Durante
el conflicto interno en el que intenté encontrar sentido dentro del va y ven de
la vida limeña, mi propio país buscaba lidear con sus mismos acertijos.
Ambos luchábamos contra nuestros demonios al exteriorizar una tranquilidad
serena. Aun cuando siente uno que su mundo se derrumba sin poder hacer nada, es
importante hacer como si estuviera en control de las cosas. Me recuerda a una
camiseta genial que vi una vez en la calle anunciando a los demás peatones: “La llega de Dios está cerca. ¡Aparenta estar
ocupado!” El mundo debía saber que tanto Canadá como William Bickford
tenían sus vidas en orden y que estábamos listos para seguir trabajando como
cualquier otro día. Al llegar el mes de octubre, me di cuenta que mi situación
no era tan sería como lo pensaba cuando el rumor rondando mi entorno –
principalmente entre los canadienses de la embajada y nuestros expatriados – se
centraba en el tema de Quebec y la probabilidad de la
separación. Estaba totalmente sorprendido sin poder
entender como alguien podría querer desvincularse de la comunidad canadiense,
pues ésta compartía una gran semejanza con una sociedad utópica gracias a mis
experiencias y conocimientos. Se trataba de la tierra de la tolerancia y
la diversidad. Cada uno gozaba la libertad de hacer lo que querían bajo nuestra
bandera. Sin duda me sorprendió aún más cuando gente totalmente externa a este
conflicto se acercaba, preguntándome detalles de lo que sucedía entre ambas
culturas: los ingleses y Quebec. Empecé rápidamente a volverme experto en este tema a los 14 años.
Manifestación al estilo canadiense: ¡Te amamos Quebec! |
El
separatismo en Quebec ha seguido históricamente un patrón parecido al trayecto
de una montaña rusa. Altibajos muy evidentes. Los altos, generalmente producidos por tiempos de incertidumbre
económicos (ej: recesión de los años 1990), conflictos internacionales
(ej: las grandes guerras en las que Quebec se oponía a la participación y la
conscripción), malos manejos internos (ej: Quebec no siendo reconocido como una sociedad distinta o no
ratificar nuestra constitución) o la involucración
de agentes externos que no tienen lugar en
asuntos internos (ej: discurso de Charles de Gaules llamando a los francófonos
al “Viva el Quebec libre.”) Los bajos son más fáciles de identificar
porque sólo se escucha un montón de nada. A mediados de los años 90, la máquina
separatista perdía su fervor mientras que el Gobernador de la provincia y jefe
del Parti Quebecois, Jacques Parizeau, lanzaba su campaña de independencia, un gran sueño de toda su carrera política.
A nivel federal, contaba con el apoyo del líder Lucien
Bouchard, que representaba no sólo el Bloc Quebecois en
la Cámara de los Comunes si no la Real Oposición de su Majestad. Impresionante
logro para un partido separatista de ser el segundo partido más representado en
nuestro parlamento y sobretodo ese enlace importante con la monarquía. Antes
del 30 de octubre, 1995, el día del referéndum, estos eran los que más
destacaban en la voz del “SÍ” (a favor de la independencia). Previos plebiscitos fracasaron bajo los
ojos de los soñadores nacionalistas y esta vez, estaban preparados para hacer
lo que fuera para obtener el codiciado, sí. La realidad referente a las
ramificaciones de una respuesta poco favorable al resto del país, al igual que
la importancia de perder tan gran socio en cuanto a la economía, cultura e
historia no eran obvias en su principio, mismo durante la última semana antes
del voto. La gente de Quebec tenía el
destino de todos en sus manos con respecto al
concierto de las naciones.
El
catalizador del movimiento independentista en Quebec fue mayormente durante la Revolución Silenciosa en
1960, donde las instituciones de esta provincia fueron revisadas nuevamente. La
iglesia católica se vio obligada a cobrar cheques de desempleo al ser destronada
por un nuevo servicio de funcionarios públicos sindicalizados rigiendo los
sectores de salud y educación, al igual que nacionalizando la producción y
distribución de energía dejando esta tarea también al sector público. Esta
época también dio luz al Parti Quebecois, con su misión de separar el país, pero también a un grupo pequeño de
Marxistas llevando ataques terroristas en nombre del Front de libération du Québec. El zénit de sus actividades se observó luego de la Crisis de Octubre en
1970 cuando James Cross, un diplomático británico y el ministro de trabajo de Quebec, Pierre Laporte,
fueron secuestrados, muriendo éste último. Su cuerpo fue encontrado en el baúl
de un automóvil estacionado en el aeropuerto de la ciudad de Quebec. En 1980,
el primer referéndum – formulando una pregunta en paralelo a la soberanía
política pero con cooperación económica –
quedó como una nota de un fracaso inmortalizado en los libros del
pasado. El segundo en 1995 buscaba una independencia
completa pero la pregunta que se le presentaba a los
electores era más bien ambigua. Juzguen por ustedes mismos:
“Está
usted de acuerdo que Quebec debe volverse soberano después de habérsele
presentado una propuesta oficial a Canadá para una sociedad económica y
política dentro del alcance de la ley con respecto al futuro de Quebec y al
acuerdo firmado el 12 de junio de 1995?”
Corríjanme
si no estoy en lo correcto, pero esta pregunta es tan clara como las aguas del
Golfo de México después del derramamiento del petróleo de BP. Algo que tal vez hubiera tenido más sentido
en mi opinión era simplemente preguntar algo como: “¿Está de acuerdo que Quebec debe convertirse en
una nación soberana y negociar nuevos tratados como nuevo jugador en la
económica global?” Algo que tengo claro es que lo anterior es todo o nada. Cuando se decide adquirir un nuevo
televisor, se compra ¿reparado y sin garantía?
Parizeau y su movimiento de gobierno con el Parti Quebecois en 1995
propusieron una nueva ley a la Asamblea Nacional
de Quebec. Ésta proponía otorgarle a la Asamblea el
poder para declarar soberanía de la provincia con el poder exclusivo de aprobar todas sus leyes, cobrar todos sus impuestos y ratificar todos sus tratados. Recibió una revisión inicial, sin embargo la versión final de la legislación
dependía de los resultados del referéndum de 1995. Si ésta se hubiera
convertido en ley después de ser aprobada por la Asamblea, hubiera servido como
fundamento legal para el gobierno de Quebec para declararse como un país soberano.
Del
otro lado del voto, los actores Federalistas liderados por – según las palabras
de mi querido Ahmad Rashad – mi amigazo, Jean
Chrétien, Daniel Johnson, líder del Partido Liberal de
Quebec, Jean Charest, líder del partido Conservador de
Quebec y Brian Tobin, el entonces Ministro Federal
de Océanos y Pescadería. Al principio, parecía confuso que los Federalistas no estaban
haciendo su tarea, aparentando no prestar la atención merecida a este
asunto. Recuerdo que algunas personas
mencionaban que nuestro Primer Ministro se había ido a jugar golf antes del
final del otoño y la llegada de la nieve.
El Gobierno Federal, ante la posibilidad de un voto positivo no diseñó
un plan de contingencia. Algunos de los ministros
del gabinete se habían reunido a discutir escenarios tales
como apelar los resultados en la Corte
Suprema. Los
funcionarios más experimentados consideraron el impacto del voto en asuntos
como fronteras territoriales, deuda federal, el futuro de Chrétien y su legitimidad al ser elegido en una circunscripción
electoral de Quebec; ¿Podría garantizar al Gobernador General que retendría el
apoyo suficiente dentro de su partido para permanecer como Primer Ministro? El Ministerio
de Defensa hizo las preparaciones suficientes para
incrementar la seguridad en algunas instituciones federales y ordenó que
nuestras naves CF-18 salieran de Quebec, asegurándose de que no se utilizarían como un
chantaje para futuras negociaciones.
Los pueblos aborígenes de Quebec también estaban del lado Federalista. Los
jefes de las Primeras Naciones reclamaron que asociarse al Quebec independiente violaría la ley
internacional, pues sus acuerdos estaban ratificados con el gobierno de Canadá. El gran jefe Matthew
Coon Come enfatizó que los derechos de auto
determinación de los Cree eran válidos siempre y cuando sus territorios se mantuvieran bajo
jurisdicción canadiense.
El padrino del separatismo, Jacques Parizeau |
El día que Quebec votó me trasnoché. Fue la
primera vez en mi vida pre-adulta que mis padres me habían permitido permanecer
despierto hasta la hora que quisiera. Después de todo, el futuro de mi país estaba en
juego. Esperaba que el voto negativo fuera
mayoritario, siendo un fuerte defensor del idioma francés, habiendo asistido a
la escuela francesa y teniendo fuertes vínculos con esta cultura. Yo creía en
un Canadá fuerte junto con Quebec. Como
Jean había dicho en la Cámara de los Comunes, “Si no está Quebec, no hay Canadá”. Fue
una noche luchada al escuchar los resultados entrantes que permanecían
alrededor del margen del 50% y oscilaban entre el “Sí” y el “No”. Nunca había
estado tan nervioso, ni siquiera en un partido de fútbol de la Argentina. En el
momento que los votos de Montreal, la región del Outaouais (justo al otro lado del río de Ottawa), las Primeras Naciones y las municipalidades del Este provinieron, era claro que los separatistas habían perdido. ¡Canta y no
llores! Al final de la noche, la votación se mantuvo en un 50.58% (2.362.648 votos) a favor del NO y un 49.42% a favor del SÍ. ¡Qué noche tan increíble! Jacques
Parizeau salió en primera plana, casi en lágrimas al reconocer su derrota, dio
un discurso a los que lo apoyaban y presentó su carta de renuncia como Primer
Ministro de Quebec. En sus memorias
dijo que si hubiera obtenido una votación del 50% + 1 hubiera negociado una
separación pero que los inmigrantes, aborígenes y otros grupos minoritarios eran
los culpables de la derrota. Me imagino que no valorábamos de la misma manera
el multiculturalismo,
la tolerancia y la diversidad.
Yo estaba feliz de que Canadá se mantuviera intacta y que el dragón del separatismo
volviera a su sueño profundo.
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