Ya me estoy aproximando al final de mis años de adolescente en estas entradas lo cual me llevó a la decisión de cambiar un poco la estructura de mis próximas publicaciones. Como de costumbre, los invito a escribirme si hay algo en particular que desean que les cuente pues también me ayuda a distinguir los temas que realmente son de su interés. Me dará mucho gusto cumplir con sus sugerencias. Tomen nota de que esto es mucho más interactivo que una televisión. De vez en cuando, les contaré acerca de viajes pero prefiero mantener el foco del discurso en temas (los pros y los contras) específicos para los niños de una tercera cultura/transculturales – aunque algunos de nosotros ya no somos menores de edad, esta etiqueta aún se usa para la gente de edad adulta. El paso de la vida junto con sus experiencias y desafíos tienden a definirnos como personas: lo que somos, quienes somos y lo que puede significar todo en conjunto. No me considero de ninguna manera un especialista pero espero que al compartir mis anécdotas pueda ayudar a aclarar el drama con el que vive gente en una situación similar. Quién sabe, puede ser que encuentre alguna respuesta o exista una para mí que podamos compartir.
Al volver al Canadá después de cuatro años en el Perú fue un gran reto para mí a los 18 años. Desde el primer momento en el que llegué a Lima, no veía la hora de volverme a meter al avión rumbo a Canadá. El Littlest Hobo no estaría orgulloso de mí para nada. Ahora, me sentía emocionado de estar de vuelta en mi país al pasar la aduana con mi familia, pero el sabor ya no era el mismo. Era como jugar Mario Brothers usando el personaje de Luigi: algo estaba fuera de lo normal. Tal como lo comenté anteriormente, muchas cosas pueden cambiar en un lapso de cuatro años y durante ese tiempo, establecí fuertes raíces con mis buenas amistades que hice durante la misión. Ninguno de ellos me acompañaba para inciar esta nueva etapa de mi vida – como siempre. Estoy seguro que muchos de nosotros tenemos las mismas expectativas de la vida psicológica y emocionalmente al volver a casa después del campo de batalla y haber estado como en exilio: en secreto pedimos un desfile triunfante, cómo el de las grandes películas de Hollywood, con calles llenas de gente bailando, confeti bajando de los cielos y bandas animadas tocando temas alegres para recibir a sus héroes. Desafortunadamente, no hay nada que se aproxime a ese enorme festejo. Muchas veces, no hay ni siquiera una sola persona en la terminal con por lo menos un globo o una pancarta que diga “¡Lo lograste!” o “¡Bienvenido a casa!”. Sobre todo, ni siquiera se cuenta con los oficiales del control de pasaportes de tener ese tipo de reacción. Tienen un trabajo muy serio los pobres, el cual no les permite tener ningún sentido del humor.
En vez de ser recibido como un héroe, hay un mejor paralelo con los veteranos de Vietnam. Nadie entiende por qué estabas fuera de tu país y realmente ni les importa. Fue une guerra inútil en la que no hubo ganador. Todos perdieron. La mayoría de los adultos que contribuyen con una parte de su salario a nuestro sistema de impuestos, consideran a las familias como la mía como sanguijuelas que extraen la sangre de la alcancía federal. La forma más común de darse cuenta de lo que he mencionado anteriormente, es que creen que los diplomáticos junto con sus familias se la pasan veraneando todo el tiempo en la playa, tomando piñas coladas con amigos y trabajando incansablemente para lograr un bronceado perfecto. ¡Qué gran vida! Que pena que me tocó esa misión. Sinceramente, es imposible para los demás imaginar el sacrificio – pues como todo, hay que haber estado en los mismos zapatos para entender todo el cuento – de esta gente y lo que hacen, manteniendo la cabeza en alto orgullosamente al representar su amado país en el extranjero. Muchas personas de mi edad parecían reaccionar ante mis cuentos de haber visitado las piramides aztecas, las ruinas incaicas, la selva venezolana, perdernos en Curaçao, como si estuviese pidiendo que me presten atención. Por otro lado, también veían mis temas de conversación como un tipo snob que se la pasa trotando por el planeta con los bolsillos llenos de un presupuesto infinito. A la larga, esto alimenta un sentimiento de alienación, llevándolo a uno a pensar que todo lo que vivió y logró fue un acto criminal del que se debe uno de avergonzar. Si le pasa lo mismo a usted, mi querido lector, no se sienta mal en lo absoluto. Todos tenemos derecho a vivir nuestras vidas tal como podemos y queremos.
Antes de salir en misión, el diplomático recibe cierto tipo de formación incluyendo lo que se puede esperar al llegar a otro país para apaciguar el temido ‘choque cultural.’ Ninguna transición es realmente perfecta pero lo mejor que puede uno hacer, es tener una mente abierta. No hay manera para prepararse para golpes de estado, el terrorismo, la dictadura, apagones, etc. Entre menos se espera, mejor pueden ser las cosas, ese es mi lema. Luego, se le recomienda a esta persona que pase esta nueva información a sus dependientes. Por otro lado, al volver de misión no hay ningún apoyo en lo absoluto ni al diplomático, ni a su familia. La idea que tiene la dirección general es que uno vuelve a casa y nunca se olvida uno como es. ¡PLOP! Esto es raramente el caso sobretodo después de largas ausencias. Como ya lo he mencionado anteriormente, mucho puede suceder durante cuatro años y mucho más para los menores en su querida tribu de nómadas. Quizás el mejor paralelo que puedo hacer con ese sentimiento extraño de volver a un lugar conocido – el supuesto hogar – sin poder identificar los detalles dejados atrás durante su ausencia, es un despertar de un estado de coma. Hasta la gente más cercana cambia su manera de verte, pareciéndoles curioso que ya no recuerda uno lo que sucedió por estar fuera. Al pasear por TU ciudad, alguien puede interceptarte para pedirte indicaciones de cómo llegar a un cierto lugar y realmente no tienes ni al menor idea de qué recomendarle a esa persona. ¿No se supone que es usted de acá? Nos pasa a todos.
Claramente inevitable |
La reacción más común cuando uno vuelve a su país es buscar lo conocido. Este fue uno de los motivos por qué decidí estudiar en la Universidad de Ottawa. Yo había vivido en Ottawa durante algún tiempo. Seguramente no había cambiado tanto o por lo menos algunas cosas permanecerían iguales a lo que recordaba. Además busqué amigos de aquella época cuando estudiaba en Claudel, lo cual realmente me hizo pensar nuevamente en lo que puede cambiar en un período de cuatro años y lo que fue, no volvería a ser. Como si le arracaran las páginas de un capítulo entero de un libro de historia. Ya estoy de vuelta y me encuentro con un "qué me importa" metafórico que no se quita del camino. Uno de mis amigos había cambiado mucho al superar un cáncer que casi acabó con su vida que recién empezaba. Otro amigo me dijo que creía que era mejor no ser amigos. Según él, ya había pasado mucho tiempo y ahora ya no teníamos en lo absoluto nada en común sin realmente tomarse el tiempo para comprobar su teoría. Me empezaba a dar cuenta que debía cambiar nuevamente mi chip para considerar Ottawa tan sólo como una nueva misión. Como tal, iba aprender todo nuevamente para empezar una nueva vida pero ahora sin mis padres que estaban en México en misión y mi hermano en London, estudiando. ¡Aurrerá!
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