Ser
el chico nuevo en el colegio, no era ninguna novedad para mí. Nunca conté con
un Col. Trautman para guiarme. Esta vez noté un clima más difícil en
comparación a mis previas experiencias. Ahora era un adolescente y a esta edad
pierden valor los juguetes, los dibujos animados y los demás elementos
esenciales para los chicos menores. En ese momento, el juego cambia totalmente
y el riesgo es más elevado. Los estudiantes usaban todos uniforme, pero de
cualquier manera, ahora la apariencia era importante, la habilidad de exhibir
un comportamiento ‘cool’ y ser popular eran las reglas que dominaban el
enfrentamiento. El hecho de ser nuevo en el terreno de combate no me parecía
ser ventajoso. Busqué maneras de volverme más extravertido y ganador, para
dejar atrás mi imagen de tímido, sin realmente lograr una verdadera
metamorfosis. Podía ser mi oportunidad de empezar a partir de cero. En cambio,
opté por ser quien soy, naturalmente pensando que mis compañeros me aceptarían.
Hay un dicho dice: “Sé quien eres y serás amado”. En gran parte, logré
mantenerme a un lado, bajo el radar, quedándome en la biblioteca leyendo
durante mi tiempo libre, observando desde el primer día cómo interactuaban los
alumnos y cómo se dividían en diferentes grupos.
Franklin D. Roosevelt, arquitecto del Nuevo Trato |
Obviamente,
el grupo más grande dentro de todas las fracciones de nuestra promoción eran
los peruanos. Previamente, había logrado integrarme con los venezolanos y los
chilenos, lo que me llevó a pensar que ése era el lugar para mí. Después de
todo, ¡éste era mi continente!. El sistema escolar se basaba en créditos hacia
la graduación, entonces era raro tener los mismos compañeros en todas las
clases. Supongo que los americanos diseñaron el sistema de esta manera para
preparar a los líderes del mañana para el siguiente paso hacia la universidad.
Ésta también fue la primera vez que podía elegir algunos cursos, un concepto
muy interesante para mí. A veces algunos cursos coincidían con los de otros
alumnos. Uno de mis primeros amigos, fue Lucho Zúñiga, un peruano amable
aficionado al surf. Me sentaba con él de vez en cuando en la biblioteca, donde
yo leía algún libro que me interesaba. También compartíamos las clases de:
álgebra, inglés, historia del mundo y educación física, lo que me llevó a
pensar que podríamos ser buenos amigos. Él no parecía tener inconveniente con
mi presencia. Otro conocido peruano fue Cristian Hajossy, un chico simpático en
mi clase de Ciencias Físicas dictada por Ms. Zalecki. Juntos caminábamos por la
tarde hacia la escuela primaria donde nos venían a recoger al terminar las
clases, y aprovechaba para preguntarme acerca de mi país, mi familia y me
hablaba de la chicas bonitas del colegio. Parecía que todo empezaba a entrar en
orden.
El
problema más grande que tuve que pasar provenía de un chico que también era
nuevo llamado Rafael Benavides. Según lo que me habían informado, su padre
trabajaba en el cuerpo diplomático peruano y acababa de volver de Londres.
Pensé oportuno presentarme con la esperanza de hacerme amigo pues habíamos
vivido situaciones similares pero al parecer, entre más intentaba hablar con
él, las cosas empeoraban. Teníamos la misma aula para el estudio libre y cada
vez le rogaba discretamente al profesor de dejarme ir a la biblioteca a
estudiar. Era la mejor solución que se me ocurría para protegerme de los demás
estudiantes que se divertían molestándome, insultándome y arrojándome toda
clase de objetos (borradores, libros, tiza y todo tipo de maravillosos
proyectiles) pues el maestro solía dejar su salón solo. Supongo que la lógica
que predominaba en su mente era que podíamos “estudiar” mejor a solas. Cuando
se acercaba la hora de esa clase, me entraba un temor horrible y jamás se lo
comenté a mis padres, ni profesores, ni a cualquier otra persona, que estaba yo
pasando por esto. No quería ser conocido como la persona que delataba porque no
lograba asumir la realidad. Pensaba que al mostrar alguna debilidad, caerían
más palos y trompadas y recuerdo que al llegar al primer mes en este colegio,
rezaba a diario que se terminara la misión antes del tiempo debido. Decidí
adoptar todo tipo de técnicas para manejar esta crisis cuando me veía obligado
a permanecer en el salón por ejemplo, mantenerme callado e ignorar a los demás
o pedir que me dejaran en paz pero nada funcionaba. Una vez le pedí amablemente
a Rafael que me dejara tranquilo y como resultado, se paró para empuñar un
borrador de pizarra con el que me pegó violentamente en la parte de atrás de la
cabeza. Yo no sabía cómo responder ante semejantes ataques.
Para
empeorar las cosas, después de la clase de educación física, Lucho y yo,
corríamos juntos hasta la clase de álgebra al otro extremo del colegio
esperando llegar antes de lal campanada, indicando el inicio del próximo curso.
Si no llegábamos a la hora, nos darían una advertencia. Si acumulábamos más de
tres, debíamos quedarnos después de que terminaran los cursos castigados y
¿quién quería quedarse más de la cuenta en el colegio? Un día, Lucho y yo,
llegamos tarde y nuestro profesor, Mr. Brenig, nos pidió que escribiéramos
nuestros nombres sobre la lista como advertencia. Estábamos apurados y yo era
el primero en fila entonces me puse a buscar un lapicero para anotar mi nombre
en la lista mientras que Lucho me insistía que le prestara el mío. Recuerdo
haberle contestado después de su insistencia que se lo pasaba justo al terminar
de escribir mi nombre. Esto me parecía lógico pues yo era el primero en la
fila. Me enteré muy poco después, que él no estaba totalmente de acuerdo con mi
razonamiento. Durante el resto del semestre y el siguiente, Lucho, Rafael y sus
amigos de educación física hacían práctica de tiro al blanco utilizándome a mí.
Si llegaba a pasar enfrente de ellos, intentaban pegarme con cañonazos de
balones de fútbol y en los pasillos me empujaban o intentaban hacerme alguna
zancadilla. “¡Bienvenido al Perú!” me exclamaba a mí mismo. Me pregunté cómo
era posible estar metido en esta situación como el enemigo público número uno
sólo por un lapicero. Todo esto era ridículo. Hicieron todo lo posible para que
lo pasara fatal en mi nuevo colegio. Inclusive, una vez me robaron el uniforme
del colegio que tenía en un casillero mientras llevaba puesto el uniforme de
deportes, obligándome a pasar todo el día en ropa sucia y transpirada. Fui a la
oficina de Mr. Weinrich, el director, para hablar con él referente a mi falta
de uniforme y él por supuesto, estaba consternado sin poder creer que esto me
sucedió en su colegio. Empecé sinceramente a pensar que esa presentación a la
que había asistido junto con mis padres había sido una increíble mentira
prefabricada para lavar a todos el cerebro con su campaña de la imagen pública
como institución formando los líderes del mañana.
John Rambo también fue privado de paz y serenidad |
Realmente, nadie más entró en este juego
dedicando su tiempo a tratarme mal. No obstante, fue mi primera experiencia al
mundo del maltrato y lo mal que uno se puede sentir al ser la víctima. Yo
reaccioné de forma negativa, cerrando las puertas al resto de los estudiantes
peruanos, sintiendo que todos estaban en mi contra. Quizás esto fue verdad o
quizás no. Mi primer año, aunque logré hacer buenas amistades – algo que
dedicaré más tiempo en mis siguientes capítulos, pueden estar seguros de eso –
esta forma de ser tratado me hacía sentir marginado creando unas ganas
increíbles de meterme a un avión y refugiarme entre mis amigos en mi antiguo
colegio en Ottawa. De cualquier manera, la justicia siempre llega de manera
inesperada y misteriosa. Quizás es mejor decir, lo que uno hace se le regresa.
Cerca del final de mi primer año ahí, estábamos jugando fútbol en el gimnasio
como parte del curso de educación física y por supuesto, todos los chicos en la
cancha estaban en mi contra, incluyendo los integrantes de mi equipo. Rafael
siempre corría en mi dirección, empujándome y haciéndome caer al suelo, seguido
por su risa al verme tirado. Después de
varias semanas de lo mismo, perdí toda mi paciencia entonces al verlo iniciar
su carrera hacia mí, me dirigí hacia él como un tren a todo vapor, entrando
para patear el balón con todo mi impulso. Al hacer contacto con el balón, me lo
llevé a él también con el movimiento, haciendo su cuerpo proyectarse en el aire
dando una marometa y haciéndolo caer fuertemente al suelo, y se fracturó el
tobillo. Esto fue totalmente sin “querer queriendo” como diría el Chavo del
Ocho. Yo me comporté como si nada y seguí corriendo. Como consecuencia a esto,
Rafael tuvo que andar con un yeso por el resto del año escolar y los demás
chicos me dejaron en paz durante toda mi estadía en el colegio. Ambos se disculparon conmigo de haberme maltratado - algo que me tomó totalmente por sorpresa - al final del año escolar. Logré hacerme
respetar mismo si fue por pura casualidad, obteniendo un estatus de intocable.
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