A mediados de los años 1960, el gobierno cubano prohibió y eliminó toda propiedad
privada, sacando los últimos inversionistas extranjeros que quedaban de la era
pre-Castro. Esto acabó con la industria del turismo, muchas veces vista como la
prostitución de la isla y el esclavismo de sus 'compañeros'. Los hoteles que
restaban dejaron sus puertas abiertas para recibir únicamente clientela
nacional y sus hermanos comunistas. No fue si no hasta la caída del imperio soviético que el régimen
comunista volvió remisamente a abrir sus playas a los visitantes extranjeros.
El gobierno isleño se encontraba sin amigos en la comunidad global que pudiera
reimpulsar su economía. Esos tratados especiales que una vez se beneficiaron
del romance con el bloque de Europa oriental se acabaron y no volverían. La
calidad de vida cayó drásticamente. Los cubanos conocen ese momento de su
historia como El Periodo Especial. La administración estaba desesperada para
volver a llenar su caja fuerte abandonada. Después de un largo debate entre los
de la vieja guardia, se volvió a pasar legislación formalizando una nueva política del
turismo. La bola de nieve entrenó la restauración de hoteles, autorizando
cadenas extranjeras a volver a invertir y poner en marcha obras para resucitar
la estética de las ciudades. No fue cuestión de mucho tiempo para que se
abriera una compuerta dejando pasar una fuerte afluencia de turismo, la cual
alimentó la economía hambrienta de un capital eclipsando la industria del azúcar y
productos relacionados.
En febrero de 1999, mis padres y yo llegamos a
La Habana para vacacionar cuatro días bajo el esplendoroso sol caribeño. En
cuanto la tripulación abrió la puerta del avión para dejar salir a los pasajeros, un verdadero perfume del dulce
tabaco cubano se apoderó de nuestro olfato. ¡Hasta la bienvenida cubana tenía
su propio olor! La rutina aduanera era algo intimidante para los principiantes,
con un oficial sentado detrás de una ventanilla elevada mirando hacia abajo a
los turistas. Mismo si uno viaja con niños, el reglamento indica que cada
persona debe pasar individualmente por este control. Uno se siente preso dentro
de una cabina, sin poder ver quién pasó o esta por pasar. Esto fue muy curioso.
Yo llevaba puesta mi preciada camiseta del Che Guevara con el patrocinio de
Rage Against The Machine, lo cual me llevó a recibir un “Muy linda camiseta,
chico” de un oficial estatal cubano dotado de una cara dura. Fue una manera muy
buena de romper el hielo. Después de recoger nuestro equipaje, nos recibió un
representante de nuestra agencia de viajes y nos llevaron a nuestro hotel a
unos 200 km, ubicado en la hermosa playa de Varadero. Al punto intermedio de
esta trayectoria, paramos en un belvedere, el punto más elevado de la
autopista, para probar un mojito de “bienvenido a Cuba” con un acompañamiento
típico de salsa cubana tocada por un conjunto muy animado.
Tomamos una excursión diurna a la Habana desde
Varadero, abordo de una camioneta con aire acondicionado, guiados por Jorge,
nuestro amable guía. No tardé ni un
momento en hacer amistad con él, quien se dio cuenta de mi pasión y mi
conocimiento acerca de la historia de su país. Alguien preguntó en nuestro tour
a qué edad había muerto el Che
Guevara y yo fui el primero en contestar. Visitamos el casco viejo de la
ciudad, una zona preciosa donde puede uno ver edificios coloniales y
fortificaciones de la era colonial. Cuba fue la última colonia española del Mundo Nuevo
en independizarse. También había varios banquillos en los bares de la ciudad
reservados con cordones o cadenas, conmemorando la ausencia de Hemingway, quien
alguna vez fue cliente frecuente. Este gran escritor también fue un gran catador
de bebidas a base de ron cubano. Debido a la contratación de nuestro querido Jorge por el estado – la
mayoría de la gente que trabaja con el público extranjero comparte el mismo
jefe – no tenía permiso de entrar con nosotros a la catedral. Su – y el único –
partido político en la isla no toleraba afiliación religiosa. Tal como dijo el
viejo Marx si no me equivoco, es “el opio de las masas”. En las calles, había
mujeres negras vestidas de blanco, portando un tipo de turbante de mismo color,
fumando habanos. Jorge nos mencionó que éstas eran líderes de la Santería – una
mezcla de creencias africanas, autóctonas y cristianas, con un parecido al vudú
– y nos recomendó no conversar ni mirarlas. Aunque el pueblo no era muy
creyente, sí eran bastante
supersticiosos.
El viaje a Cuba fue una experiencia increíble.
Se lo recomiendo a toda persona de
mentalidad abierta que no tenga únicamente pasaporte estadounidense, sobre todo
antes de que se termine el sistema actual. Es uno de los países más seguros en
el planeta, obviamente por su estructura de estado totalitario, lo que permite
conocer el lugar sin problemas y a su propio ritmo. Si habla castellano, aún
mejor. Es casi como entrar a una máquina del tiempo. Verá automóviles
americanos de los años 1950 en condiciones impecables. Los cubanos son muy
orgullosos de sus coches. Los edificios por toda La Habana susurran secretos
delatando lo que pudo haber sido esta urbe en su epopeya y su gente esta lista
para acoger al visitante. Este lugar es realmente un museo andante equipado de
varios conjuntos musicales afro-cubanos acompañándolo a cada paso. Por el lado
negativo, notará que la gente debe soportar una realidad con derechos
extremadamente limitados. El pueblo vive en un mundo de escasez sin posibilidad
de conseguir artículos que
consideramos básicos que desperdiciamos en países más desarrollados. No le
cuesta nada dar una propina cuando pueda, mismo si es la gorra que trae puesta,
una cajetilla de cigarrillos, o cualquier cosa que no le importe regalar. Se lo
agradecerán eternamente.
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