Los Bickford en Lago Grey, Chile |
Otro tema
común en estas conversaciones abarca la pregunta: “¿Qué es lo que más echas de
menos?” Realmente, la manera más fácil de contestar esta pregunta es “todo”. Lo
mismo tiene en su mente el entrevistador. Seguramente, una persona viviendo en
el extranjero puede estar pasando por los mejores momentos de su vida, pero el
hoy no se compara para nada al dulce ayer cuando estaba en casa. Todo siempre
parece haber sido mejor en retrospectiva – aunque en realidad, seguramente no
fue tan bueno como lo recuerda uno. Muchas veces, se extraña la comida casera
tradicional: se pueden comer tacos en los EE.UU., quesos franceses en Chile, ir
a Wendy’s en Venezuela, pero el sabor no se compara con las recetas en su lugar
de origen. Esa sazón queda permanentemente gravado en la memoria de las papilas
gustativas. Allá en [ponga aquí el nombre de su ciudad], su plato preferido
tiene ese gusto espectacular porque allá lo saben hacer. En su mente, todo es
categóricamente mejor. No obstante, se pueden observar peores casos, como el de
un canadiense viviendo en el Perú, donde ¡no se pueden encontrar ni colas de
castor, ni poutine! ¿Quién sabrá como logré sobrevivir tanto tiempo sin
nuestra cocina gourmet canadiense? – seguramente se notó el humor sarcástico en
ese último comentario.
En ese
paseo por el recuerdo, quizás el ingrediente más importante para complementar
el plato de la vida perfecta es la familia. Estos refugiados temporales
empiezan a idealizar su familia, la relación que fomentaban y los buenos
tiempos compartidos. Esperan que el tiempo pase rápidamente para volver a tomar
la rienda desde donde la dejaron. Lo malo es que el tiempo siempre sigue con su
obligación de continuar, llevándose meses enteros, mientras que la convivencia
con la familia quedó atrás evolucionando a pesar de la ausencia de los
viajantes. De repente, uno se da cuenta del tiempo que pasó, las reuniones
familiares sin su presencia, las ocasiones especiales que uno no pudo ir y el
día a día en el que uno dejó de compartir con los demás. Cuando por fin uno
logra volver como si se tratase de visita de médico, uno empieza a preguntarse
si realmente valió la pena gastar en un pasaje y reservar días libres para una
acogida sin entusiasmo. Uno siente que extraña mucho más de que lo extrañan a uno. Los primos están fuera de la ciudad en casa de algún
amigo, el tío está ocupado con sus labores y hasta el perro de la abuela murió,
entonces no puede uno ni salir a pasear con él. Normalmente, son los padres de
uno que se ponen realmente contentos de su llegada pero ya se siente un cierto
espacio en la relación. Todo esto es completamente normal e inevitable. Uno se
vuelve el amigo que nunca devuelve el llamado o atiende el teléfono.
¿Recuerda
los amigos? Estos también forman parte de la ecuación en lo que le hace más
falta a uno. Después de todo, como dicen, “ningún hombre es una isla.” Todos
necesitamos uno que otro amigo para esos momentos difíciles y/o organizar la
mejor celebración como homenaje a un logro monumental. En esos momentos en lo
que todo se desenvuelve según el plan, uno está convencido que estos amigos
estarán presentes en las buenas y en las malas. Cuando se suman unos seis meses
apartando esta amistad, se da uno cuenta de todo lo que puede pasar en ese tiempo
de ausencia. Las vidas de esos amigos siguió sin uno. Te sientes como si de
alguna manera, hubieses sido tratado injustamente. Al aumentar el tiempo de
separación, cambiando meses a años, hay tantos vacíos en la existencia
compartida que se vuelve difícil encontrar un punto genuino de conexión con la
otra persona. La relación ahora se basa en el pasado, hablando de lo que
sucedió más que de lo que sucede. Algunos amigos parecen despreciar el hecho de
que los abandonaste para ir a vivir “una vida de lujo”, otros ni cuenta se
dieron que te fuiste y otros creen firmemente que lo que una vez los unió los
mantendrá unidos siempre. Claro que estos últimos resultan ser pocos.
Cuando se trata de volver para visitar su país
de origen, se debe hacer este viaje únicamente para uno mismo y los hijos. Es
realmente una inversión a largo plazo para toda la familia. Ya tenemos muchas
preguntas sin respuesta flotando alrededor de nosotros pero entender de dónde
venimos es algo más fácil de contestar. Si uno se siente en casa o no, es otro
tema. Creo que todos podemos hacer que las cosas funcionen si estamos realmente
decididos. Quizás no nos guste de dónde venimos pero forma una gran parte de
quiénes somos. A donde quiera que vayamos llevamos este bagaje, mismo los que rechazan
sus raíces ancestrales. No hay manera de escapar. Viviendo lejos de la familia
es un sacrificio que no todos pueden encarar pero hacer el esfuerzo de visitar
las personas dentro de su árbol genealógico tiene una gran recompensa. Alguien
tiene que llevar el paso en el baile, entonces ¿por qué no uno mismo? Debe
permitir a los demás unirse al tango y si no desean seguir el paso, por lo
menos lo intentaron. Tarde o temprano, cualquier acción iniciada con
intenciones positivas es reconocida.
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