Cuando llegué a las puertas de
Carleton University en 2001, decidí probar suerte como estudiante a tiempo
parcial. Pensé que era ideal para acostumbrarme al ambiente y la calidad de
estudios antes de comprometerme plenamente. La educación universitaria puede
ser una empresa costosa, pero también puede ser una inversión a largo plazo. Como
cualquier inversión, uno debe hacer su “due diligence” adecuadamente. No mucha
gente quiere comprometerse a una relación tóxica durante tres ó cuatro años.
Sinceramente, era tiempo para
mí, para darle prioridad a mi capacidad intelectual queriendo permanecer a la
vez en la capital nacional. Antes de mi primera clase en Carleton, la gente que
vivía en Ottawa y muchos canadienses en el extranjero hacían mala fama a esa
institución. Entre algunos comentarios que escuché incluían que era la
universidad para los que no fueron aceptados a la Universidad de Ottawa, que la
taza de violencia era elevada y que la calidad de la educación era inferior a
la del promedio nacional. En otras palabras, era una mejor inversión llevar una
maleta de dinero y echarlo dentro de un inodoro en vez de tener que pagar
colegiatura a Carleton.
Los canadienses suelen ser
personas que apuestan al que no es el favorito en la competencia. Tenemos la
costumbre de ser menos que el favorito en el mundo debido en gran parte a
nuestra ubicación geográfica al norte de los Estados Unidos. Sabemos que es
suficiente para ser considerados menos que nuestro vecino. Quizás esta
condición me preparó mentalmente para ir a la universidad que ni siquiera el
mismísimo diablo no quería frecuentar. Me inscribí en un curso de historia y
otro de idiomas antes de estar seguro de cómo quería vender mi alma.
Inmediatamente me impresionó la diversidad existía en el cuerpo estudiantil –
incluyendo la diferencia de edades – y la disponibilidad de los profesores para
sus alumnos.
Perseveré mi sueño en ciencias
políticas – de que sirve soñar si no luchas por ese ideal – el año siguiente
estuve más que satisfecho con la calidad, profesionalismo y conocimientos de
mis profesores. Tuve un profesor de teoría política que parecía un clon del
general de los pollos de Kentucky y era un verdadero experto – no me refiero a
sus conocimientos sobre los pollos fritos. La variedad en cuando a los cursos
disponibles en mi ramo de preferencia, me dieron alas y aliento para aprender.
Perfeccioné mis armas para mi carrera empezando por mis aptitudes en redacción,
presentación y análisis estadístico. Nunca me sentí como quien lleva un
cuchillo a un duelo y siempre me siento lleno de confianza al enfrentar nuevos
desafíos.
Me di cuenta rápidamente que los rumores no
tenían fundamento. A veces, al apoyar al desfavorecido, nos damos cuenta que
realmente es un gigante benévolo. Participé en la feria de diversidad cultural con
la Organización de Estudiantes Latinoamericanos donde hice buenos amigos. Dicen
que dentro de los mejores recuerdos de la vida son los de la vida universitaria
y estoy totalmente de acuerdo. Sigo siendo un embajador y doy gracias por la
excelente educación que Carleton me brindó.
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