Un(a) niño(a) de tercera cultura (TCK / 3CK) o niño(a) trans-cultural es "una persona que, como menor de edad, pasó un período extenso viviendo entre una o mas culturas distintas a las suyas, así incorporando elementos de aquellas a su propia cultura de nacimiento, formando una tercera cultura."

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domingo, 28 de agosto de 2011

Perú – Día Cero


Antes de arribar en tierras Incas, tuve mucho tiempo para imaginarme lo que sería Lima, Perú. Esto fue mucho tiempo antes de la época dorada del internet donde se revolucionó el acceso a la información. ¿Cómo logramos vivir en aquellos tiempos? Inclusive mientras estaba sentado en la orilla de mi asiento en el avión, escuchando atentamente el anuncio de la tripulación indicando a los pasajeros que empezábamos a descender para llegar al Aeropuerto Internacional Jorge Chávez, mi mente tenía la imagen de una ciudad compuesta de una mezcla de Santiago y Caracas. Mis recuerdos de estos lugares permanecían claros. Mientras la nave se aproximaba a tierra firme, no podía distinguir ninguna luz en la oscuridad de la noche. Siempre me encantaron los vuelos nocturnos y ver las luces haciendo notar en medio de las tinieblas que ahí había civilización. Una neblina cobijaba nuestro avión, ocultando todo como si protegíera un secreto o me preparara alguna sorpresa. Impaciente, seguía desafiando la garua sin cesar, esperando ver algo del panorama, pero ésta no se dejaba vencer ante mi mirada incansable. Ninguno de los dos desistimos hasta que de repente, sentí el conocido golpe de las ruedas del avión ponerse en contacto con la pista de aterrizaje, indicándome que me acercaba a mi nuevo hogar donde viviría los próximos dos años.

Bandera del Perú adoptada en 1825

Nuestra ave gigante de acero se aproximó a la terminal de llegadas pero no paró enfrente del edificio donde normalmente se extendía un brazo para dar acceso a los pasajeros al edificio. Una de las azafatas abrió la puerta para iniciar el proceso de desembarque, pero al dejar espacio para que entrara el aire, un olor fuerte penetró en nuestro ambiente. Aquel olor es algo que no podré olvidar jamás y decir que éste era un olor fetido sería generoso. Ese terrible olor provenía de plantas de harina de pescado, basura y quizás un toque de guano que juntos quedaban entrañados en la neblina húmeda y densa. Pensé que debíamos resistir esta prueba hasta alejarnos del aeropuerto viendo que generalmente en grandes ciudades, estas construcciones se encuentran en zonas principalmente industriales. Bajamos por unas escaleras dejando el avión de Aeroperú atrás, subiéndonos a un bus que nos llevaría a la aduana, el proceso burocrático internacional formalmente dando la bienvenida al país. En ese momento, se acercó un oficial de administración de la embajada, el Sr. Stuart Bale, quién había estado en misión con su hermosa familia en Caracas, Venezuela, en la misma época que nosotros, dándonos una breve introducción al Perú. Ésta fue una linda sorpresa para nosotros, comenzando una nueva aventura viendo un rostro conocido. Pasamos el protocolo de la aduana si menor problema, por una fila dedicada a diplomáticos, para después poder reclamar nuestro equipaje y partir en una camioneta oficial de la embajada. Durante todo este tiempo se terrible olor nos perseguía. Afuera del aeropuerto, cientos de personas esperaban la salida de sus seres queridos.

Nuestro chofer, un peruano fornido portando el nombre de Wilbur  nos llevaría a nuestro alojamiento. Nuestro vehículo cruzó por la multitud hasta que unos niños empezaron a arrojarnos piedras. Hacían esto para enfurecer a los motoristas lo suficiente para parar y abandonar el vehículo para perseguirlos. Los que conocían mejor esta táctica de provocación sabían que al responder de esa manera, una docena de niños atacarían al individuo y se llevarían todo lo que había dentro del auto  – y a veces hasta el mismo vehículo. Este era el fenómeno de los pirañitas. Stuart nos explicó esto junto con otras informaciones importantes referentes a nuestra seguridad personal. Esta parte de la ciudad se llamaba Callao y la imagen de esta zona era chocante. Al pasar por una avenida altamente transitada, se podía ver en la división entre los carriles que iban en sentidos contrarios, montones de toda clase de basura pues la ciudad no disponía de un sistema de recolectar la basura. A los costados, se podían observar varios edificios que parecían haber sido afectados por un ataque terrorista. Aparentemente, esto era una manera de generar ahorros en cuanto a los impuestos pues el estado no podía cobrar el monto completo viendo que las propiedades estaban incompletas. Al seguir en dirección hacia Miraflores – el lugar para los extranjeros al igual que un centro de negocios para la ciudad - la imagen mejoraba algo.

Nuestra primera noche en la ciudad, nos reportamos al Hotel Pardo donde teníamos nuestras reservaciones. Estaba idealmente colocado, literalmente al otro lado de la calle de la Embajada del Canadá y en el centro de entretención para los gringos. Esa noche, Brian aún estaba sentido por haber dejado atrás su vida en Ottawa y se negó a salir de la habitación del hotel. Dad, Maman y yo salimos a la famosa “Calle de las Pizzas” para probar una pizza con un toque local y su propia sangría (una bebida que encuentra sus orígenes en la ‘Madre Patria’ preparada a base de vino tinto, agua con gaz o alguna bebida gaseosa cítrica mezclada con frutas frescas de la temporada). La comida estuvo deliciosa, el servicio excelente y el precio razonable. En esta calle existían unos 30 ó 40 restaurantes sirviendo sus propias pizzas y todos tenían gangas para beber Pisco Sour, la gran bebida nacional. Aunque conocía este trago como chileno, jamás tuve el placer de probarlo a esa edad pues era una bebida alcohólica. Los peruanos se sentían muy orgullosos de su bebida y acusaban a sus vecinos en el sur de copiones. Nunca argumenté a favor de nadie por respeto a mis anfitriones. Al volver al hotel, podía ver varios niños peruanos vendiendo flores, vendedores con quioscos movibles, todos intentando capturar la mirada de los peatones gozando de la vida nocturna de Miraflores. No nos quedamos mucho tiempo dentro del ambiente pues los dias a seguir dentro de nuestra agenda estaban repletos de actividades y esta vez, Brian y yo teníamos que escoger un colegio.

La Calle de las Pizzas vista desde el Parque Kennedy, Lima, Perú

Teníamos la firme déterminación de aprovechar esta oportunidad lo mejor posible y continuar con ese espíritu aventurero que aprendimos a lo largo de nuestras previas aventuras por el continente sudamericano. La primera noche, nos preparamos todos para dormir en terreno ajeno nuevamente, vimos un poco de programación televisiva del país intentando de encontrar un noticiero para obtener una mayor perspectiva sobre la actualidad peruana. Desafortunadamente, ya era tarde esa noche y lo único que logramos ver era una publicidad patriótica marcando el cierre del día para esa cadena. El video protagonizaba una mujer atractiva vestida en un uniforme típico quechua corriendo por campos con cortes de imágenes mostrando distintas regiones del pais y una canción que repetía “así me gusta mi país, Perú.” Después de esta simpática propaganda nos metimos en nuestras camas esperando descansar profundamente para estar preparados para ir a la embajada temprano por la mañana para conocer el personal. En vez de unos dulces sueños, nos despertó un terremoto por la noche. Fue algo sorprendente pues nunca había sentido uno en toda mi vida.

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