Un(a) niño(a) de tercera cultura (TCK / 3CK) o niño(a) trans-cultural es "una persona que, como menor de edad, pasó un período extenso viviendo entre una o mas culturas distintas a las suyas, así incorporando elementos de aquellas a su propia cultura de nacimiento, formando una tercera cultura."

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domingo, 11 de septiembre de 2011

Segunda Sangre: Cómo Sobrevivir La Intimidación


Ser el chico nuevo en el colegio, no era ninguna novedad para mí. Nunca conté con un Col. Trautman para guiarme. Esta vez noté un clima más difícil en comparación a mis previas experiencias. Ahora era un adolescente y a esta edad pierden valor los juguetes, los dibujos animados y los demás elementos esenciales para los chicos menores. En ese momento, el juego cambia totalmente y el riesgo es más elevado. Los estudiantes usaban todos uniforme, pero de cualquier manera, ahora la apariencia era importante, la habilidad de exhibir un comportamiento ‘cool’ y ser popular eran las reglas que dominaban el enfrentamiento. El hecho de ser nuevo en el terreno de combate no me parecía ser ventajoso. Busqué maneras de volverme más extravertido y ganador, para dejar atrás mi imagen de tímido, sin realmente lograr una verdadera metamorfosis. Podía ser mi oportunidad de empezar a partir de cero. En cambio, opté por ser quien soy, naturalmente pensando que mis compañeros me aceptarían. Hay un dicho dice: “Sé quien eres y serás amado”. En gran parte, logré mantenerme a un lado, bajo el radar, quedándome en la biblioteca leyendo durante mi tiempo libre, observando desde el primer día cómo interactuaban los alumnos y cómo se dividían en diferentes grupos.

Franklin D. Roosevelt, arquitecto del Nuevo Trato

Obviamente, el grupo más grande dentro de todas las fracciones de nuestra promoción eran los peruanos. Previamente, había logrado integrarme con los venezolanos y los chilenos, lo que me llevó a pensar que ése era el lugar para mí. Después de todo, ¡éste era mi continente!. El sistema escolar se basaba en créditos hacia la graduación, entonces era raro tener los mismos compañeros en todas las clases. Supongo que los americanos diseñaron el sistema de esta manera para preparar a los líderes del mañana para el siguiente paso hacia la universidad. Ésta también fue la primera vez que podía elegir algunos cursos, un concepto muy interesante para mí. A veces algunos cursos coincidían con los de otros alumnos. Uno de mis primeros amigos, fue Lucho Zúñiga, un peruano amable aficionado al surf. Me sentaba con él de vez en cuando en la biblioteca, donde yo leía algún libro que me interesaba. También compartíamos las clases de: álgebra, inglés, historia del mundo y educación física, lo que me llevó a pensar que podríamos ser buenos amigos. Él no parecía tener inconveniente con mi presencia. Otro conocido peruano fue Cristian Hajossy, un chico simpático en mi clase de Ciencias Físicas dictada por Ms. Zalecki. Juntos caminábamos por la tarde hacia la escuela primaria donde nos venían a recoger al terminar las clases, y aprovechaba para preguntarme acerca de mi país, mi familia y me hablaba de la chicas bonitas del colegio. Parecía que todo empezaba a entrar en orden.

El problema más grande que tuve que pasar provenía de un chico que también era nuevo llamado Rafael Benavides. Según lo que me habían informado, su padre trabajaba en el cuerpo diplomático peruano y acababa de volver de Londres. Pensé oportuno presentarme con la esperanza de hacerme amigo pues habíamos vivido situaciones similares pero al parecer, entre más intentaba hablar con él, las cosas empeoraban. Teníamos la misma aula para el estudio libre y cada vez le rogaba discretamente al profesor de dejarme ir a la biblioteca a estudiar. Era la mejor solución que se me ocurría para protegerme de los demás estudiantes que se divertían molestándome, insultándome y arrojándome toda clase de objetos (borradores, libros, tiza y todo tipo de maravillosos proyectiles) pues el maestro solía dejar su salón solo. Supongo que la lógica que predominaba en su mente era que podíamos “estudiar” mejor a solas. Cuando se acercaba la hora de esa clase, me entraba un temor horrible y jamás se lo comenté a mis padres, ni profesores, ni a cualquier otra persona, que estaba yo pasando por esto. No quería ser conocido como la persona que delataba porque no lograba asumir la realidad. Pensaba que al mostrar alguna debilidad, caerían más palos y trompadas y recuerdo que al llegar al primer mes en este colegio, rezaba a diario que se terminara la misión antes del tiempo debido. Decidí adoptar todo tipo de técnicas para manejar esta crisis cuando me veía obligado a permanecer en el salón por ejemplo, mantenerme callado e ignorar a los demás o pedir que me dejaran en paz pero nada funcionaba. Una vez le pedí amablemente a Rafael que me dejara tranquilo y como resultado, se paró para empuñar un borrador de pizarra con el que me pegó violentamente en la parte de atrás de la cabeza. Yo no sabía cómo responder ante semejantes ataques.

Para empeorar las cosas, después de la clase de educación física, Lucho y yo, corríamos juntos hasta la clase de álgebra al otro extremo del colegio esperando llegar antes de lal campanada, indicando el inicio del próximo curso. Si no llegábamos a la hora, nos darían una advertencia. Si acumulábamos más de tres, debíamos quedarnos después de que terminaran los cursos castigados y ¿quién quería quedarse más de la cuenta en el colegio? Un día, Lucho y yo, llegamos tarde y nuestro profesor, Mr. Brenig, nos pidió que escribiéramos nuestros nombres sobre la lista como advertencia. Estábamos apurados y yo era el primero en fila entonces me puse a buscar un lapicero para anotar mi nombre en la lista mientras que Lucho me insistía que le prestara el mío. Recuerdo haberle contestado después de su insistencia que se lo pasaba justo al terminar de escribir mi nombre. Esto me parecía lógico pues yo era el primero en la fila. Me enteré muy poco después, que él no estaba totalmente de acuerdo con mi razonamiento. Durante el resto del semestre y el siguiente, Lucho, Rafael y sus amigos de educación física hacían práctica de tiro al blanco utilizándome a mí. Si llegaba a pasar enfrente de ellos, intentaban pegarme con cañonazos de balones de fútbol y en los pasillos me empujaban o intentaban hacerme alguna zancadilla. “¡Bienvenido al Perú!” me exclamaba a mí mismo. Me pregunté cómo era posible estar metido en esta situación como el enemigo público número uno sólo por un lapicero. Todo esto era ridículo. Hicieron todo lo posible para que lo pasara fatal en mi nuevo colegio. Inclusive, una vez me robaron el uniforme del colegio que tenía en un casillero mientras llevaba puesto el uniforme de deportes, obligándome a pasar todo el día en ropa sucia y transpirada. Fui a la oficina de Mr. Weinrich, el director, para hablar con él referente a mi falta de uniforme y él por supuesto, estaba consternado sin poder creer que esto me sucedió en su colegio. Empecé sinceramente a pensar que esa presentación a la que había asistido junto con mis padres había sido una increíble mentira prefabricada para lavar a todos el cerebro con su campaña de la imagen pública como institución formando los líderes del mañana.

John Rambo también fue privado de paz y serenidad


Realmente, nadie más entró en este juego dedicando su tiempo a tratarme mal. No obstante, fue mi primera experiencia al mundo del maltrato y lo mal que uno se puede sentir al ser la víctima. Yo reaccioné de forma negativa, cerrando las puertas al resto de los estudiantes peruanos, sintiendo que todos estaban en mi contra. Quizás esto fue verdad o quizás no. Mi primer año, aunque logré hacer buenas amistades – algo que dedicaré más tiempo en mis siguientes capítulos, pueden estar seguros de eso – esta forma de ser tratado me hacía sentir marginado creando unas ganas increíbles de meterme a un avión y refugiarme entre mis amigos en mi antiguo colegio en Ottawa. De cualquier manera, la justicia siempre llega de manera inesperada y misteriosa. Quizás es mejor decir, lo que uno hace se le regresa. Cerca del final de mi primer año ahí, estábamos jugando fútbol en el gimnasio como parte del curso de educación física y por supuesto, todos los chicos en la cancha estaban en mi contra, incluyendo los integrantes de mi equipo. Rafael siempre corría en mi dirección, empujándome y haciéndome caer al suelo, seguido por su risa al verme tirado.  Después de varias semanas de lo mismo, perdí toda mi paciencia entonces al verlo iniciar su carrera hacia mí, me dirigí hacia él como un tren a todo vapor, entrando para patear el balón con todo mi impulso. Al hacer contacto con el balón, me lo llevé a él también con el movimiento, haciendo su cuerpo proyectarse en el aire dando una marometa y haciéndolo caer fuertemente al suelo, y se fracturó el tobillo. Esto fue totalmente sin “querer queriendo” como diría el Chavo del Ocho. Yo me comporté como si nada y seguí corriendo. Como consecuencia a esto, Rafael tuvo que andar con un yeso por el resto del año escolar y los demás chicos me dejaron en paz durante toda mi estadía en el colegio. Ambos se disculparon conmigo de haberme maltratado - algo que me tomó totalmente por sorpresa - al final del año escolar. Logré hacerme respetar mismo si fue por pura casualidad, obteniendo un estatus de intocable.

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