El siempre serio David Bickford |
El famoso Grado 11 me presentó
nuevos retos. Estaba haciendo mi debut académico en la elite escolar, iniciando
el Bachillerato Internacional, un paso necesario para garantizar la entrada a
la universidad que eligiera en mi país – con una gran probabilidad de ganarme
una beca. El curriculum, como muchos de mis compañeros y compañeras estarían de
acuerdo, requería mucho más esfuerzo que los programas americanos o peruanos
ofrecidos en nuestra institución. Mis cursos favoritos eran BI Historia de las
Américas, mi querido continente desde Tuktuyaktuk hasta la Tierra del Fuego y
ITGS, el que me dio la introducción al mundo maravilloso de la informática. En
el sistema del Liceo Francés, el enfoque era desarrollar el funcionamiento del
cerebro utilizándolo, prohibiendo el uso de calculadoras o computadores y
debíamos memorizar absolutamente todo. La moral en este cuento para ellos era,
que si uno no se ejercita ese músculo, se termina perdiéndolo. De cualquier
manera, me encantó poder usar mi creatividad para dar vida a mis ideas gracias
a la tecnología, desarrollando una página para mi equipo de softball del
colegio y mis propios sitios Web brindando homenaje a mis grupos musicales
favoritos. Mi propia facilidad para aprender el uso de esos aparatos me
sorprendió.
Esta época también propulsó mi
patriotismo cuando nuestra embajada recibió los expertos en seguridad de CSIS y
la RCMP de nuestro país. Estos profesionales llegaron al sur para hacer una
evaluación de la seguridad de nuestras
casas, mejorar las defensas de la embajada en Miraflores y la residencia del
embajador y formar la policía que serviría de escolta a nuestros vehículos
oficiales donde quiera que fueran. Sabía que si ellos estaban a cargo de
nuestro bienestar, estábamos todos en buenas manos. Después de todo, el
agregado de la RCMP en la embajada era una persona de primera, demostrando ser
tanto un gran ejemplo como profesional en nuestra policía como también un
miembro querido de nuestra comunidad de canadienses expatriados. A mí me
parecía que todos los que lo conocían lo querían de inmediato, incluyendo sus
contrapartes en los servicios de seguridad en países vecinos.
Uno entre tantos de los muchos
cambios en mi rutina normal fue la introducción a los guardaespaldas. Mi padre
debía estar siempre acompañado de uno y era un policía peruano muy amable
llamado Roberto Mendoza. Siempre parecía estar alerta a todo y jamás se
comportó de manera inadecuada. Solía hablar con él, bromeando a veces, y logré
crear una buena relación con él. Yo estaba totalmente convencido que si le
llegaba a pasar algo a mi padre, el haría todo lo que fuera para protegerlo. Mi
padre, cuando fue de viaje a Canadá, le trajo de regalo un abrigo con el logo de
la RCMP, el cual le encantó. Yo le regalé mi colección de GI Joes para su hijo.
El otro se llamaba Luis y venía con nosotros diario en el bus del colegio. No
muchos canadienses han pasado por esto. No creo que ni un sólo pasajero se
sintió incómodo pues sabíamos que era por nuestro propio bienestar. Tenía un
gran sentido del humor y siempre conversaba con él de la selección peruana y
las eliminatorias para el mundial. Nunca nos mostraba su arma para presumir ni
la usaba para intimidarnos para que nos comportáramos bien en el bus. Era un
gran oficial. Siempre se presentaba con orgullo y sentido común, siempre
cuidando niños extranjeros, un trabajo que varios policías veteranos
considerarían tedioso. También teníamos guardias armados vigilando la casa las
24 horas del día, les gustaba jugar basquet con nosotros cuando hacían el
relevo. Claro que con el chaleco antibalas, botas pesadas, un revolver, un
bastón y una radio le daban ventaja al
contrincante.
Nuestro representante del RCMP, el Embajador Clark y el Sr. Bickford |
Quizás
entre los elementos más difíciles de esta nueva vida era viajar. Si, dije
viajar. A mucha gente le encanta la idea de escaparse de la realidad en un
paseo internacional pero ¿hasta cuándo puede uno huir de la realidad? Mis
padres no tenían derecho a decidir esto. Debido al alto riesgo para los canadienses
en el Perú – cuando salía con mis amigos después del colegio, siempre debía
tener cuidado de no llevar nada que me identificara como canadiense – nuestro
gobierno nos obligaba a evacuar cuando se presentaba algún feriado o tiempo de
vacaciones. Esto significaba que perdía ese tiempo precioso para pasarlo con
mis amigos. Claro que es genial viajar y ver el mundo, pero se vuelve
complicado saber que la casa de uno la rodea un mundo peligroso y los amigos se
quedan en él. De cualquier manera, logré aprovechar cada minuto que pasaba en
Lima para cultivar mis grandes amistades, cumpliendo con el reglamento
establecido por la Corona. Debía aceptar las nuevas reglas del juego por mi propio bien, algo
difícil para un adolescente.
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