El mundo
del fútbol fue tomado por sorpresa cuando los Estados Unidos de América ganó el sorteo organizado por la FIFA para recibir el evento deportivo más
prestigioso del mundo. Un clima de desilusión resaltó en cada esquina del
planeta en anticipación del Mundial y los hinchas de todas partes del mundo
compartieron su disgusto, dudando de las habilidades de un país que se refiere
al deporte como “soccer”. Lo cierto es que el comité organizador de la
FIFA marcó un golazo en el sentido del marketing llevando este hermoso deporte
a un mercado virgen. Yo no le di importancia al aspecto político del juego en
ese momento pues volvía a reunirme con un gran amor que también formaba parte
de mis tradiciones favoritas. Cada gran civilización tuvo su calendario y el
mío era el Mundial cada cuatro años.
Este gran momento también destacó la impresionante falta de interés de mis
compañeros y me empezaba a dar cuenta que no formaba parte de una cultura
uniforme en mi país. Me daba cuenta que adoptaba elementos de otras culturas
para intentar de darle sentido al mundo en el que vivía. Mientras que alentaba
todo un continente con el que me identificaba a fondo – América del Sur – ese
no era mi hogar. Si la selección nacional brasilera goleaba un equipazo de alta
categoría tal como Alemania, en mi barrio no se escuchaba ni la bocina de un
coche al pasar. Mis canadienses esperaban que empezara el otoño, perdidos en un
aburrimiento veraniego sin hockey y el fútbol ni servía para llenar ese vacío.
En Brasil – como en muchas otras partes del continente – si esa misma condición
se diera, gobiernos y empresas se verían obligadas a declarar un día de
vacaciones para festejar la victoria pues el mundo del trabajador se vería
paralizado por celebraciones.
Diana Ross durante la ceremonia de inauguración en Soldier Field, Chicago, EE-UU |
Los estadounidenses lograron empezar este
torneo con un gran espectáculo sin importar la mirada dudosa del extranjero
viendo todo a distancia desde su hogar. La ceremonia de apertura la animó Oprah
Winfrey desde el estadio Soldier Field en Chicago, donde presentó
grandes talentos de esa época tales como Daryl Hall, Jon Secada y
Diana Ross, deleitando al público más grande de sus carreras musicales.
Recuerdo perfectamente cuando Diana Ross se pavoneaba por el terreno de
juego, sus brazos animando a los espectadores mientras parecía perderse en su
magia musical hasta toparse con un balón al otro lado de la cancha. Pateó el
esférico desviando el balón increíblemente lejos del arco el cual se partió a
la mitad poco después. Según dictaba el reparto, se suponía que ella debía
patear al centro del arco y que por la potencia del disparo, el arco
colapsaría, pero de cualquier manera fue entretenido. A pesar de todo, admiré
nuestros vecinos por el gran trabajo que desempeñaron, sobretodo en cuanto a la
asistencia a los partidos (un promedio de 69,000 espectadores) borrando el récord
establecido durante el Mundial 1966 en Inglaterra. En cuanto a asistencia
total, los números llegaron hasta 3.6 millones, un número jamás eclipsado en la
historia del torneo, mismo después de cambiar el formato de 24 a 32
equipos en Francia 1998. Poco después del gran show dando la bienvenida a los
equipos en los Estados Unidos de América y el desfile de banderas, la espera se
terminó cuando los alemanes se enfrentaron a los bolivianos del Diablo
Etcheverry. Por supuesto que para mí, el primer partido tendría que esperar
pues los aficionados de la albiceleste todos esperaban el regreso del Diego
quien volvía de su jubilación para llevar a la Argentina hacia la gloria.
El primer partido de la selección argentina fue
en Foxboro, en las afueras de Boston, ante Grecia. Los argentinos presentaron
un equipo con talento inigualable con José Antonio Chamot, Roberto Sensini,
Oscar Ruggeri, Diego Simeone, Fernando Redondo, Abel Balbo, Claudio Caniggia,
Gabriel Batistuta y por supuesto, El Diego. Golearon a los griegos con un 4 a 0
contundente, dejando a sus hinchas repletos de esperanza imaginando a sus
chicos como campeones. Batigol marcó 3 goles pero el metrallazo de Maradona fue
sin duda el gol más especial, marcando el regreso del dios del fútbol. Después
de este partido, Juan Alberto, Brian y yo salimos a la calle con nuestro balón
intentando de imitar el hermoso y lindo fútbol argentino. El siguiente partido,
el director técnico se decidió por la misma alineación que logró un triunfo
sufrido 2 a 1 ante Nigeria. Las Super Águilas rindieron a un nivel fenomenal,
no solamente representando orgullosamente el continente africano pero
clasificando a la siguiente ronda como líderes del Grupo D en frente de
Bulgaria, Argentina y Grecia. Pero al concluirse este partido, quizás la
tragedia más grande en el fútbol argentino se dió a conocer aniquilando el
estado anímico y las esperanzas de los pamperos. Maradona tuvo que hacer maleta
y despedirse del torneo al fallar una prueba de doping al tener un resultado
positivo de doping de efedrina. Fue entrevistado brevemente después de esta
desastrosa noticia en la cual se le dificultaba hablar – algo poco común en su
vida. Jamás olvidaré aquellas palabras con las que nos dejó: “Me cortaron las
piernas.” Fue como si hubiesen matado a alguien en mi familia y Juan y yo
estábamos al borde de las lágrimas al ver caer nuestro gran ídolo. Poco después
de este terrible incidente, hubo una declaración que Rip Fuel, un suplemento
que usaba este deportista en Argentina durante su entrenamiento, no tenía el
ingrediente que podría causar el dopaje pero la versión americana sí. Como se
le había terminado este suplemento durante el torneo en los EE.UU., su
preparador físico le dió el americano sin saber la diferencia. Esto significaba
que jamás volvería a vestir los colores argentinos, una verdadera perdida para
el deporte.
La Argentina se vió totalmente deslumbrada,
perdiendo su elegancia y confianza en el terreno del juego. La motivación, la
fe y todos los ingredientes necesarios para el triunfo parecían acompañar a
Diego en su equipaje rumbo a Buenos Aires. Las estrellas cesaron de brillar y
el deseo de reinvicación se esfumó tras ser eliminados por Rumanía luego de la fase de grupos. Los demás representantes de la CONMEBOL como Bolivia y Colombia
(nombrada favorita por Pelé para llevarse la copa) siguieron un camino similar
sin pasar la fase de grupos dejando la carga emocional de todo un continente
sobre los hombros de Duga, el capitán carioca y sus compañeros. Ésta fue la
primera vez en la vida, que decidí apoyar a la verde amarella. Ahora,
los partidos de fútbol en el barrio lucían como héroes como Bebeto y Romário,
luchando valientemente contra las fuerzas del mal como Los Países Bajos y
Suecia. Nadie podía interponerse en nuestro camino hacia la gloria para
llevarnos este trofeo codiciado de vuelta donde pertenecía: ¡América del Sur!
Se nos estaba preparando una gran victoria, para el mundo que conocía la
escasez contra la billetera ilimitada del primer mundo. Los grandes clubes europeos
disponían de centros deportivos de primera clase y academias para entrenar a
sus jugadores pero no tenían el talento natural de los brasileros. A lo largo
de cada partido, parecía que los cariocas se divertían, sonriendo y bailando
dominando el esférico mientras los demás equipos parecían ser
espectadores sin poder gozar de la posesión. Este era el famoso jogo
bonito de la época dorada de mis antepasados que jamás pude ver con mis propios
ojos.
La selección nacional brasilera en el mundial 1994 |
El 17 de julio, 1994, la ciudad de Pasadena,
California recibió el carnaval para la gran final del torneo, colocando a la
Italia de Roberto Baggio – un goleador sin igual a nivel local e internacional
– contra Brasil. En Ottawa, los Bickford y los Marquez unieron sus fuerzas para
apoyar a los Sudamericanos. Lo único en ese ambiente que podía defender el
orgullo romano en esa casa era la pizza que pedimos para comer. Sin querer
ofender a nuestros hermanos de Il Bel Paese, era el día de Brasil. Fue
un partido alargaseis, no por la falta de goles si no por el nerviosismo e
intensidad corriendo por las venas de los jugadores que se transmitía
claramente al espectador. Cada oportunidad a favor de los brasileros se
enfrentaba a Gianluca Pagliuca, el arquero italiano invencible que rescataba a
cada instancia el sueño romano. El encuentro se determinó en penales cuando
Roberto Baggio encaró a su contraparte Taffarel y mandó el balón a la última
grada como si fuera para descubrir un nuevo planeta y una marea verde y amarilla
descendió a bañar el terreno para que los chicos de la samba se coronaran por
cuarta vez campeones del mundo. El torneo terminó y nos metimos a la camioneta
de los Marquez, paseando por las calles de Ottawa con bocina y bandera
venezolana por la ventana apoyando a nuestros héroes del día. Seguramente
algunas personas que veían llegar nuestro vehículo pensó que celebrábamos la
liberación de nuestro país. Yo no podía estar más emocionado por semejante
triunfo de mi continente demostrando su superioridad en este maravilloso
deporte.
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