El pueblo de Lunenburg, Nueva
Escocia ha sido declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, tal como lo
he hecho yo, con esta tasa de café hoy por la mañana. Este asentamiento en la
costa del Atlántico no es “cualquier otro puerto.” Su historia empieza en la
era colonial cuando los protestantes decidieron establecerse allí,
sobreviviendo durante varias olas de ataques católicos en manos de la
confederación Wabanaki, la guerra de independencia de los yanquis y la guerra
de 1812. Lo interesante es la diversidad que ya existía en esa región desde el
inicio de este país, tal como lo sabemos ingleses, franceses y autóctonos que
decidieron izar la bandera blanca, preparando un ambiente para recibir nuevas
culturas. El remedio para cualquier argumento es de poner un espacio que dure
unos doscientos años y después seguramente encontraremos paz.
El centro financiero de Lunenburg |
En este viaje de familia en el año
2005, fuimos a Lunenburg. Mi padre era el único que sabía lo que buscaba en
cuanto a este lugar. Después de todo, era idea de él visitar este lugar, y no
lamento su decisión, ni la mía de haberme unido al paseo. Mi padre comparte
muchas características de su tribu de origen, incluyendo una pasión por el mar.
Los británicos llegaron a controlar las vías marítimas del mundo entero desde
un pequeño punto en el mapa. Desde una temprana edad, recuerdo ver a mi padre
armando barquitos de madera con sus herramientas. Entraba en un trance como si estuviese
invadido por los demonios de la carpintería, observando cada detalle quitando
minuciosamente cualquier imperfección en su obra maestra. Hasta nos hizo una
nave de tipo destructor para nuestros soldados de juguete. En Lunenburg, lo
esperaba un barco muy especial que lo estaba llamando por varios años.
Inmediatamente al llegar al
pueblo, buscamos en el centro algún lugar para dejar el coche y seguir nuestro
paseo a pie para conocer mejor el lugar. Este lugar no sólo fue el primer
asentamiento inglés fuera de Halifax, pero fue reconocido por un centro
importante en la construcción de barcos y a la vez un puerto clave en esta
parte del Canadá. Hoy en día, el turismo es su pan de cada día como muchos de
los lugares más bonitos en esta provincia, acogiendo miles de visitantes
anualmente. El centro es un reflejo de
su arquitectura y diseño civil único, esparciéndose a lo largo del malecón, con
muchos hoteles y hostales típicos contemplando la bahía. También hay cualquier
cantidad de restaurantes preparando una variedad de platos típicos de comida
del mar, aunque ofrecen al igual la opción de un menú alternativo para los que
prefieren las delicias del mundo terrestre. Se pueden visitar varias galerías
de arte, tiendas de recuerdos y museos para educarnos de la importancia del mar
y nuestros intentos para domarlo.
Mi padre parecía un niño en el
amanecer del Día de Navidad, buscando su regalo en el puerto, el Bluenose (la
nariz azul más famosa). Este barco es sin duda la atracción de este pueblo
cuando uno está paseando fuera de casa. El Bluenose era un barco de pesca y
carrera que se enfrentó a campeones americanos, ganando en varias ocasiones
volviéndose invencible en su categoría. Sus grandes triunfos junto con su
belleza transformaron esta nave en un icono nacional para su gente. La
tripulación y su equipo de ingenieros decidieron después de varios años hacer
ciertas modificaciones dejándola a punto (como lo hacemos muchas veces con esas
actualizaciones que nos aparecen al encender la computadora) creando ahora el
Bluenose II. También se está planeando la creación de un Bluenose IV mismo
considerando que la época dorada de estas preciosas bestias – en el mundo de
los veleros, éste es el rey – ya entró en la historia.
Los Bickford y la Nariz Azul II |
Si de alguna manera sus viajes
por el planeta cuentan con Nueva Escocia como destino, Lunenburg debe ser el
primer lugar después de Halifax. Si por algún motivo nuestro superestrella
marítimo se encuentra de viaje firmando autógrafos a sus fans más queridos, aún
queda mucho por ver y probar en este precioso pueblo. Me encantaría volver para
pasar algún tiempo en el verano, tomando un taza de té o caminando a la orilla
del malecón viendo al sol despedirse del día, porque tiene que ir a iluminar
otros lugares con su calor. Es sin lugar a duda una gran experiencia para
aprender mucho sobre la historia de la pesca, el diálogo complicado
intercultural que una vez existió y divertirse en familia un buen rato.
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