Todos llevamos por dentro una
brújula, concebida por una tecnología interna ligada a la sangre, la cual nos
exige con naturalidad andar por un peregrinar hacia nuestra propia Meca. Los
que viven en el extranjero o lejos de su lugar natal conocen esa voz interna. Muchos niños y personas
transculturales se dan cuenta de esto en algún momento de su vida y sienten una
forma de envidia de los que viven una vida mas sedentaria. Estos últimos tienen
la ventaja de jugar en el estadio local en frente a su querida afición, gozando
día a día de esta oportunidad que les permite crear vínculos muy sólidos con
todas las generaciones. El equipo visitante, criado en un ritmo nómada
categorizándolos como “ciudadanos del mundo”, tienen una gran desventaja pero siguen
buscando ese refugio donde solamente la familia hace la diferencia. Esa
necesidad de amor incondicional tiene un parecido al niño buscando el apoyo de
un padre después de haber logrado la más grande hazaña de su carrera
estudiantil. El aventurero nómada busca esa familia para darle paz a una mente
cansada en el campo de batalla contra la inestabilidad.
Mi querida familia, mi tia, mi tio y mis primos. |
Al partir mi hermano del hogar,
necesitaba darle sentido a mi vida y mi brújula interna estaba lista para
llevarme a mi destino, tan sólo esperando que el resto de mi persona decidiera
cual era. De cierta forma, podemos decir que éste era el lado positivo del
terrorismo en Lima y de ser el blanco. Tal como lo comenté en mi última entrada
de blog, los viajes me alejaban de mis amigos en esos momentos que disponíamos
de más tiempo para pasar juntos. Era como ganar un torneo de fútbol de barrio
sin tener un festejo y fuera de este lugar, nadie había escuchado hablar de
este certamen. La primera recompensa que recibí fue algo camuflada en un inicio
luego de nuestra evacuación andina durante las vacaciones más largas: enero y
febrero del '98 – recuerden que estos son los meses de verano en el hemisferio sur y
paralelamente a esto, mi dulce tierra natal estaba cubierta de nieve y además
con temperaturas más bajas que un congelador. ¿Quién abandonaría el cálido
abrazo del verano tropical, playas arenosas, actividades al aire libre, para
encerrar a su familia dentro de un clima artificial rodeado de un frio polar?
Esto ahora significaba que los próximos dos meses serían con Mémé, mi abuela
materna y la familia de mi madre. Ahora podía gozar de ellos por más de una semana al año, al contrario de la época donde era nada más que un chiquillo.
La primer ventaja benefició mucho a
mi mamá. Ella estaba aún escapando el fantasma del cáncer que la estuvo
atormentando, entorpeciendo su rutina regular y necesitaba ver a su madre. La
familia de mi madre – una gran y numerosa familia rematando el casting protagonizada en la Boda Griega – siempre fue muy unida. Se apoyaban siempre dejando
un maravilloso ejemplo a cada generación, sobreviviendo incluso ante guerras
mundiales, conflictos, exilio y otros terribles desafíos. Estoy seguro que
ellos empezaron a darle una imagen a lo que realmente es el intercambio
cultural, contando con miembros de la familia provenientes de Bélgica, Francia
y España – entre otros – adaptándose a nuevos horizontes. Si decidiera entrar
más en detalle en este asunto, necesitaría mínimo un par de años de blogs, pero
es una historia muy interesante llevando a vínculos con Maximiliano Hapsburg,
monarca austriaco y Emperador de México, el General Bazaine, Mariscal de
Francia y el Presidente Porfirio Diaz de México. Basta con decirlo, Maman sabía
cual era su tierra santa y el poder mudarse esta inscrito en su código genético
– incluyendo las herramientas necesarias para poder formar un hogar en
cualquier parte del mundo. Yo aún estaba intentando de descubrir cual era la mía.
Al quedarnos con mi abuela, por fin
empecé a conocer a mis primos hermanos, Fernando, Javier y Annie. Era
complicado pasar la mayor parte del tiempo posible con ellos debido a sus
obligaciones escolares, sus compromisos con amigos de toda la vida – asuntos
paralelos a los míos si hubiese podido quedarme en Lima. No obstante, hicieron
todo lo que pudieron para incluirme en algunas salidas, tales como ir al cine o
a tomar un delicioso café. Fueron momentos muy especiales pues realmente
aprendí quienes eran después de esa época de travesuras en el jardín de mis
abuelos. Nuestros padres solían emparejarnos por edades cuando éramos chicos,
pero realmente ninguna combinación funcionaba en mi caso – yo era demasiado grande
para jugar con Javier y muy chico para Fernando – y esta época ya había llegado
a su conclusión. Ahora, nuestra manera de relacionarnos evolucionó junto con
nuestra edad y diálogo, intercambiando ideas musicales y demostrando un cierto
interés en nuestras vidas mismo sin tener muchos paralelos.
Con la mejor abuela del mundo en la playa |
Entre los elementos más curiosos e interesantes
de mi estimada familia, aunque crecimos
en mundos aparte, éramos como hermanos y hermanas. Todos fuimos criados con
valores similares y apreciábamos lo que era ser una familia. Mis momentos
preferidos eran cuando todos estábamos sentados en la mesa en casa de mi Mémé
(mi abuela) para comer, escuchando a todos reír y charlar mientras almorzábamos
una comida hecha en casa. Estas experiencias vividas en enero y febrero de 1998
fueron clave para mí para lograr entender lo que significaba la extensa familia
y la suerte que tenía de tener a mis padrinos – mi tío Fernando y mi tati
Annie. Todos me hicieron sentir como en casa – a pesar de algunos chistes un
poco pesados por ser tan buenmoso – pero siempre supe que tenía otro hogar cerca de
ellos si algún día lo necesitara. Sabía que de ahora en adelante, estaría
esperando las próximas vacaciones para volver a verlos e invertir tiempo de
calidad con ellos y mi Mémé.
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