Hace unos cuantos meses después de mi entradade fin de año, uno de mis queridos lectores me mandó un mensaje preguntándome
mis opiniones sobre el Quebec – nuestra provincia mayormente francoparlante.
Esta persona me mencionó que sería interesante entender mi perspectiva general relacionada con esta región y su lucha para preservar su
identidad única, mientras el resto del país – lo que comúnmente llaman el
“Canadá inglés” – sigue apoyando las muchas variaciones de la política del
multiculturalismo. Es claramente un desafío para mí intentar compartir mis
opiniones dentro del formato de cinco párrafos, pero lo haré lo mejor posible
para subrayar aunque sea, lo más importante. Siento el haber tardado también para tratar
este tema con más seriedad hasta este momento, pero es con gusto que les
comparto lo siguiente sobre “La Belle
Province”.
Vista del Marché Bonsecours, Montreal, Quebec |
Siento una gran admiración por el Quebec y su
grandioso pueblo después de pasar mi historia más reciente como un vecino en el
sur de Ottawa, tan sólo a unos 30 kms de la frontera con Gatineau. Durante los
últimos 12 años, he tenido varias oportunidades para visitar diferentes
ciudades y pueblos para disfrutar de los maravillosos paisajes, descubrir los
tesoros de una tierra imponente y conocer la gente que la habita. Los québécois son personas orgullosas y lo
digo con una connotación positiva. Su territorio forma parte de ellos,
corriendo por sus venas patrióticas, lo cual puede explicar el cuidado que
tienen por cada centímetro de sus pueblos como si todos fueran patrimonios de
la humanidad de la UNESCO. Esta gente puede ser de los pocos habitantes del
continente que está realmente conectada a la pachamama (divinidad de origen
inca que se identifica "madre tierra") – la madre tierra que tenemos bajo
nuestros piés. Son anfitriones sin igual – en mis experiencias como visitante,
jamás me han tratado mal, quizás por ser francófono – y después de pasar tiempo
en cualquier lugar de esa preciosa provincia, siempre vuelvo como si hubiese
dejado mi propio hogar y mi gente llena de pasión.
Montreal fue una vez el centro de la economía
canadiense, y sigue siendo una de las urbes más vibrantes. Visitantes vienen de
todos y cada uno de los rincones del planeta a conocer el casco viejo, el parque Mont Royal y hasta el casino. Yo suelo llamar esta ciudad “El París de
América del Norte" – seguramente no fui yo quien inventó este apodo, pero creo
que el adjetivo complementa perfectamente esta ciudad. Al pasear por la Avenida
Ste. Catherine, uno se siente como parte de un jurado de un desfile de modas
privado al ver la gente vistiendo ropa de diseñadores que están de moda. No
necesita uno romper la alcancía para vestirse bien, aunque algunos parecen
gastar hasta el último centavo para deslumbrar. Joven o viejo, todos parecen
darle una gran importancia a su apariencia física, vistiendo lo mejor posible
para dar una imagen insuperable. Si uno tiene algo de hambre, existe un mundo
casi infinito de restaurantes gourmet sirviendo platillos desde los más simples
hasta los más exóticos para todo tipo de presupuesto y de paladar. Después,
tome un taxi barato – comparado a las demás metrópolis en el continente – para
llegar al próximo lugar en su itinerario. La vida nocturna nunca termina y
sobrepasa la de cualquier otra ciudad en el país la que seguramente irá dejando buenos amigos atrás. Como lo dijo
Samuel de Champlain: “Hay que trabajar duro para que la fiesta sea mejor.”
Si en algún momento se cansa del ajetreo de la
vida urbana de Montreal o simplemente prefiere compartir la tranquilidad con la
Madre Naturaleza, hay varios lugares esperándolo por doquier en toda la
provincia. El alojamiento está diseñado por un buen gusto innovador y
sofisticado del Quebequense. Tienen la destreza perfecta para combinar el
confort con el presupuesto, algo que el Torontoniano viajando a los lagos de
Muskoka desconoce. Esto es lamentable pues también tenemos unos paisajes
increíbles en Ontario, pero ningún lugar de donde disfrutarlos. Cuando se trata
de pagar por una noche de hotel, nunca debería de asociarse con la cantidad de
lo que uno paga – como suele ser la regla en Ontario – si no con la calidad –
como lo he podido disfrutar en mis viajes por todo Quebec. Nuevamente, se nota
ese orgullo en hacer las cosas y cuidar el patrimonio, como por ejemplo al
visitar el pueblo de Mont Tremblant, que parece algo dibujado para una película
animada de Disney. Siempre se queda uno con ganas de volver.
Paseando en trineo de perros por Montebello, Quebec |
Quebec ha logrado mantener esa distinción que la
define como una sociedad distinta y única dentro del Canadá. Tradicionalmente,
su gobierno ha adoptado políticas conservadoras en cuanto a la evolución de su
cultura nacional, optando protegerse ante el tsunami anglófono que la rodea. El
resto del Canadá ha optado por la banda contraria, siendo a veces demasiado
liberal, con muchas antiguas y preciadas tradiciones dejadas a un lado – ese
lado más allá de lo evidente – para recibir grupos minoritarios llegados de
otros países o gente nacida en el mismo país que no sabe ni quiere saber su
propia historia. Yo prefiero un ‘termino medio’ en el que los inmigrantes
puedan mantener sus costumbres respectivas, pero aprendiendo y practicando
también las del país en el que viven. Debemos respetar las tradiciones de
nuestros antepasados, celebrar la diversidad cultural en la que vivimos junto
con nuestras raíces para crear un futuro prometedor para las generaciones del
mañana.
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