Queridos amigos, es con mucho gusto que les comparto la siguiente parte de "El Verano Sangriento" (Parte 2 de 4) por David Bickford. Disfruten de la lectura.
La Embajaba
continuaba monitoreando la crisis de
los rehenes, la cual absorbió gran parte de la atención y energía política de
los peruanos, pero no se veían rastros marcando un inicio a las negociaciones.
Luego, a principios de enero, el Embajador Vincent fue invitado a participar
como integrante al Grupo de Garantes. Con la autorización y el apoyo de Ottawa,
aceptó este papel. Tal como el Ministro de Relaciones Extranjeras interino nos
explicó, el grupo comprendía el Japón (representando Asia), el Vaticano
(representando Europa), el Canadá (representando las Americas) y el Comité
Internacional de la Cruz Roja (proporcionando alimento, agua y algún tipo de
diversión a los rehenes de forma diaria). El representante japonés optó por ser
un observador debido al número de rehenes japoneses y el representante de la
CRI decidió continuar con sus labores únicamente para el bienestar y
alimentación de los rehenes. Quedando en realidad como garantes sólo Tony
Vincent y el Arzobispo de Ayacucho, Monseñor Juan Luis Cipriani (representando
el Vaticano), aunque el representante japonés, Terusuke Terada (Embajador
japonés en México) proporcionó consejos muy sabios.
El mandato
del Grupo de Garantes, tal como fue estipulado por el gobierno Peruano, fue de
estar presente cuando los terroristas bajaran sus armas, dejaran en libertad a
los rehenes y salieran de la residencia hacia su refugio seguro. No debían
estar presentes durante las negociaciones. Los Garantes
argumentaron con éxito que garantizarían la implementación de un accuerdo si no habían participado en las
negociaciones. El gobierno peruano concordó con cierta renuencia, los Garantes
descubrieron durante su primera reunión, entre el gobierno y los terroristas,
que las negociaciones no habían ni siquiera empezado y que los terroristas se
estaban poniendo nerviosos por la falta de disposición por parte del gobierno
para escuchar sus exigencias.
Para poder
activar las negociaciones, los Garantes empezaron a presentar ideas y promover
intercambios para definir las posiciones y crear por lo menos una confianza
mínima. El papel del Garante cambió de observador pasivo a facilitador y poco
después a mediador. Como parte de este proceso, yo encabecé un grupo con la
tarea de visitar al líder del MRTA encarcelado en prisiones de máxima seguridad
en las alturas de los Andes – ¡Terrible! Pero esto es una historia aparte.
Desviándome
un poco de este tema, en algún momento de la carrera, los diplomáticos toman un
curso de formación en “capacidades de negociación.” Yo había tomado ese curso,
algunos años atrás y logré encontrar el material del curso junto con mis notas
para ver si existía alguna fuente de inspiración en estos. Era realmente un
ejercicio deprimente dado que en este caso, ninguno de los elementos para una
negociación exitosa estaban presentes: Había, inter alia, ninguno de los
dos partidos dispuestos a negociar, ninguna flexibilidad en sus posiciones,
ninguna confianza mutua y del lado de los terroristas, aun no estaba claro lo
que querían realmente. A veces, ellos pedían que soltaran a sus compañeros de
la cárcel, otras veces: mejor salud, comida y visitas, o en ciertas ocasiones,
sólo la liberación de sus cabecillas estratégicos. Los Garantes intentaron sin
ningún éxito, convencer a los terroristas que sacar al líder no sería una buena
idea para empezar y que debían de bajar un poco de tono sus expectativas.
Hablé con
expertos de rescate de rehenes de varios países, incluyendo el mío, y parecía
que el concenso general y de común acuerdo, una operación armada en la
residencia japonesa representaba un costo elevado en vidas pues el edificio era
grande, con muchas habitaciones y tanto los rehenes como los capturadores
estaban distribuídos por todo el edificio. Uno de los puntos clave era que el
MRTA practicaba regularmente una respuesta a este tipo de ataque – lo que
significaba matar todos los rehenes posibles antes de perder el control total.
El consenso era que si el ejército podía tomar la residencia en menos de 3
minutos, 50% de los rehenes se convertirían en bajas, 50 % del restante
morirían dentro de los próximos 3 minutos si se procedía conforme a esto. Si la
operación duraba más de 12 minutos, era casi seguro que todos los rehenes estarían
muertos o heridos.
Los
Garantes creían que la única salida favorable a este conflicto era por medio de
una negociación con la estrategia de salida. Todos los esfuerzos se llevaron a
cabo para asegurar tal conclusión pero al pasar de los meses, se vieron muy
pocos resultados. Eran pocas las reuniones
pro forma entre el gobierno y los terroristas, llegando a pocos
acuerdos. Como consecuencia, los Garantes pasaron mucho tiempo en la residencia
japonesa intentando de convencer a los terroristas de escuchar la voz de la
razón, rogándo a los rehenes de mantener la calma y no provocar a sus
capturadores. En cuanto a esto, los Garantes tuvieron más éxito. El
estado anímico permanecía relativamente elevado entre los
rehenes, hubieron pocas confrontaciones entre los rehenes y los terroristas,
formándose una forma contraria al síndrome de Estocolmo – varios de los jóvenes (entre 15 a 16 años
de edad) y terroristas impresionables estaban asombrados de la presencia de
ministros, generales, embajadores y los veían como personas modelo.
Mientras tanto, el ejército peruano estaba
excavando túneles debajo de la residencia...