Nuestras obligaciones como
cristianos empiezan desde una muy temprana edad. Poco después del nacimiento,
los padres entran en un momento eufórico y responden a éste presentando ante la
sociedad el nuevo miembro de la familia para el bautizo. Es tan sólo cuestión
de meses para festejar ese debut, con unas gotas de agua cómo testimonio de una
promesa de seguir a Cristo en cada paso de la vida. Por supuesto que todos nos
acordamos de este primer gran paso como si fuese ayer. Los que no recuerdan ese
día, me dan pena.
O Cristo Redentor, el monumento católico más imponente del nuevo mundo |
Cuando era chico, mi madre
cumplió al pié de letra con su labor de buena madre católica. Cada domingo sin
importar la circunstancia, ella llevaba a sus dos hijos a la misa dominical,
asegurando que absorbiéramos los valores que nos prepararían para los
sacramentos de la comunión y la confirmación. Claro que esto era uno de los
elementos más importantes en la región latinoamericana donde los católicos
forman una mayoría dominante sobre cualquier otra religión. Los protestantes y
los ortodoxos son vistos casi como un culto o una secta. Mi madre nos
preguntaba que fue lo que más nos gusto para saber si estábamos prestando
atención, pero muchas veces Brian y yo no sabíamos que responder.
Debo confesar que cuando era
niño, era difícil ir a la iglesia. Los fines de semana coincidían con una pausa
de mis obligaciones escolares, un tiempo perfecto para ver dibujos animados y
jugar con mis G.I. Joe. Los niños suelen tener dificultades en prestar atención
sobre todo cuando se trata de un contexto de lecturas y mensajes que tienen
significados más profundos. Además, los asientos no son muy cómodos sin
importar la edad del posterior. Como consecuencia de este ambiente, Brian y yo
estuvimos en algunos problemas por escaparnos un par de veces durante la
comunión para jugar futbol con los chicos del barrio. Si no podíamos participar
en el cuerpo de cristo, parecía una opción factible.
Mi padre prácticamente nunca
venía con nosotros esos días y yo me preguntaba por qué. Me imaginaba mi padre
sentado cómodamente comiendo pizza y viendo dibujos animados mientras que
nosotros tres estábamos rezando. Después de mucha investigación, me di cuenta
que siendo miembro de la Iglesia Unida del Canadá, no existían parroquias donde
el podía asister los domingos fuera de nuestro país. Sabía en ese momento que
debía formular la mejor escusa para poder quedarme a acompañar mi padre y lo
más seguro que él me apoyaría. Seguramente le faltaba un cómplice para los
dibujos animados y seamos sinceros, ¿quién hubiera sabido más sobre este tema
que un niño de siete años?
La Parroquia Santo Toribio, Las Condes, Chile |
Después de un tiempo, logré tramar el mejor plan
para reconquistar mi domingo. Cuando era hora de salir a misa, mis padres
fueron a buscarme porque me estaba tardando en prepararme para salir. Les
anuncié orgullosamente que ya no iba a ir a misa con ellos porque era musulmán.
No estuve preparado para una gran respuesta de parte de mis adversarios, cuando
me compartieron: “Bueno, los musulmanes también van a la iglesia. Le llaman una
mezquita.” Lo único que se me ocurrió fue: “Aquí en Chile, no.” Evidentemente,
fue una batalla que perdí y seguí asistiendo regularmente a misa.
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