Si
jamás en la vida han estado en Digby, Nueva Escocia, siento decirles que aún
les queda mucho por vivir, damas y caballeros. Ésta es la capital mundial de
los ostiones – del tamaño de un puño, pero de los grandes – y fue mi puerto de
entrada al campo de juego marino del Canadá. No hay nada más emocionante que
empezar una nueva aventura en tierras ajenas con un estómago repleto de ostiones
frescos. Todos necesitamos de vez en cuando una inyección de colesterol
repentina. En la zona, se pueden encontrar varios restaurantes donde uno los
puede probar a la parrilla, a la plancha, fritos, en sándwiches y hasta en
empanadas. Ese socio camaronero de Forrest Gump tiene una gran competencia.
Centro de Digby, Nueva Escocia en hora pico |
Escocia
le brindó al mundo héroes tales como William Wallace, un guerrero poeta que se
parece tremendamente a Mel Gibson. Esas falditas se ven increíblemente cómodas.
El descendiente de esa tierra gaélica ubicada al otro lado del charco ha visto
nacer Sidney Crosby (un gran delantero de los Pingüinos de Pittsburg), Robert
Borden (el Primer Ministro más guapo de nuestra historia) y Alexander Keith
(una persona muy venerada entre los estudiantes universitarios canadienses)
sólo por nombrar unos cuantos. Culturalmente, la gente en esta región comparte
mucho con los pueblos de la Costa este de los Estados Unidos. Muchos viven de
productos del mar, saliendo en condiciones peligrosas para asegurarse que todos
en este maravilloso país puedan disfrutar de una langosta en la mesa de su
comedor. También se notan rastros de una cultura francesa conocida como los “acadiens” que viven dispersos por el
este. La viticultura está siendo explotada en el Valle de Annapolis y Lunenberg
es la sede del festival de ron más importante de todo el Canadá.
Lo que más me fascinó en camino
a Ingomar fue la paz y tranquilidad que se encuentra en esta región poco
poblada. Si uno está en busca de un lugar solitario para poder reflexionar o
cargar pilas, este puede ser su lugar ideal – en el verano, por supuesto. Hay
muy pocos asentamientos a lo largo de la costa con pueblos que difícilmente cuentan
con cien habitantes y sus playas parecen estar llamando al pasajero en
tránsito. ¿Alguna vez ha soñado tener su propia playa privada? Cada vez que
siento el deseo de escapar de la realidad a la tierra de la meditación, me
vuelvo a transportar mentalmente a estas playas donde disfruté de las olas y el
viento refrescante mientras escuchaba mi mp3 portátil con mi música favorita.
Un verdadero éxtasis, ¿no les parece?. En muchos otros países, uno encuentra
una playa vacía y poco después, está acorralado por gente intentando de vender
algún cachivache y esa paz se esfuma como si estuviese fugando de la justicia.
El acento en el sur de Nueva
Escocia también fue algo curioso. Por momentos, uno puede jurar estar en
Irlanda, haciéndonos pensar que ese transbordador salió de Saint John a Cork en
tiempo record. La vida en esta parte del país parece ser más sencilla y creo
que todos podríamos aprender algo de estos seres tan amables. En uno de mis
viajes de reconocimiento por la zona a los pueblos de Shelburne y Barrington,
las personas que vivían allí me sonreían y me decían “¡Buenas!” Después de
tantos años en Ontario, se me había olvidado esa forma de saludar. Me sentía
como un venado hipnotizado por los faros de un coche en la noche, paralizado
sin saber que responder. En una de nuestras caminatas que hicimos en familia,
uno de los residentes en la comunidad donde estábamos vacacionando en Ingomar
nos invitó a cenar a su casa. Así es como son allá. ¡Qué pena que no me podía
llevar un par de estos cristianos de vuelta a Ontario para vivir con nosotros!.
Buenos tiempos en Ingoma, Nueva Escocia |
Ingomar fue nuestra base de
operaciones a lo largo de nuestra estadía en la provincia. Desde allí,
planeamos estratégicamente visitas a Halifax, Peggy’s Cove y Lunenberg, los
destinos más visitados por turistas. Me sorprendió encontrar supermercados
bastante buenos como los que tenemos en los centros urbanos en este país, pero
aún más, el tamaño de las langostas. No sabía si estar impresionado o preocupado.
Aunque le recomendé a mi padre que quizás podríamos adoptar uno – todos hemos
soñado con tener una langosta como mascota en casa – pero mi madre no estuvo de
acuerdo con esta invención. Las langostas eran tan grandes que no cabían ni en
una olla ni en el horno de la casa donde nos estábamos quedando. ¡Qué delicia
la comida del mar!
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