Un(a) niño(a) de tercera cultura (TCK / 3CK) o niño(a) trans-cultural es "una persona que, como menor de edad, pasó un período extenso viviendo entre una o mas culturas distintas a las suyas, así incorporando elementos de aquellas a su propia cultura de nacimiento, formando una tercera cultura."

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domingo, 25 de septiembre de 2011

Todos Los Caminos Conducen a Santa Rosa de Lima

La clave del éxito viviendo fuera de su propio país es la mentalidad. La realidad con respecto a las mismas circunstancias tiene todo que ver con el lente que decide uno utilizar. El dicho más adecuado que se me ocurre viene de MontyPython’s: La Vida de Brian que declara: “Siempre mira el lado positivo de la vida.” El método más fácil – pero también el peor – en este tipo de situación es de cerrarle la puerta al mundo real y condenarse uno mismo al aislamiento. Al optar por esto, uno no hace frente al problema. La otra opción, que altamente recomiendo, es de abrir esa puerta dejándola abierta de par en par permitiéndose a usted mismo y a su familia probar algo nuevo. El trauma psicológico detrás de la mentalidad del encarcelamiento quedando privado de libertad puede llegar a sumar daños irreversibles entre más tiempo pemanece uno encerrado. Entre más pronto uno toma un balance de la vida cayendo en cuenta que uno no está en casa, – lo que signifique eso a nivel individual – más pronto puede uno sacar provecho de la riqueza de sus alrededores. Al final de todo, podrá mirar hacia atrás con orgullo viendo todo lo que logró. Por supuesto, como es el caso de estar en cancha propia, algunas cosas son buenas y otras no. Nosotros, los Bickford, siempre optamos por la opción dos lo que me permite compartir esta siguiente historia de nuestra primera excursión fuera de Lima.

Santa Rosa de Lima por Claudio Coello

Casi desde el principio, los Bickford se hicieron amigos de la familia Lambert, gracias al trabajo de nuestros jefes de familia en la Embajada del Canadá pero sin olvidar el enlace de la siguiente generación en el colegio americano. Durante uno de nuestros primeros fines de semana cruzamos la Avenida Primavera y Velasco Astete, las principales vías de comunicación capitalina que nos separaban de nuestros vecinos de la Embajada para encontrarnos con esa otra familia franco-canadiense para una nueva emocionante aventura. Solamente puedo recordar el apellido, Thibault,  el señor era el encargado de un orfanato para niños de bajos recursos. El Sr. Thibault era el más veterano de todos en términos peruanos, gozando de una gran ventaja de experiencia de vida en el país sudamericano. Él decidió que iríamos a Santa Rosa de Quives, un tesoro escondido que sirvía como centro espiritual o algo por el estilo. A mí no me habían explicado nada. Viendo que ambos Alain Lambert y él disponían de sus vehículos deportivos utilitarios (o camionetas si prefieren), usamos sus autos y decidieron separar a los pasajeros hombres de las mujeres. Fue algo curioso pues ambos eran hombres y manejarían así que la integridad del plan no era fiel a su propósito. El Sr. Thibault iría primero actuando como el coche guía en la caravana de aventureros, lo que parecía lógico pues sólo él sabía adonde íbamos, llevándose las mujeres en su vehículo. Alain, el veterano de la policía real montada canadiense llevaba consigo los hombres, todos muy guapos y apuestos, en el auto de escolta. Él respondió con su gran sentido del humor, bromeando que estaba acostumbrado a seguir sospechosos a lo largo de su carrera manteniendo la paz, al aceptar su papel en esta aventura. Nos instalamos todos para nuestra partida rumbo a Santa Rosa de Quives.

Al navegar por el mar de tráfico terriblemente desorganizado de la ajetreada Lima, el fantasma del mareo al estar dentro del auto me atacó estando sentado al lado de Brian y Mario. Intenté ahuyentar las fuerzas del mal distrayéndome con el paisaje donde observé por primera vez los llamados pueblos jóvenes – el apodo nacional para los barrios pobres – bañados de polvo, arena y basura. Pasamos por el famoso Río Rimac que atraviesa el centro de Lima. A veces el cauce es fuerte, pero cuando pasamos por ahí parecía un chorrito de color café. Mario dijo que que era el único río en el mundo en donde se podía hacer rafting en agua café. Todo seguía cobijado por la persistente garúa acompañada por el olor fétido previamente mencionado. De repente un "tabernacle", pronunciado en un colorido acento francés procedente de Lac Saint Jean, se anunció en boca del capitán de la nave seguido por una breve explicación de que Alain perdió de vista el coche líder. Quizás sus habilidades policíacas sufrieron un desgaste luego de varios años trabajando en una responsabilidad que lo tenía anclado al escritorio. Ahora éramos cinco gringos con un viaje sin rumbo, rodeados de los pueblos jóvenes y su esplendor respectivo. Éste respondió con una breve salida de la autopista, no para mostrarnos más de cerca el paisaje, si no para pedir direcciones. Preguntó en su acento franco-canadiense a un peruano con apariencia indígena cómo podíamos llegar a Santa Rosa de Lima. Fuimos por doquier, al parecer, nadie entendía lo que buscábamos pero eran lo suficientemente amables de contestar dándonos instrucciones poco claras, quizás con la esperanza que éstas serían útiles para que alcanzáramos nuestro objetivo. En ese momento, se perdió toda esperanza. Seguimos por un rumbo poco pintoresco mientras que los residentes de esta zona nos brindaban una mirada de curiosidad, preguntándose a ellos mismos lo que hacíamos ahí. Creímos que nadie sabía dónde se encontraba ese lugar, pero de hecho, el lugar donde íbamos se llamaba Santa Rosa de Quives mientras que Santa Rosa de Lima era el nombre de una virgen. Ésta fue la primera santa procedente del continente americano y la santa patrona del Perú. Supongo entonces que Santa Rosa de Lima realmente estaba en todas partes.

Después de semejante fracaso al intentar de reintegrarnos a nuestro grupo de viajeros o bien encontrar Santa Rosa de Quives, todos estuvimos de acuerdo de parar en algún lugar simpático para almorzar. Dado que no existían teléfonos celulares, ni teníamos alguna radio militar, no pudimos comunicarnos con nadie para avisarles lo que nos había sucedido. Paramos aún dentro de los límites de la ciudad de Lima en un distrito conocido como Ancón, cuando Alain nos mencionó que era un destino de varios limeños buscando playa durante los meses de verano. Era difícil imaginar estos lugares sin la neblina y la fresca humedad que siempre nos seguía. Sin importar el estar dentro o fuera de casa, siempre sentía uno la ropa algo mojada y pegajosa. Nos estacionamos en una playa – vocabulario local significando estacionamiento – dónde únicamente un bote estaba parado perfectamente en paralelo entre las rayas de demarcación. Hasta los remos estaban guardados perfectamente dentro del mismo. Nos pareció muy cómico esto visto desde una perspectiva de América del Norte, pues un oficial de la policía en nuestro país se mantendría terriblemente ocupado dando y escribiendo multas en esta ciudad. El barco se salvaría. La gente normalmente paraba su auto donde le era conveniente y las reglas para manejar eran inexistentes. Claro que para un extranjero todo eso puede ser raro, pero no podemos juzgar a los demás por ser diferentes o pedirles que sean como uno. Cuando a Roma fueres, haz lo que vieres. Luego encontramos un restaurante de mariscos muy simple dotado de un gran menú. Era normal en ese país que afuera de estos lugares, una persona se acercaba a la gente que pasaba para convencerlos de entrar a su local. Alain le respondió preguntando si en ese restaurante vendían un trago llamado Sangre de Tigre. Obviamente el camarero nunca en su vida había escuchado de tal brevaje pero le contestó con ese espíritu despreocupado y emprendedor que tenía todo lo que podríamos desear. El resto del grupo compartió el mismo nivel de conocimiento en cuanto al capricho de Alain pero igual entramos entusiasmados por el hambre que teníamos. En ese momento aprendimos que a veces, entre más modesto se vea un sitio, más auténtica es la comida. Nunca podré recordar el nombre de ese local pero la comida fue espectacular. Comí el mejor ceviche mixto – un plato típico de la costa peruana, generalmente a base de pescado cocido en el jugo de limón, pero éste tenía pulpo, pescado, camarón y un montón de cosas. Mi plato contenía la mitad de la vida marítima de los mares peruanos y hasta conocí nuevas especies al probar mi comida. Tremendo placer culinario. Más tarde tuvimos la oportunidad de probar la bebida Sangre de tigre una mezcla del jugo del ceviche con vodka – un brebaje tan extraño que nunca más lo volvimos a probar. Después de la comida nos dirigimos al malecón y al puerto.

Vista de Ancon sin neblina


La neblina continuó complicándonos la vida, sobretodo después de llenarnos hasta el tope con esa increíble comida. Vimos varios monumentos contándonos algunas historias acerca de los héroes de la región quienes dieron sus vidas al defender su país adorado. Los peruanos se enfrentaron varias veces a sus vecinos y eternos rivales del sur, Chile. Me pareció curioso todo esto pues estudié mucho referente a estos conflictos cuando viví en Chile pero ahora era el turno de escuchar la versión de los peruanos. Mientras caminábamos encontramos un servicio de mototaxi – una motocicleta con un tipo de cochecillo como los que jalan en China – y contratamos dos para hacer un tour de Ancón. Ahora íbamos a poder conocer más sin tener que caminar con el estomago lleno y pesado. Los operadores no se veían preocupados en lo absoluto al tener que cargar tres niños adolescentes grandes y dos adultos pesados, uno más que el otro. Volaron por las calles estrechas – a veces hasta sobre la vereda – sin explicar absolutamente nada ni darnos tiempo para observar el paisaje hasta que de repente, me di cuenta que viajábamos por la autopista en sentido contrario. Una verdadera experiencia a lo MacGyver. Los choferes iban compitiendo, rebasándose, y al pasar los pasajeros intercambiaban muecas y gestos de todo tipo. Los dos vehículos volvieron a integrarse a las calles y veredas de la ciudad, completando un circulo que nos dejaba nuevamente en el punto de partida del malecón. Fue un tour express de Ancón durando 15 a 20 minutos. Estoy seguro que nos perdimos de mucho pero compartimos muchas risas y grandes anécdotas para compartir con las mujeres al llegar a casa. Me enteré por mi Maman y Angèle, la madre de Mario, que el tour que hicieron ellos fue un poco aburrido comparado al nuestro y que quizás perdernos fue una ventaja. Santa Rosa de Lima supo lo que hacía.

domingo, 18 de septiembre de 2011

Mi Amigo El Soviético

Tal como mencioné más o menos al final de mi previa entrada, el mundo siempre tiene una manera de reponer algunos aspectos de la vida en cierta forma. Este tipo de energía también entró en juego durante mis primeros meses al inicio del mundo de Roosevelt. Me sentía totalmente rechazado por los peruanos, con todos los caminos invadidos por avalanchas de enfrentamientos. Ya no contaba con aquella opción de integrarme a ese grupo y no quería exponerme a más maltratos. Si mi vida tendría que sufrir más bombardeos, no lograría sobrevivir esta misión. El camino hacia una adaptación ya era lejano y ahora me concentraba en asumir la realidad de mi situación. Ya podía identificar varios paralelos entre mi vida y películas situadas en cárceles. Sabía que la clave de mi triunfo era enfrentar todo esto y era tener alguien que me cubriera la retaguardia. Mi hermano se había ofrecido muy amablemente para apoyarme – seguramente notando que iba de mal en peor en todo esto, pero no podía pedirle a mi hermano de luchar donde me tocaba hacerlo yo. Necesitaba formar mi propio equipo.

Iván Drago durante una conferencia de prensa

Los demás grupos eran más pequeños, entonces me imaginaba que era aún más difícil integrarme a ellos. Los otros eran grupos de americanos junto con otros chicos de habla inglesa, también habían grupos más tranquilos y distanciados como los japoneses y los coreanos. Me sentí a la par con todos cuando evaluaba mis oportunidades para integrarme pues compartía el mismo ingrediente con todos en esta mescolanza: un montón de nada. Éramos todos extranjeros pero, bajo mi punto de vista, esto no era suficiente para crear un vínculo. Durante algún tiempo navegué este mar de turbulencias sólo observando a mis compañeros durante las clases y a la hora del almuerzo. A lo lejos notaba como conversaban y no me sentía lo suficiente sociable como para calibrar mi apetito de riesgo. No prefería un grupo a otro, pero empecé paso a paso a establecer una amistad con Mario Lambert, un chico franco-canadiense hijo del agregado de la Policía real montada canadiense de la embajada y con David Williford, quien creo que fue hijo de un misionario americano. Los dos figuraban en mis clases de español, debate y poseía, tenían un gran sentido del humor. Nuestra maestra era una ex Miss Perú – seguramente durante la prehistoria – que se llamaba la Miss Saco, quién demostraba una gran dificultad a la hora de controlar sus alumnos y ganarse el respeto de ellos. Si alguna vez vieron un episodio de Oz, bueno, esta situación tenía un gran parecido durante las escenas de disturbios. La única diferencia era que nuestra clase llegaba a un fin para todos con la misma campanada pero en Oz, todos tenían diferente sentencia. El ambiente era demasiado relajado en esa clase, entonces esto propicio la oportunidad de poder hablar frecuentemente con los dos logrando establecer un acercamiento.

Durante el cursos donde yo era el objetivo en la práctica de tiro al blanco (Educación Física) empecé a hacerme amigo de un chico que parecía eslavo. Realmente, le encontraba un parecido con el gran rival de Rocky, Iván Drago, pero algo más corpulento y bajo de estatura. Al parecer, nadie lo incluía en los equipos cuando al organizar las actividades deportivas. Yo nunca escogí equipo porque ya sabía que me decisión no sería tomada en cuentao. Los alumnos lo insultaban con frecuencia utilizando una plétora de insultos los cuales jamás había yo oído en mi vida y prefiero no repetírselos. Era evidente que él era otro extranjero y al parecer, podríamos fomar un buen equipo. Si a mí no me querían en este colegio y era un chico “normal”, seguramente él también era mejor que el promedio compartido. La primera vez que me acerqué al camarada, le hablé en inglés debido a mis limitaciones en ruso. Esperé que este fuera un idioma en común. Supuestamente, debíamos jugar voleibol y ninguno de los dos tenía pareja para practicar. Me respondió de formar verbal pero aunque sus labios se movían y su habla luchaba ante el incesante ruido de balones rebotando sobre la superficie del gimnasio, no le entendí una sola palabra. Logramos comunicarnos de alguna manera únicamente con gestos y expresiones en nuestros rostros, por ejemplo señalar con la mano hacia uno mismo para que el otro se acercara y el pulgar hacia arriba significando “OK”. Seguimos jugando de esta manera por un buen tiempo y a veces hasta nos reíamos juntos durante la sentencia que cumplíamos en el gimnasio. Era muy curioso poder establecer un buen contacto con otra persona sin la necesidad de hablar.

Poco después noté que el soviético también asistía a la misma clase de Historia del Mundo. Kevin “El Chivo” Jameson, un clon perfecto de Woody Harrelson, dictaba este curso. Era un joven americano, seguramente profesor de adolescentes por primera vez en su carrera. Además era una persona tímida, lo cual no le favorecía absolutamente nada en su tarea de maestro ante semejante público. El motivo por el cual se le denominaba el chivo era porque, durante sus presentaciones relacionadas al día de clase, una persona aleatoria gritaría con todo furor “Kevin chivo” y el resto de la clase seguía en coro con un, “¡Ey yey yey yey yey!”. Cada yey era más fuerte que el anterior y según el día y las circunstancias, se podían agregar más. Al parecer, el maestro nunca solía tener respuesta a este comportamiento y aunque esto me parecía cómico, no podía creer el poco control que tenían los profesores en sus salones y la falta de disciplina de los alumnos. En mis otros colegios, jamás había visto esto. De cualquier manera, mi compañero de Europa del Este y yo nos unimos al coro. En algún momento también pudimos haber iniciado el llamamiento al chivo generando el tsunami. De hecho, esto fue una excelente manera de liberarme del estrés en ese mundo. Cada que terminaba el curso del Sr. Jameson, siempre me sentía preparado para enfrentar el resto de mi mundo hostil. Kevin era una muy buena persona quien no mostraba resentimiento por lo sucedido en su clase. Quizás al finalizar su clase daba gracias a los dioses por haber teminado. Varias veces charlé con él acerca de basquet pues supuestamente jugó para Duke en el NCAA. Yo era joven pero no tonto. No parecía tener el físico de un atleta universitario.

Alejandro, Kensuke y yo


El ruso y yo finalmente empezamos a hablar cuando me di cuenta que se llamaba Alejandro. Ahora podía discernir el idioma que luchaba en ser traducido a mi oído, un acento fuerte conocido como el andaluz. Es algo similar al castellano (español), pero con la falta de muchas letras que son ignoradas en el proceso de la pronunciación. Tampoco era una ventaja que jamás había yo escuchado este regionalismo. Él no hablaba relativamente nada de inglés pues también ésta era su primer experiencia estudiando en este idioma, pero por lo menos yo tenía algo de conocimiento oral. Gracias a esta nueva amistad, me uní a mi compañero deportivo, el basquet, que practicaba durante el recreo con él y sus amigos coreanos y japoneses. Este momento fue cuando él me presentó a Kensuke Kobayashi, un gran amigo japonés quien nos sirvió como conducto a la cultura japonesa y ese gran idioma. Kensuke me enseñó algo que jamás olvidaré: Onara no nioigasuru (huele a pedo). Esto llevaba una conotación con el olor constante de guano en la ciudad. Era un chico muy simpático y con un gran sentido del humor. Ambos me permitieron conocer culturas muy diferentes a la mía y compartir mis conocimientos sobre mi país. A través del rechazo de mis anfitriones, me volví más orgulloso de mi país y de ser canadiense. Ahora parecía encontrar mi lugar en mi nueva vida. Todos éramos chicos en tierra ajena.

domingo, 11 de septiembre de 2011

Segunda Sangre: Cómo Sobrevivir La Intimidación


Ser el chico nuevo en el colegio, no era ninguna novedad para mí. Nunca conté con un Col. Trautman para guiarme. Esta vez noté un clima más difícil en comparación a mis previas experiencias. Ahora era un adolescente y a esta edad pierden valor los juguetes, los dibujos animados y los demás elementos esenciales para los chicos menores. En ese momento, el juego cambia totalmente y el riesgo es más elevado. Los estudiantes usaban todos uniforme, pero de cualquier manera, ahora la apariencia era importante, la habilidad de exhibir un comportamiento ‘cool’ y ser popular eran las reglas que dominaban el enfrentamiento. El hecho de ser nuevo en el terreno de combate no me parecía ser ventajoso. Busqué maneras de volverme más extravertido y ganador, para dejar atrás mi imagen de tímido, sin realmente lograr una verdadera metamorfosis. Podía ser mi oportunidad de empezar a partir de cero. En cambio, opté por ser quien soy, naturalmente pensando que mis compañeros me aceptarían. Hay un dicho dice: “Sé quien eres y serás amado”. En gran parte, logré mantenerme a un lado, bajo el radar, quedándome en la biblioteca leyendo durante mi tiempo libre, observando desde el primer día cómo interactuaban los alumnos y cómo se dividían en diferentes grupos.

Franklin D. Roosevelt, arquitecto del Nuevo Trato

Obviamente, el grupo más grande dentro de todas las fracciones de nuestra promoción eran los peruanos. Previamente, había logrado integrarme con los venezolanos y los chilenos, lo que me llevó a pensar que ése era el lugar para mí. Después de todo, ¡éste era mi continente!. El sistema escolar se basaba en créditos hacia la graduación, entonces era raro tener los mismos compañeros en todas las clases. Supongo que los americanos diseñaron el sistema de esta manera para preparar a los líderes del mañana para el siguiente paso hacia la universidad. Ésta también fue la primera vez que podía elegir algunos cursos, un concepto muy interesante para mí. A veces algunos cursos coincidían con los de otros alumnos. Uno de mis primeros amigos, fue Lucho Zúñiga, un peruano amable aficionado al surf. Me sentaba con él de vez en cuando en la biblioteca, donde yo leía algún libro que me interesaba. También compartíamos las clases de: álgebra, inglés, historia del mundo y educación física, lo que me llevó a pensar que podríamos ser buenos amigos. Él no parecía tener inconveniente con mi presencia. Otro conocido peruano fue Cristian Hajossy, un chico simpático en mi clase de Ciencias Físicas dictada por Ms. Zalecki. Juntos caminábamos por la tarde hacia la escuela primaria donde nos venían a recoger al terminar las clases, y aprovechaba para preguntarme acerca de mi país, mi familia y me hablaba de la chicas bonitas del colegio. Parecía que todo empezaba a entrar en orden.

El problema más grande que tuve que pasar provenía de un chico que también era nuevo llamado Rafael Benavides. Según lo que me habían informado, su padre trabajaba en el cuerpo diplomático peruano y acababa de volver de Londres. Pensé oportuno presentarme con la esperanza de hacerme amigo pues habíamos vivido situaciones similares pero al parecer, entre más intentaba hablar con él, las cosas empeoraban. Teníamos la misma aula para el estudio libre y cada vez le rogaba discretamente al profesor de dejarme ir a la biblioteca a estudiar. Era la mejor solución que se me ocurría para protegerme de los demás estudiantes que se divertían molestándome, insultándome y arrojándome toda clase de objetos (borradores, libros, tiza y todo tipo de maravillosos proyectiles) pues el maestro solía dejar su salón solo. Supongo que la lógica que predominaba en su mente era que podíamos “estudiar” mejor a solas. Cuando se acercaba la hora de esa clase, me entraba un temor horrible y jamás se lo comenté a mis padres, ni profesores, ni a cualquier otra persona, que estaba yo pasando por esto. No quería ser conocido como la persona que delataba porque no lograba asumir la realidad. Pensaba que al mostrar alguna debilidad, caerían más palos y trompadas y recuerdo que al llegar al primer mes en este colegio, rezaba a diario que se terminara la misión antes del tiempo debido. Decidí adoptar todo tipo de técnicas para manejar esta crisis cuando me veía obligado a permanecer en el salón por ejemplo, mantenerme callado e ignorar a los demás o pedir que me dejaran en paz pero nada funcionaba. Una vez le pedí amablemente a Rafael que me dejara tranquilo y como resultado, se paró para empuñar un borrador de pizarra con el que me pegó violentamente en la parte de atrás de la cabeza. Yo no sabía cómo responder ante semejantes ataques.

Para empeorar las cosas, después de la clase de educación física, Lucho y yo, corríamos juntos hasta la clase de álgebra al otro extremo del colegio esperando llegar antes de lal campanada, indicando el inicio del próximo curso. Si no llegábamos a la hora, nos darían una advertencia. Si acumulábamos más de tres, debíamos quedarnos después de que terminaran los cursos castigados y ¿quién quería quedarse más de la cuenta en el colegio? Un día, Lucho y yo, llegamos tarde y nuestro profesor, Mr. Brenig, nos pidió que escribiéramos nuestros nombres sobre la lista como advertencia. Estábamos apurados y yo era el primero en fila entonces me puse a buscar un lapicero para anotar mi nombre en la lista mientras que Lucho me insistía que le prestara el mío. Recuerdo haberle contestado después de su insistencia que se lo pasaba justo al terminar de escribir mi nombre. Esto me parecía lógico pues yo era el primero en la fila. Me enteré muy poco después, que él no estaba totalmente de acuerdo con mi razonamiento. Durante el resto del semestre y el siguiente, Lucho, Rafael y sus amigos de educación física hacían práctica de tiro al blanco utilizándome a mí. Si llegaba a pasar enfrente de ellos, intentaban pegarme con cañonazos de balones de fútbol y en los pasillos me empujaban o intentaban hacerme alguna zancadilla. “¡Bienvenido al Perú!” me exclamaba a mí mismo. Me pregunté cómo era posible estar metido en esta situación como el enemigo público número uno sólo por un lapicero. Todo esto era ridículo. Hicieron todo lo posible para que lo pasara fatal en mi nuevo colegio. Inclusive, una vez me robaron el uniforme del colegio que tenía en un casillero mientras llevaba puesto el uniforme de deportes, obligándome a pasar todo el día en ropa sucia y transpirada. Fui a la oficina de Mr. Weinrich, el director, para hablar con él referente a mi falta de uniforme y él por supuesto, estaba consternado sin poder creer que esto me sucedió en su colegio. Empecé sinceramente a pensar que esa presentación a la que había asistido junto con mis padres había sido una increíble mentira prefabricada para lavar a todos el cerebro con su campaña de la imagen pública como institución formando los líderes del mañana.

John Rambo también fue privado de paz y serenidad


Realmente, nadie más entró en este juego dedicando su tiempo a tratarme mal. No obstante, fue mi primera experiencia al mundo del maltrato y lo mal que uno se puede sentir al ser la víctima. Yo reaccioné de forma negativa, cerrando las puertas al resto de los estudiantes peruanos, sintiendo que todos estaban en mi contra. Quizás esto fue verdad o quizás no. Mi primer año, aunque logré hacer buenas amistades – algo que dedicaré más tiempo en mis siguientes capítulos, pueden estar seguros de eso – esta forma de ser tratado me hacía sentir marginado creando unas ganas increíbles de meterme a un avión y refugiarme entre mis amigos en mi antiguo colegio en Ottawa. De cualquier manera, la justicia siempre llega de manera inesperada y misteriosa. Quizás es mejor decir, lo que uno hace se le regresa. Cerca del final de mi primer año ahí, estábamos jugando fútbol en el gimnasio como parte del curso de educación física y por supuesto, todos los chicos en la cancha estaban en mi contra, incluyendo los integrantes de mi equipo. Rafael siempre corría en mi dirección, empujándome y haciéndome caer al suelo, seguido por su risa al verme tirado.  Después de varias semanas de lo mismo, perdí toda mi paciencia entonces al verlo iniciar su carrera hacia mí, me dirigí hacia él como un tren a todo vapor, entrando para patear el balón con todo mi impulso. Al hacer contacto con el balón, me lo llevé a él también con el movimiento, haciendo su cuerpo proyectarse en el aire dando una marometa y haciéndolo caer fuertemente al suelo, y se fracturó el tobillo. Esto fue totalmente sin “querer queriendo” como diría el Chavo del Ocho. Yo me comporté como si nada y seguí corriendo. Como consecuencia a esto, Rafael tuvo que andar con un yeso por el resto del año escolar y los demás chicos me dejaron en paz durante toda mi estadía en el colegio. Ambos se disculparon conmigo de haberme maltratado - algo que me tomó totalmente por sorpresa - al final del año escolar. Logré hacerme respetar mismo si fue por pura casualidad, obteniendo un estatus de intocable.

domingo, 4 de septiembre de 2011

Claves Para Encontrar Un Buen Colegio


            El rito del pasaje más importante para un chico o una chica adolescente son los últimos años de escuela secundaria y por primera vez, Brian y yo, debíamos escoger una. Nuestra primer visita a uno de estos colegios fue el Lycée Franco-Peruano, ubicado cerca de la esquina de Avenida Primavera y la autopista Panamericana Sur. La ubicación era ideal debido al tráfico limeño, quedaba a tan sólo a 5 minutos de nuestra futura casa. Nos recibió el temido Proviseur (el equivalente a un director) quién nos hizo el gran tour del campus y las respectivas instalaciones mencionando al pasar que debido a nuestra edad, ya no era necesario usar un uniforme. Eso fue un gran consuelo ya que habíamos abandonado esa costumbre desde 1992. Los edificios lucían tristes al ser olvidados por el tiempo y el campo deportivo se veía limitado a un terreno de cemento con cancha compartida para el basquet y fútbol. Ya me imaginaba los conflictos para practicar deporte. Es algo complicado tener partidos para cada deporte simultáneamente. Después de esto, nos hizo tomar asiento en su oficina donde examinó nuestras calificaciones explicándonos en un tono arrogante que debido al calendario del hemisferio sur debíamos repetir el mismo año escolar que terminamos en Ottawa. Esto significaba que a mi hermano le quedarían dos años y medio y a mí dos más para llegar al glorioso día de la graduación. Esta visita nos dejó con un sabor amargo.  

Biblioteca del colegio Roosevelt

            El siguiente colegio de la lista era el mismo donde la mayoría de los niños de la embajada estaban inscritos, el Colegio Franklin D. Roosevelt. Éste era el colegio americano donde los hijos de diplomáticos, ejecutivos extranjeros, políticos y la élite del Perú asistían. El barrio era algo más acogedor comparado al del famoso Lycée y la propiedad era inmensa. Parecía un country club pero con el aspecto negativo de tener que asistir a clases. La administración organizó un evento de orientación para los padres de familia y los futuros estudiantes increíblemente preparado en la biblioteca. Todos estábamos impresionados con la calidad de educación el cual permitía a los estudiantes recibir un diploma de colegio americano (una gran ventaja pues los estudios eran reconocidos por las provincias canadienses) al igual que el prestigioso Bachillerato Internacional. Los presentadores se concentraron en el gran espíritu de compañerismo, honestidad, integridad y disciplina. Luego, comentaron que un estudiante se robó un cuadro durante un evento patrocinado por el colegio, algo tan raro en esa comunidad y   jamás sucedía en esta gran institución cuando había algún evento. Nos sentíamos todos tremendamente impresionados y estoy seguro que después de esto, todos los padres de familia estaban más que listos para matricular a sus hijos.

            Después, Brian y yo, nos reportamos para ser entrevistados por el director, el Sr. Brian Weinrich – quien tenía un increible parecido con el Dr. Frasier Crane. El propósito de este encuentro seguramente era para que él pudiese determinar nuestra integridad y fibra moral. Me sentía invadido de ataques de nervios sobretodo al presenciar esa gran presentación y deseaba poder ser lo suficientemente hábil para integrarme a la población estudiantil. Brian estaba dentro de la oficina mientras yo esperaba mi turno, armando en mi cabeza una estrategia para hacer resaltar mi gran personalidad junto con mi gran record académico. No estaba convencido que fuese suficiente. Finalmente salió mi hermano pero no podía preguntarle como le fue ni algún consejo pues ahora me tocaba a mí. Me invitó a sentarme del otro lado de su escritorio y lo hice, guardando una gran postura pareciendo estar muy seguro de mí mismo. Me concentré para crear una aureola angelical visible al mundo exterior. Él inció con unas preguntas simples para romper el hielo pero por lo nervioso que estaba, no recuerdo absolutamente de lo que conversamos. Lo único que recuerdo es que cuando terminamos, me sonrió y me dijo que me iría genial en este colegio si decidía que era adecuado para mí. Al darme cuenta de ese comentario pensé que logré impresionarlo con alguna respuesta que le brindé para ahora poder gozar del privilegio de tener la decisión en mis manos. Me sentía orgulloso de mí. También me mencionó que si por algún motivo me encontraba en problemas en cierto momento, que su puerta siempre estaba gran abierta para todos. ¡Ufa! ¡De verdad sí que dí una buena impresión! Encontré a mi hermano quien, al igual que yo, sonreía y mis padres también, dejándonos con el deseo de festejar el gran logro.

            El siguiente paso era conocer al consejero de orientación en su oficina, al costado del edificio de la biblioteca. Ésta sería nuestra arma secreta para triunfar académicamente. Se llamaba Robert Piper, un señor algo mayor proveniendo de Nueva Inglaterra. Me sentía colmado de entusiasmo, listo para entrar y asegurar mi futuro para los siguientes dos años. Una vez más, después de Brian, era mi turno de charlar para unirlo a mi equipo. Al estar sentados en su oficina, conversamos de mi antiguo colegio, los cursos que me gustaban y lo que significaba vivir en el Canadá para mi. Al abordar ese último tema, me dijo que habían varios alumnos canadienses en el colegio lo que me haría sentirme en casa. También recomendó que sería mejor para mí ponerme en el nivel 9 donde mis compañeros tenían mi misma edad – según el sistema del Lycée francés pertenecía académicamente al nivel 10. Me dejó tomar mi propia decisión y seguí sus consejos pensando que él era mi único punto de referencia en aquel momento. Después, pasamos al tema de la NBA durante aproximádamente media hora logrando compartir mi decepción al no poder estar en casa para presenciar el primer año de la franquicia de los Toronto Raptors. Al escuchar esto, me comentó que era un gran fanático de los Celtics, lo que yo no podía entender. Le expliqué la maravilla de los Lakers y el potencial de poder unirse para devolverle la gloria que merecía esa ciudad en la liga. Era cuestión de tiempo. 

Parte del edificio de la escuela secundaria

            En fin, Brian y yo, nos decidimos por el Colegio Roosevelt entre todas las escuelas de Lima. Ya no había nada más que ver. Nadie en la administración del colegio parecía tener problemas con el hecho que jamás habíamos estudiado en inglés. Claro que en casa lo hablábamos con mi padre, pero eso era todo. Nunca habíamos escrito o tenido que estudiar lo que fuera en ese idioma. Yo sabía que iba a tener que trabajar mucho para merecerme ese lugar en ese colegio dedicado a la excelencia y representar correctamente a mi país ante mis pares. El primer día se acercaba como un tren a toda velocidad y las cosas parecían más complicadas que nunca. Recordé también que los demás alumnos nuevamente tenían esa gran ventaja de haber compartido varios años juntos en el mismo colegio y sería difícil para mí unirme a ellos. No me imaginaba qué esperarme de ellos pues hasta ahora, conocía muy poco del Perú. Lo que más confianza me daba era que había tomado una buena decisión al escoger el Colegio Roosevelt y además el tener a mi hermano ahí me convencía que lo ibamos a lograr juntos. Los Bickford siempre salían ganando y esto era nada más otro reto que debíamos vencer.