adjetivo en su vida.
Brian y yo alimentando los gansos |
Como líder comunitario de Cataraqui, se había
hecho amigo de mucha gente. Uno de sus alumnos de Aikido le abrió las puertas
al mundo de computadoras y video juegos. Su amigo trabajaba para Future Shop -
el equivalente canadiense a Best Buy o cualquier almacén de gran superficie
vendiendo productos electrónicos - quién lo educó en cuanto a componentes para
computadoras, juegos populares para sus nietos y le daba descuentos generosos
en sus compras. En ese momento, mi Grandad nos presentó a mi hermano y a mí, el
juego de Duke Nukem, situando al jugador en un mundo post-apocalíptico donde la
tarea era liquidar todos los malos. Recuerdo que se reía y nos decía que
usaramos los explosivos contra los rufianes. Una vez llegó a nuestra casa e
instaló con gran entusiasmo “Staker Three”, un programa que aumentaría
la memoria de nuestra computadora. Estábamos todos emocionados hasta que la
computadora ya no funcionó más. Entonces, (como un niño pequeño) nos dijo que
ya tenía que regresar a su casa en ese momento. “La falta de conocimientos
puede ser a veces peligrosa”.
Un hombre muy único. El otro personaje que
interpretaba era el papel de Reverendo Bill Bickford en la Iglesia Unida del
Canadá. Ponía de lado su kimono para ponerse el cuello de clérigo. Ibamos a sus
misas los domingos cuando lo visitábamos y siempre anunciaba con mucho orgullo
a la congregación que su familia estaba presente. Después de la celebración de
la misa, muchos de ellos venían a conversar con nosotros. Allí fue donde
conocimos al magnate de los video juegos, Bob Joseph. Era un hombre muy
generoso quien nos prestó su casa de campo a orillas de Varty Lake
durante dos semanas. Todos encontramos nuestro propio refugio para disfrutar
del lugar. Mi abuelo me enseñó a pescar usando anzuelo y devolviendo el pez al
lago. La cabaña también tenía un asador donde Brian y yo preparamos unas
deliciosas hamburguesas - quizás para que Grandad no metiera la mano a la
cocina. La playita atraía por las tardes gansos que buscaban algo para comer y
nos dimos cuenta de haber cometido un grave error al darles de comer,
regresaban todas las tardes dejando de regalo sus desechos naturales en la
parte posterior de la propiedad. También disponíamos de un barco pontón que nos
servía para la ceremonia de inauguración de nuestros veranos en el que todos
nos subíamos a bordo. Cada año, sin importar quién se auto-proclamase capitán,
hechaba a andar el barco a velocida máxima, sumergiendo la parte de enfrente de
la nave bajo el agua. Al apagar el motor, se volvía a nivelar el barco y
continuábamos nuestro camino por el lago. Siempre nos sorprendíamos de ese
acontecimiento.
A bordo del barco pontón reconociendo el lago |
Varty Lake era el lugar perfecto para pasar unos veranos
tranquilos en un ambiente de descanso. Teníamos televisión por vía satélite que
nos distraía en las tardes cuando las moscas se apoderaban del mundo exterior.
Esos insectos eran capaces de penetrar a pesar de cualquier protector que se
podía comprar de forma legal, entonces cuando se iba a descansar el sol, todos
se instalaban en el comfort de la cabaña. El pueblo más cercano era el de Moscú
(sí, Ontario) que contaba con una tienda de artículos varios y unas 3 casas.
Seguramente la población metropolitana era de aproximadamente 4 a 10
habitantes. Dentro de la tienda se podían alquilar videos usando el sistema
elaborado del dependiente. Primero, el cliente escogía la película que deseaba
alquilar. Segundo, llevarla a la caja. Tercero, el encargado le pedía el nombre
al cliente: en este ejemplo, David, el nombre de mi padre. Cuarto, completar la
transacción en dólares canadienses. Al día siguiente, entramos para devolver
los videos y nos recibió el mismo dependiente con un "¡Hola, David!"
Me imagino que este empleado estaba dotado de una memoria impresionante al
poder reconocer toda su clientela de un día para otro. En la casa a orillas del
lago, Grandad se acomodaba para pescar en la tranquilidad de la tarde. Cada
verano, pescaba un pez más grande que el del año anterior. Según él, se
acercaba a una posibilidad de volverse un pescador deportivo profesional.
Muchos de nosotros pensábamos que era siempre el mismo pez del año anterior.
Una gran pista fue que al llegar el tercer verano, el pez ya no tenía labios.
Esos detalles no eran importantes para mi abuelo quién ni cuenta se daba, pero
ponía el pez en un balde de agua para que todos pudiesen ver su trofeo. Todos
lo felicitamos, pero la última vez mi papá me dijo "Ese ha de ser el pez
más tonto del lago."
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