Mi práctica en la Embajada del
Canadá en México me aportó excelentes experiencias de aprendizaje consolidando
una base sustancial para lanzar una carrera professional prometedora. Trabajé
en la sección de asuntos congresionales en el año 2000, donde conocí
prominentes políticos mexicanos, oficiales de gobierno, dignitarios extranjeros
y otros personajes importantes del cuerpo diplomático. Yo desempeñé un papel
clave en organizar eventos patrocinados por la embajada tales como conferencias
académicas, visitas de mandatarios y la marathon de Terry Fox, un homenaje muy
especial a un gran canadiense. Fue realmente un gran honor para mí trabajar con
funcionarios competentes del gobierno así como el personal local. Yo ya contaba
con buenos conocimientos académicos con respecto a temas entre México y el
Canadá pero jamás pensé hacer parte – aunque esta fuera pequeña – de la
historia política mexicana.
Llegando a monitorear Tixtla, Guerrero |
En junio, tuve la oportunidad
de ofrecerme en forma voluntaria, como observador internacional electoral, para
las elecciones presidenciales mexicanas. El mandato del presidente Ernesto
Zedillo llegaba a su culminación, marcando 70 años sin interrupción de gobierno
en manos del PRI [Partido Revolucionario Institucional] – prácticamente desde el ultimo disparo marcando el final de la revolución mexicana. Trás del telón de ese legado, existía un historial
manchado en compra de votos (ofreciendo regalos generosos a cambio de la
promesa de un voto a favor) fraude electoral, presuntos asesinatos, intimidación y
varias actividades delinquente, normalmente asociadas al crimen organizado.
Quiero hacer aquí un paréntesis y recomendarles una película mexicana, llamada
La Ley de Herodes, la cual les brindará alguna idea general del proceso
político que les menciono. El pueblo estaba hambirento de un cambio sustancial, después de cada
elección en la que volvía el mismo partido, pero su existencia era secundaria
mientras que el capital continuaba su trayectoria tradicional hacia los
bolsillos de una elite minúscula.
Yo elejí cubrir zonas remotas
en el estado de Guerrero, ubicado en la costa del Pacífico, una parte
reconocida por Acapulco, destino turístico de calibre mundial. Aunque aproveché
refrescar mis piés en el agua salada, el mayor tiempo factorable fue dedicado a
visitar Chilpancingo, la capital estatal, y varios pueblos en el interior. Este
rudo terreno tenía la notoria reputación de alto fraude electoral del PRI al
igual que incursiones armadas esporádicas por el EPR – no solamente armados de
un mal olor, pero con el tradicional arsenal pedido por el catálogo revolucionario del mismo
señor Kalashnikov. La gente en esta parte del mundo tenía mucho en común con el
campesino latinoamericano quienes son dueños de un montón de nada. Son personas
sencillas, común y corriente, fáciles de convencer pues su forma de vida
está continuamente enfocada a sobrevivir día con día. Su nivel de educación es bastante limitado y
tradicionalmente votaron por el PRI simplemente porque el partido y la bandera
nacional comparten los mismos colores. Para ellos, el votar es una cosa patriótica.
Lo más curioso en esta
aventura monitorizando el proceso democrático sucedió en el pequeño pueblo de
Chilapa de Alvarez – es poco usual encontrar una ciudad con nombre y apellido.
Llegué al zocalo donde se encontraban unas mesas de comedor de algún buen
samaritano con dos cajas blancas tatuadas con el emblema del IFE – el ente
imparcial gobernando el proceso electoral – y detrás de éstas, unas señoras
indígenas algo aburridas. Claro que las condiciones climáticas dentro de un
ambiente casi selvático suelen tener ese efecto sobre cualquier persona. Un
aire de paz predominabada, con poca gente a los alrededores, quizás debido a la
ley seca – se prohibe la venta y consumo de alcohol durante las elecciones – de
repente y sin motivo alguno paró un bus con manchas entre óxido, turquesa y
amarillo. Al abrir su puerta, derramó una docena de hombres vestidos como
vaqueros, llevando lentes oscuros, quienes se pasearon por la plaza principal
bailando, paseando por la mesa del escrutinio hasta que retornaron al bus hacia
algún destino desconocido. Lo único que se les olvidó llevarse fue un fuerte
estela de sudor que ahora impregnaba el aire. Ni una sola persona en el pueblo
pareció darse cuenta del acontecimiento ni parecía importarles los que sí se
habían percatado.
En Chilpancingo, observando el proceso electoral |
Por
lo general, el panorama electoral demostró que el proceso fue limpio. El
presidente Zedillo parecía convencido de la necesidad de terminar con la época
de la trampa. Hubieron algunas instancias, en las que las urnas se ubicaban en
edificios adornados de propaganda política, o
bien la gente trabajando en el control se veía nerviosa al ver llegar a
mi equipo con credenciales de la IFE y otras acreditaciones. No sólo eramos
como moscas en la sopa, pero quizás pensaron que veníamos a amargar algún trato
secreto entre ellos y algún partido. Claro que en nuestro rol como
observadores, debemos mantener distancia para únicamente observar el proceso
sin intervenir. Los medios – sobretodo TV Azteca – asumieron el papel de
siempre en sensacionalizar eventos, tales como enervar al público ante su
cámara, alentándolos para cantar “¡Aquí hay fraude!” Cuando se calcularon los
votos indicando una ventaja al candidato del PAN, Vicente Fox, Zedillo se
presentó ante el público para felicitarlo por su triunfo, algo nunca visto
antes en la historia de México. Fue emocionante presenciar el inicio hacia la
democratización de un país maravilloso.
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