Antes de arribar en tierras Incas, tuve mucho
tiempo para imaginarme lo que sería Lima, Perú. Esto fue mucho tiempo antes de
la época dorada del internet donde se revolucionó el acceso a la información.
¿Cómo logramos vivir en aquellos tiempos? Inclusive mientras estaba sentado en
la orilla de mi asiento en el avión, escuchando atentamente el anuncio de la
tripulación indicando a los pasajeros que empezábamos a descender para llegar
al Aeropuerto Internacional Jorge Chávez, mi mente tenía la imagen de una
ciudad compuesta de una mezcla de Santiago y Caracas. Mis recuerdos de estos
lugares permanecían claros. Mientras la nave se aproximaba a tierra firme, no
podía distinguir ninguna luz en la oscuridad de la noche. Siempre me encantaron
los vuelos nocturnos y ver las luces haciendo notar en medio de las tinieblas
que ahí había civilización. Una neblina cobijaba nuestro avión, ocultando todo
como si protegíera un secreto o me preparara alguna sorpresa. Impaciente,
seguía desafiando la garua sin cesar, esperando ver algo del panorama, pero
ésta no se dejaba vencer ante mi mirada incansable. Ninguno de los dos
desistimos hasta que de repente, sentí el conocido golpe de las ruedas del
avión ponerse en contacto con la pista de aterrizaje, indicándome que me
acercaba a mi nuevo hogar donde viviría los próximos dos años.
Bandera del Perú adoptada en 1825 |
Nuestra ave gigante de acero se aproximó a la
terminal de llegadas pero no paró enfrente del edificio donde normalmente se
extendía un brazo para dar acceso a los pasajeros al edificio. Una de las
azafatas abrió la puerta para iniciar el proceso de desembarque, pero al dejar
espacio para que entrara el aire, un olor fuerte penetró en nuestro ambiente.
Aquel olor es algo que no podré olvidar jamás y decir que éste era un olor
fetido sería generoso. Ese terrible olor provenía de plantas de harina de
pescado, basura y quizás un toque de guano que juntos quedaban entrañados en la
neblina húmeda y densa. Pensé que debíamos resistir esta prueba hasta alejarnos
del aeropuerto viendo que generalmente en grandes ciudades, estas
construcciones se encuentran en zonas principalmente industriales. Bajamos por
unas escaleras dejando el avión de Aeroperú atrás, subiéndonos a un bus que nos
llevaría a la aduana, el proceso burocrático internacional formalmente dando la
bienvenida al país. En ese momento, se acercó un oficial de administración de
la embajada, el Sr. Stuart Bale, quién había estado en misión con su hermosa
familia en Caracas, Venezuela, en la misma época que nosotros, dándonos una
breve introducción al Perú. Ésta fue una linda sorpresa para nosotros,
comenzando una nueva aventura viendo un rostro conocido. Pasamos el protocolo
de la aduana si menor problema, por una fila dedicada a diplomáticos, para
después poder reclamar nuestro equipaje y partir en una camioneta oficial de la
embajada. Durante todo este tiempo se terrible olor nos perseguía. Afuera del
aeropuerto, cientos de personas esperaban la salida de sus seres queridos.
Nuestro chofer, un peruano fornido portando el
nombre de Wilbur nos llevaría a nuestro
alojamiento. Nuestro vehículo cruzó por la multitud hasta que unos niños
empezaron a arrojarnos piedras. Hacían esto para enfurecer a los motoristas lo
suficiente para parar y abandonar el vehículo para perseguirlos. Los que conocían
mejor esta táctica de provocación sabían que al responder de esa manera, una
docena de niños atacarían al individuo y se llevarían todo lo que había dentro
del auto – y a veces hasta el mismo
vehículo. Este era el fenómeno de los pirañitas. Stuart nos explicó esto
junto con otras informaciones importantes referentes a nuestra seguridad
personal. Esta parte de la ciudad se llamaba Callao y la imagen de esta
zona era chocante. Al pasar por una avenida altamente transitada, se podía ver
en la división entre los carriles que iban en sentidos contrarios, montones de
toda clase de basura pues la ciudad no disponía de un sistema de recolectar la
basura. A los costados, se podían observar varios edificios que parecían haber
sido afectados por un ataque terrorista. Aparentemente, esto era una manera de
generar ahorros en cuanto a los impuestos pues el estado no podía cobrar el
monto completo viendo que las propiedades estaban incompletas. Al seguir en
dirección hacia Miraflores – el lugar para los extranjeros al igual que
un centro de negocios para la ciudad - la imagen mejoraba algo.
Nuestra primera noche en la ciudad, nos
reportamos al Hotel Pardo donde teníamos nuestras reservaciones. Estaba
idealmente colocado, literalmente al otro lado de la calle de la Embajada del
Canadá y en el centro de entretención para los gringos. Esa noche, Brian
aún estaba sentido por haber dejado atrás su vida en Ottawa y se negó a salir
de la habitación del hotel. Dad, Maman y yo salimos a la famosa
“Calle de las Pizzas” para probar una pizza con un toque local y su propia
sangría (una bebida que encuentra sus orígenes en la ‘Madre Patria’ preparada a
base de vino tinto, agua con gaz o alguna bebida gaseosa cítrica mezclada con
frutas frescas de la temporada). La comida estuvo deliciosa, el servicio
excelente y el precio razonable. En esta calle existían unos 30 ó 40
restaurantes sirviendo sus propias pizzas y todos tenían gangas para beber Pisco
Sour, la gran bebida nacional. Aunque conocía este trago como chileno,
jamás tuve el placer de probarlo a esa edad pues era una bebida alcohólica. Los
peruanos se sentían muy orgullosos de su bebida y acusaban a sus vecinos en el
sur de copiones. Nunca argumenté a favor de nadie por respeto a mis
anfitriones. Al volver al hotel, podía ver varios niños peruanos vendiendo
flores, vendedores con quioscos movibles, todos intentando capturar la mirada
de los peatones gozando de la vida nocturna de Miraflores. No nos
quedamos mucho tiempo dentro del ambiente pues los dias a seguir dentro de
nuestra agenda estaban repletos de actividades y esta vez, Brian y yo teníamos
que escoger un colegio.
La Calle de las Pizzas vista desde el Parque Kennedy, Lima, Perú |
Teníamos la firme déterminación de aprovechar
esta oportunidad lo mejor posible y continuar con ese espíritu aventurero que
aprendimos a lo largo de nuestras previas aventuras por el continente
sudamericano. La primera noche, nos preparamos todos para dormir en terreno
ajeno nuevamente, vimos un poco de programación televisiva del país intentando
de encontrar un noticiero para obtener una mayor perspectiva sobre la
actualidad peruana. Desafortunadamente, ya era tarde esa noche y lo único que
logramos ver era una publicidad patriótica marcando el cierre del día para esa
cadena. El video protagonizaba una mujer atractiva vestida en un uniforme
típico quechua corriendo por campos con cortes de imágenes mostrando
distintas regiones del pais y una canción que repetía “así me gusta mi país,
Perú.” Después de esta simpática propaganda nos metimos en nuestras camas
esperando descansar profundamente para estar preparados para ir a la embajada
temprano por la mañana para conocer el personal. En vez de unos dulces sueños,
nos despertó un terremoto por la noche. Fue algo sorprendente pues nunca había
sentido uno en toda mi vida.