Iván Drago durante una conferencia de prensa |
Los
demás grupos eran más pequeños, entonces me imaginaba que era aún más difícil
integrarme a ellos. Los otros eran grupos de americanos junto con otros chicos
de habla inglesa, también habían grupos más tranquilos y distanciados como los
japoneses y los coreanos. Me sentí a la par con todos cuando evaluaba mis
oportunidades para integrarme pues compartía el mismo ingrediente con todos en
esta mescolanza: un montón de nada. Éramos todos extranjeros pero, bajo mi
punto de vista, esto no era suficiente para crear un vínculo. Durante algún
tiempo navegué este mar de turbulencias sólo observando a mis compañeros
durante las clases y a la hora del almuerzo. A lo lejos notaba como conversaban
y no me sentía lo suficiente sociable como para calibrar mi apetito de riesgo.
No prefería un grupo a otro, pero empecé paso a paso a establecer una amistad
con Mario Lambert, un chico franco-canadiense hijo del agregado de la Policía
real montada canadiense de la embajada y con David Williford, quien creo que
fue hijo de un misionario americano. Los dos figuraban en mis clases de
español, debate y poseía, tenían un gran sentido del humor. Nuestra maestra era
una ex Miss Perú – seguramente durante la prehistoria – que se llamaba la Miss
Saco, quién demostraba una gran dificultad a la hora de controlar sus alumnos y
ganarse el respeto de ellos. Si alguna vez vieron un episodio de Oz, bueno,
esta situación tenía un gran parecido durante las escenas de disturbios. La
única diferencia era que nuestra clase llegaba a un fin para todos con la misma
campanada pero en Oz, todos tenían diferente sentencia. El ambiente era
demasiado relajado en esa clase, entonces esto propicio la oportunidad de poder
hablar frecuentemente con los dos logrando establecer un acercamiento.
Durante
el cursos donde yo era el objetivo en la práctica de tiro al blanco (Educación
Física) empecé a hacerme amigo de un chico que parecía eslavo. Realmente, le
encontraba un parecido con el gran rival de Rocky, Iván Drago, pero algo más
corpulento y bajo de estatura. Al parecer, nadie lo incluía en los equipos
cuando al organizar las actividades deportivas. Yo nunca escogí equipo porque
ya sabía que me decisión no sería tomada en cuentao. Los alumnos lo insultaban
con frecuencia utilizando una plétora de insultos los cuales jamás había yo
oído en mi vida y prefiero no repetírselos. Era evidente que él era otro
extranjero y al parecer, podríamos fomar un buen equipo. Si a mí no me querían en
este colegio y era un chico “normal”, seguramente él también era mejor que el
promedio compartido. La primera vez que me acerqué al camarada, le hablé en
inglés debido a mis limitaciones en ruso. Esperé que este fuera un idioma en
común. Supuestamente, debíamos jugar voleibol y ninguno de los dos tenía pareja
para practicar. Me respondió de formar verbal pero aunque sus labios se movían
y su habla luchaba ante el incesante ruido de balones rebotando sobre la
superficie del gimnasio, no le entendí una sola palabra. Logramos comunicarnos
de alguna manera únicamente con gestos y expresiones en nuestros rostros, por
ejemplo señalar con la mano hacia uno mismo para que el otro se acercara y el
pulgar hacia arriba significando “OK”. Seguimos jugando de esta manera por un
buen tiempo y a veces hasta nos reíamos juntos durante la sentencia que
cumplíamos en el gimnasio. Era muy curioso poder establecer un buen contacto
con otra persona sin la necesidad de hablar.
Poco
después noté que el soviético también asistía a la misma clase de Historia del
Mundo. Kevin “El Chivo” Jameson, un clon perfecto de Woody Harrelson, dictaba
este curso. Era un joven americano, seguramente profesor de adolescentes por
primera vez en su carrera. Además era una persona tímida, lo cual no le
favorecía absolutamente nada en su tarea de maestro ante semejante público. El
motivo por el cual se le denominaba el chivo era porque, durante sus
presentaciones relacionadas al día de clase, una persona aleatoria gritaría con
todo furor “Kevin chivo” y el resto de la clase seguía en coro con un, “¡Ey yey
yey yey yey!”. Cada yey era más fuerte que el anterior y según el día y las
circunstancias, se podían agregar más. Al parecer, el maestro nunca solía tener
respuesta a este comportamiento y aunque esto me parecía cómico, no podía creer
el poco control que tenían los profesores en sus salones y la falta de
disciplina de los alumnos. En mis otros colegios, jamás había visto esto. De
cualquier manera, mi compañero de Europa del Este y yo nos unimos al coro. En
algún momento también pudimos haber iniciado el llamamiento al chivo generando
el tsunami. De hecho, esto fue una excelente manera de liberarme del estrés en
ese mundo. Cada que terminaba el curso del Sr. Jameson, siempre me sentía
preparado para enfrentar el resto de mi mundo hostil. Kevin era una muy buena
persona quien no mostraba resentimiento por lo sucedido en su clase. Quizás al
finalizar su clase daba gracias a los dioses por haber teminado. Varias veces
charlé con él acerca de basquet pues supuestamente jugó para Duke en el NCAA.
Yo era joven pero no tonto. No parecía tener el físico de un atleta
universitario.
Alejandro, Kensuke y yo |
El ruso y yo finalmente empezamos a hablar
cuando me di cuenta que se llamaba Alejandro. Ahora podía discernir el idioma
que luchaba en ser traducido a mi oído, un acento fuerte conocido como el
andaluz. Es algo similar al castellano (español), pero con la falta de muchas
letras que son ignoradas en el proceso de la pronunciación. Tampoco era una
ventaja que jamás había yo escuchado este regionalismo. Él no hablaba
relativamente nada de inglés pues también ésta era su primer experiencia
estudiando en este idioma, pero por lo menos yo tenía algo de conocimiento
oral. Gracias a esta nueva amistad, me uní a mi compañero deportivo, el basquet,
que practicaba durante el recreo con él y sus amigos coreanos y japoneses. Este
momento fue cuando él me presentó a Kensuke Kobayashi, un gran amigo japonés
quien nos sirvió como conducto a la cultura japonesa y ese gran idioma. Kensuke
me enseñó algo que jamás olvidaré: Onara no nioigasuru (huele a pedo). Esto llevaba una conotación con el olor constante de guano en la ciudad. Era un chico muy simpático y con un gran sentido del humor. Ambos me
permitieron conocer culturas muy diferentes a la mía y compartir mis
conocimientos sobre mi país. A través del rechazo de mis anfitriones, me volví
más orgulloso de mi país y de ser canadiense. Ahora parecía encontrar mi lugar
en mi nueva vida. Todos éramos chicos en tierra ajena.
No hay comentarios:
Publicar un comentario