La
clave del éxito viviendo fuera de su propio país es la mentalidad. La realidad
con respecto a las mismas circunstancias tiene todo que ver con el lente que
decide uno utilizar. El dicho más adecuado que se me ocurre viene de MontyPython’s: La Vida de Brian que declara: “Siempre mira el lado positivo de la
vida.” El método más fácil – pero también el peor – en este tipo de situación
es de cerrarle la puerta al mundo real y condenarse uno mismo al aislamiento.
Al optar por esto, uno no hace frente al problema. La otra opción, que
altamente recomiendo, es de abrir esa puerta dejándola abierta de par en par
permitiéndose a usted mismo y a su familia probar algo nuevo. El trauma
psicológico detrás de la mentalidad del encarcelamiento quedando privado de
libertad puede llegar a sumar daños irreversibles entre más tiempo pemanece uno
encerrado. Entre más pronto uno toma un balance de la vida cayendo en cuenta
que uno no está en casa, – lo que signifique eso a nivel individual – más
pronto puede uno sacar provecho de la riqueza de sus alrededores. Al final de
todo, podrá mirar hacia atrás con orgullo viendo todo lo que logró. Por
supuesto, como es el caso de estar en cancha propia, algunas cosas son buenas y
otras no. Nosotros, los Bickford, siempre optamos por la opción dos lo que me
permite compartir esta siguiente historia de nuestra primera excursión fuera de
Lima.
Santa Rosa de Lima por Claudio Coello |
Casi
desde el principio, los Bickford se hicieron amigos de la familia Lambert,
gracias al trabajo de nuestros jefes de familia en la Embajada del Canadá pero
sin olvidar el enlace de la siguiente generación en el colegio americano.
Durante uno de nuestros primeros fines de semana cruzamos la Avenida Primavera
y Velasco Astete, las principales vías de comunicación capitalina que nos
separaban de nuestros vecinos de la Embajada para encontrarnos con esa otra
familia franco-canadiense para una nueva emocionante aventura. Solamente puedo
recordar el apellido, Thibault, el
señor era el encargado de un orfanato para niños de bajos recursos. El Sr.
Thibault era el más veterano de todos en términos peruanos, gozando de una gran
ventaja de experiencia de vida en el país sudamericano. Él decidió que iríamos
a Santa Rosa de Quives, un tesoro escondido que sirvía como centro espiritual o
algo por el estilo. A mí no me habían explicado nada. Viendo que ambos Alain
Lambert y él disponían de sus vehículos deportivos utilitarios (o camionetas si
prefieren), usamos sus autos y decidieron separar a los pasajeros hombres de
las mujeres. Fue algo curioso pues ambos eran hombres y manejarían así que la
integridad del plan no era fiel a su propósito. El Sr. Thibault iría primero
actuando como el coche guía en la caravana de aventureros, lo que parecía
lógico pues sólo él sabía adonde íbamos, llevándose las mujeres en su vehículo.
Alain, el veterano de la policía real montada canadiense llevaba consigo los
hombres, todos muy guapos y apuestos, en el auto de escolta. Él respondió con
su gran sentido del humor, bromeando que estaba acostumbrado a seguir
sospechosos a lo largo de su carrera manteniendo la paz, al aceptar su papel en
esta aventura. Nos instalamos todos para nuestra partida rumbo a Santa Rosa de
Quives.
Al
navegar por el mar de tráfico terriblemente desorganizado de la ajetreada Lima,
el fantasma del mareo al estar dentro del auto me atacó estando sentado al lado
de Brian y Mario. Intenté ahuyentar las fuerzas del mal distrayéndome con el
paisaje donde observé por primera vez los llamados pueblos jóvenes – el apodo nacional
para los barrios pobres – bañados de polvo, arena y basura. Pasamos por el
famoso Río Rimac que atraviesa el centro de Lima. A veces el cauce es fuerte,
pero cuando pasamos por ahí parecía un chorrito de color café. Mario dijo que
que era el único río en el mundo en donde se podía hacer rafting en agua café.
Todo seguía cobijado por la persistente garúa acompañada por el olor fétido
previamente mencionado. De repente un "tabernacle", pronunciado en un colorido
acento francés procedente de Lac Saint Jean, se anunció en boca del capitán de
la nave seguido por una breve explicación de que Alain perdió de vista el coche
líder. Quizás sus habilidades policíacas sufrieron un desgaste luego de varios
años trabajando en una responsabilidad que lo tenía anclado al escritorio.
Ahora éramos cinco gringos con un viaje sin rumbo, rodeados de los pueblos
jóvenes y su esplendor respectivo. Éste respondió con una breve salida de la
autopista, no para mostrarnos más de cerca el paisaje, si no para pedir
direcciones. Preguntó en su acento franco-canadiense a un peruano con
apariencia indígena cómo podíamos llegar a Santa Rosa de Lima. Fuimos por
doquier, al parecer, nadie entendía lo que buscábamos pero eran lo
suficientemente amables de contestar dándonos instrucciones poco claras, quizás
con la esperanza que éstas serían útiles para que alcanzáramos nuestro
objetivo. En ese momento, se perdió toda esperanza. Seguimos por un rumbo poco
pintoresco mientras que los residentes de esta zona nos brindaban una mirada de
curiosidad, preguntándose a ellos mismos lo que hacíamos ahí. Creímos que nadie
sabía dónde se encontraba ese lugar, pero de hecho, el lugar donde íbamos se
llamaba Santa Rosa de Quives mientras que Santa Rosa de Lima era el nombre de
una virgen. Ésta fue la primera santa procedente del continente americano y la
santa patrona del Perú. Supongo entonces que Santa Rosa de Lima realmente
estaba en todas partes.
Después
de semejante fracaso al intentar de reintegrarnos a nuestro grupo de viajeros o
bien encontrar Santa Rosa de Quives, todos estuvimos de acuerdo de parar en
algún lugar simpático para almorzar. Dado que no existían teléfonos celulares,
ni teníamos alguna radio militar, no pudimos comunicarnos con nadie para
avisarles lo que nos había sucedido. Paramos aún dentro de los límites de la
ciudad de Lima en un distrito conocido como Ancón, cuando Alain nos mencionó
que era un destino de varios limeños buscando playa durante los meses de
verano. Era difícil imaginar estos lugares sin la neblina y la fresca humedad
que siempre nos seguía. Sin importar el estar dentro o fuera de casa, siempre
sentía uno la ropa algo mojada y pegajosa. Nos estacionamos en una playa –
vocabulario local significando estacionamiento – dónde únicamente un bote
estaba parado perfectamente en paralelo entre las rayas de demarcación. Hasta
los remos estaban guardados perfectamente dentro del mismo. Nos pareció muy
cómico esto visto desde una perspectiva de América del Norte, pues un oficial
de la policía en nuestro país se mantendría terriblemente ocupado dando y
escribiendo multas en esta ciudad. El barco se salvaría. La gente normalmente
paraba su auto donde le era conveniente y las reglas para manejar eran
inexistentes. Claro que para un extranjero todo eso puede ser raro, pero no
podemos juzgar a los demás por ser diferentes o pedirles que sean como uno.
Cuando a Roma fueres, haz lo que vieres. Luego encontramos un restaurante de
mariscos muy simple dotado de un gran menú. Era normal en ese país que afuera
de estos lugares, una persona se acercaba a la gente que pasaba para
convencerlos de entrar a su local. Alain le respondió preguntando si en ese
restaurante vendían un trago llamado Sangre de Tigre. Obviamente el camarero
nunca en su vida había escuchado de tal brevaje pero le contestó con ese
espíritu despreocupado y emprendedor que tenía todo lo que podríamos desear. El
resto del grupo compartió el mismo nivel de conocimiento en cuanto al capricho
de Alain pero igual entramos entusiasmados por el hambre que teníamos. En ese
momento aprendimos que a veces, entre más modesto se vea un sitio, más
auténtica es la comida. Nunca podré recordar el nombre de ese local pero la
comida fue espectacular. Comí el mejor ceviche mixto – un plato típico de la
costa peruana, generalmente a base de pescado cocido en el jugo de limón, pero
éste tenía pulpo, pescado, camarón y un montón de cosas. Mi plato contenía la
mitad de la vida marítima de los mares peruanos y hasta conocí nuevas especies
al probar mi comida. Tremendo placer culinario. Más tarde tuvimos la
oportunidad de probar la bebida Sangre de tigre una mezcla del jugo del
ceviche con vodka – un brebaje tan extraño que nunca más lo volvimos a probar.
Después de la comida nos dirigimos al malecón y al puerto.
La neblina continuó complicándonos la vida,
sobretodo después de llenarnos hasta el tope con esa increíble comida. Vimos
varios monumentos contándonos algunas historias acerca de los héroes de la
región quienes dieron sus vidas al defender su país adorado. Los peruanos se
enfrentaron varias veces a sus vecinos y eternos rivales del sur, Chile. Me
pareció curioso todo esto pues estudié mucho referente a estos conflictos
cuando viví en Chile pero ahora era el turno de escuchar la versión de los
peruanos. Mientras caminábamos encontramos un servicio de mototaxi – una
motocicleta con un tipo de cochecillo como los que jalan en China – y
contratamos dos para hacer un tour de Ancón. Ahora íbamos a poder conocer más
sin tener que caminar con el estomago lleno y pesado. Los operadores no se
veían preocupados en lo absoluto al tener que cargar tres niños adolescentes
grandes y dos adultos pesados, uno más que el otro. Volaron por las calles
estrechas – a veces hasta sobre la vereda – sin explicar absolutamente nada ni
darnos tiempo para observar el paisaje hasta que de repente, me di cuenta que
viajábamos por la autopista en sentido contrario. Una verdadera experiencia a
lo MacGyver. Los choferes iban compitiendo, rebasándose, y al pasar los
pasajeros intercambiaban muecas y gestos de todo tipo. Los dos vehículos
volvieron a integrarse a las calles y veredas de la ciudad, completando un
circulo que nos dejaba nuevamente en el punto de partida del malecón. Fue un
tour express de Ancón durando 15 a 20 minutos. Estoy seguro que nos perdimos de
mucho pero compartimos muchas risas y grandes anécdotas para compartir con las
mujeres al llegar a casa. Me enteré por mi Maman y Angèle, la madre de Mario,
que el tour que hicieron ellos fue un poco aburrido comparado al nuestro y que
quizás perdernos fue una ventaja. Santa Rosa de Lima supo lo que hacía.
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