El
rito del pasaje más importante para un chico o una chica adolescente son los
últimos años de escuela secundaria y por primera vez, Brian y yo, debíamos
escoger una. Nuestra primer visita a uno de estos colegios fue el Lycée
Franco-Peruano, ubicado cerca de la esquina de Avenida Primavera y la
autopista Panamericana Sur. La ubicación era ideal debido al tráfico limeño,
quedaba a tan sólo a 5 minutos de nuestra futura casa. Nos recibió el temido Proviseur
(el equivalente a un director) quién nos hizo el gran tour del campus y las
respectivas instalaciones mencionando al pasar que debido a nuestra edad, ya no
era necesario usar un uniforme. Eso fue un gran consuelo ya que habíamos
abandonado esa costumbre desde 1992. Los edificios lucían tristes al ser
olvidados por el tiempo y el campo deportivo se veía limitado a un terreno de
cemento con cancha compartida para el basquet y fútbol. Ya me imaginaba los
conflictos para practicar deporte. Es algo complicado tener partidos para cada
deporte simultáneamente. Después de esto, nos hizo tomar asiento en su oficina
donde examinó nuestras calificaciones explicándonos en un tono arrogante que
debido al calendario del hemisferio sur debíamos repetir el mismo año escolar
que terminamos en Ottawa. Esto significaba que a mi hermano le quedarían dos
años y medio y a mí dos más para llegar al glorioso día de la graduación. Esta
visita nos dejó con un sabor amargo.
Biblioteca del colegio Roosevelt |
El
siguiente colegio de la lista era el mismo donde la mayoría de los niños de la
embajada estaban inscritos, el Colegio Franklin D. Roosevelt. Éste era el
colegio americano donde los hijos de diplomáticos, ejecutivos extranjeros,
políticos y la élite del Perú asistían. El barrio era algo más acogedor
comparado al del famoso Lycée y la propiedad era inmensa. Parecía un
country club pero con el aspecto negativo de tener que asistir a clases. La
administración organizó un evento de orientación para los padres de familia y
los futuros estudiantes increíblemente preparado en la biblioteca. Todos estábamos
impresionados con la calidad de educación el cual permitía a los estudiantes
recibir un diploma de colegio americano (una gran ventaja pues los estudios
eran reconocidos por las provincias canadienses) al igual que el prestigioso
Bachillerato Internacional. Los presentadores se concentraron en el gran
espíritu de compañerismo, honestidad, integridad y disciplina. Luego,
comentaron que un estudiante se robó un cuadro durante un evento patrocinado
por el colegio, algo tan raro en esa comunidad y jamás sucedía en esta gran institución cuando había algún
evento. Nos sentíamos todos tremendamente impresionados y estoy seguro que
después de esto, todos los padres de familia estaban más que listos para
matricular a sus hijos.
Después,
Brian y yo, nos reportamos para ser entrevistados por el director, el Sr. Brian
Weinrich – quien tenía un increible parecido con el Dr. Frasier Crane. El
propósito de este encuentro seguramente era para que él pudiese determinar
nuestra integridad y fibra moral. Me sentía invadido de ataques de nervios
sobretodo al presenciar esa gran presentación y deseaba poder ser lo
suficientemente hábil para integrarme a la población estudiantil. Brian estaba
dentro de la oficina mientras yo esperaba mi turno, armando en mi cabeza una
estrategia para hacer resaltar mi gran personalidad junto con mi gran record
académico. No estaba convencido que fuese suficiente. Finalmente salió mi
hermano pero no podía preguntarle como le fue ni algún consejo pues ahora me
tocaba a mí. Me invitó a sentarme del otro lado de su escritorio y lo hice,
guardando una gran postura pareciendo estar muy seguro de mí mismo. Me
concentré para crear una aureola angelical visible al mundo exterior. Él inció
con unas preguntas simples para romper el hielo pero por lo nervioso que
estaba, no recuerdo absolutamente de lo que conversamos. Lo único que recuerdo
es que cuando terminamos, me sonrió y me dijo que me iría genial en este
colegio si decidía que era adecuado para mí. Al darme cuenta de ese comentario
pensé que logré impresionarlo con alguna respuesta que le brindé para ahora
poder gozar del privilegio de tener la decisión en mis manos. Me sentía
orgulloso de mí. También me mencionó que si por algún motivo me encontraba en
problemas en cierto momento, que su puerta siempre estaba gran abierta para
todos. ¡Ufa! ¡De verdad sí que dí una buena impresión! Encontré a mi hermano
quien, al igual que yo, sonreía y mis padres también, dejándonos con el deseo
de festejar el gran logro.
El
siguiente paso era conocer al consejero de orientación en su oficina, al
costado del edificio de la biblioteca. Ésta sería nuestra arma secreta para
triunfar académicamente. Se llamaba Robert Piper, un señor algo mayor
proveniendo de Nueva Inglaterra. Me sentía colmado de entusiasmo, listo
para entrar y asegurar mi futuro para los siguientes dos años. Una vez más,
después de Brian, era mi turno de charlar para unirlo a mi equipo. Al estar
sentados en su oficina, conversamos de mi antiguo colegio, los cursos que me
gustaban y lo que significaba vivir en el Canadá para mi. Al abordar ese último
tema, me dijo que habían varios alumnos canadienses en el colegio lo que me
haría sentirme en casa. También recomendó que sería mejor para mí ponerme en el
nivel 9 donde mis compañeros tenían mi misma edad – según el sistema del Lycée
francés pertenecía académicamente al nivel 10. Me dejó tomar mi propia decisión
y seguí sus consejos pensando que él era mi único punto de referencia en aquel
momento. Después, pasamos al tema de la NBA durante aproximádamente media hora
logrando compartir mi decepción al no poder estar en casa para presenciar el
primer año de la franquicia de los Toronto Raptors. Al escuchar esto, me
comentó que era un gran fanático de los Celtics, lo que yo no podía entender.
Le expliqué la maravilla de los Lakers y el potencial de poder unirse para
devolverle la gloria que merecía esa ciudad en la liga. Era cuestión de
tiempo.
Parte del edificio de la escuela secundaria |
En
fin, Brian y yo, nos decidimos por el Colegio Roosevelt entre todas las
escuelas de Lima. Ya no había nada más que ver. Nadie en la administración del
colegio parecía tener problemas con el hecho que jamás habíamos estudiado en
inglés. Claro que en casa lo hablábamos con mi padre, pero eso era todo. Nunca
habíamos escrito o tenido que estudiar lo que fuera en ese idioma. Yo sabía que
iba a tener que trabajar mucho para merecerme ese lugar en ese colegio dedicado
a la excelencia y representar correctamente a mi país ante mis pares. El primer
día se acercaba como un tren a toda velocidad y las cosas parecían más complicadas
que nunca. Recordé también que los demás alumnos nuevamente tenían esa gran
ventaja de haber compartido varios años juntos en el mismo colegio y sería
difícil para mí unirme a ellos. No me imaginaba qué esperarme de ellos pues
hasta ahora, conocía muy poco del Perú. Lo que más confianza me daba era que
había tomado una buena decisión al escoger el Colegio Roosevelt y además el
tener a mi hermano ahí me convencía que lo ibamos a lograr juntos. Los Bickford
siempre salían ganando y esto era nada más otro reto que debíamos vencer.
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