La bella ciudad de Arequipa descansa en un
valle rodeado por los Andes en cuyo paisaje resalta la presencia del volcán El
Misti. Ésta es la segunda urbe más poblada del país incaico la cual ha dado a
luz a algunos personajes orgullosamente reconocidos en el mundo hispano, tales
como Mario Vargas Llosa, recipiente del Premio Nobel y también el muy distinguido Víctor Andrés Belaúnde, Secretario General de la
ONU en dos ocasiones. La arquitectura
colonial en su casco viejo, construida usando piedra volcánica blanca, le da un
toque único explicando su apodo como La Ciudad Blanca. Esta imagen
metropolitana fomenta en lo más profundo de la consciencia de sus habitantes,
alimentando un orgullo especial. Durante mi época en Lima (del año 95 al 99),
el pueblo arequipeño debatía la posibilidad de una autodeterminación alejándose
del estado peruano, pero el resabio llevaba un toque de comedia para los
burócratas sentados en el congreso nacional en la ciudad capitalina. Además,
hasta se podía conseguir un pasaporte arequipeño – hasta le tomaban la foto a
uno en plena calle – de vendedores ambulantes en el centro de Lima.
Nuestra restaurante con vista a la Plaza de Armas |
Hice este viaje a Arequipa junto con mis
queridos padres en semana santa de 1999. El primer día lo dedicamos al
esplendoroso corazón de la ciudad y sus numerosas arterias alimentando el casco
antiguo, empezando por la Plaza de Armas. Esas plazas principales representan
el nacimiento de muchos pueblos establecidos en la era colonial y suelen portar
el mismo nombre. Los conquistadores diseñaron la ciudad usando como base la
estrategia militar, dejando siempre un espacio abierto donde la gente podía
congregarse para recibir armamento en el caso que cayeran las demás líneas de
defensa durante un ataque. Los Bickford cubrieron la retaguardia desde una picantería
– nombre para los restaurantes que sirven platos tradicionales – deleitándose
con la incríble vista de la Basílica Catedral de Arequipa. Después de haber
pasado años entre los predecesores de los incas, era evidente que hasta la
comida en esta ciudad tenía raíces establecidas únicamente por la Madre Patria,
apartándose de influencias gastronómicas criollas, japonesas o chinas, lo
contrario de Lima. En la capital, era alucinante la cantidad de restaurantes chifa
que preparaban comida rápida con un toque asiático. Estos grandes puntos
estratégicos culinarios en Arequpia rodean la plaza principal y son un punto
ideal para observar a la gente mientras almuerzan una comida completa. Se
necesita este combustible en su motor por recorrer allí. No se
pierdan el convento de las monjas, es como una ciudad aparte dentro del centro.
La evolución arquitectónica de la ciudad está
completamente correlacionada con varios temblores que tuvieron. Realmente es
algo sorprendente observar tantos edificios que siguen en pie desafiando no
solamente el tiempo pero la cantidad de terremotos. Yo tuve esa gran
experiencia de vivir uno en el confort de mi habitación en el hotel en una
dulce madrugada. Lo que más pavor le da a uno es escuchar llegar al fenómeno,
como un tren de carga a todo vapor y saber que está uno en su camino. De repente, sale un
tsunami jalando una manada de turistas gritones llevados por el pánico,
agregando algo más a todo este mambo. Al escuchar semejante público
apocalíptico, salté de la cama en dirección de mi armario, en el que logré
rescatar mis habanos Montecristo No. 4 y me disparé hasta la puerta. ¡Caballero!
¡La Madre Naturaleza no me iba a robar tremenda obra de arte del pueblo cubano!
Si llegaba a desmoronarse este hotel, mis habanos debían sobrevivir. Bueno, ya
me desvié demasiado del tema que trataba de la arquitectura colonial en este
gran tesoro andino. Muchos compartimos esa ignorancia que los primeros
arquitectos, ingenieros y constructores no tenían diplomas de grandes
universidades técnicas pero de todas maneras erigieron tremendos monumentos que
siguen siendo admirados hasta la fecha. Sus herramientas eran tan útiles como
juguetes para niños pero esa determinación sin paralelo los guió hacia su
objetivo final. La elegancia de estos acotamientos resalta ante la mirada de
los visitantes, también subrayando la importancia que ha tenido la iglesia
católica española en el desarrollo de este asentamiento.
Nuestro hotel estaba ubicado en las afueras de
la ciudad en un pueblo llamado Sabandia. Era un Holiday Inn Sunspree Resort
construido al lado de una pequeña laguna artificial, un antiguo molino de
piedra y unos terrenos de campo abierto inmensos. Teníamos un excelente
restaurante allí mismo que disponía un muy estudiado menú gourmet – una noche
conocimos a los dueños mientras cenábamos: eran franceses expatriados y
aficionados del motociclismo – grandes jardines con alpacas podando el pasto
con sus dientes perfectamente afilados (la mejor podadora orgánica) y una
piscina para relajarse. Una tarde, mis padres y yo gozábamos de una limonada
fresca, el cálido sol andino y la paz que se disfruta mucho en el campo
peruano. Toda la propiedad lucía un ambiente ideal para olvidar el caos de la
vida urbana. Durante ese momento profundo de agradecimiento por meditación,
nuestra consciencia colectiva pareció estar tan conectada a la Pachamama que de
alguna manera convocamos la fauna que nos rodeaba. Mientras estábamos perdidos
concentrándonos en lo más profundo de la paz y tranquilidad, se zafó un
precioso caballo saliendo de la nada, galopando a orillas de la piscina y
desapareció así como llegó. Los tres compartimos una mirada curiosa, pensando
si de verdad acababa de ocurrir lo que vimos en cuestión de segundos. Antes de
abrir la boca después de asimilar tal rareza, volvió nuestro querido y nuevo
amigo el potro pero esta vez, lo venía siguiendo un jardinero peso pesado y no muy dotado en
la carrera de larga distancia, intentando hacer parar al animal. Debo
compartirles que esa tarea debe requerir un alto nivel de atletismo para
alcanzar un animal que nació para correr en el campo libre.
Visitando el molino de Sabandia |
Otra tarde de tranquilidad – se dan tan
fácilmente en estas condiciones – salimos los tres a caminar por el sendero
campestre que lleva al viejo molino. En camino, nos encontramos con una vieja
casa particular de cerámica roja con una veranda exhibiendo mesas y sillas.
Parecía que el frente de la casa servía para atender el público en capacidad de
restaurante. En el Perú, sobre todo si es muy obvio ser gringo – una de las
palabras más flexibles en este país para decir extranjero – la gente aparece
repentinamente de la nada (tal como el potro fugitivo) y de repente escucha uno “o’e
compa’e... coman acá puéee.” Tal como se los mencioné en mi episodio por Ancón,
estos lugares son los mejores en cuanto a calidad y costo – sin olvidar las
porciones generosas. Nos convencimos rápidamente de entrar a probar algunos
platos típicos pero el que quedó grabado dentro de mi glosario gourmet fue en
infame rocoto. Me encanta la comida picante, pero después de este plato de
pimentón nuclear lleno de carne al inferno, creo que me quedé expulsando llamas como un
dragón durante un mes. Los que han probado los diferentes picantes mexicanos
sabrán que existe “calor” y “sabor”, pero el ají peruano puede hasta aniquilar células cancerigenas o hacer un agujero en una caja fuerte de acero. Será por eso que dicen:
“Cada quien tiene sus gustos.” Compartimos el ambiente acompañados de los
perros más olorosos del planeta, cumpliendo al pie de la letra su labor de
defender el suelo de cualquier objeto comestible que intentara escapar.
Arequipa fue y siempre será uno de mis lugares favoritos del Perú y se lo
recomiendo altamente a toda persona que tenga la oportunidad de realizar este
viaje.
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