Un(a) niño(a) de tercera cultura (TCK / 3CK) o niño(a) trans-cultural es "una persona que, como menor de edad, pasó un período extenso viviendo entre una o mas culturas distintas a las suyas, así incorporando elementos de aquellas a su propia cultura de nacimiento, formando una tercera cultura."

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domingo, 27 de febrero de 2011

El Verano de la Democracia

En diciembre de 1989, ya estábamos instalados como familia en nuestro nuevo hogar en las Condes. Estábamos disfrutando de todo lo que el país tenía que ofrecer. Brian y yo, habíamos terminado uno de nuestro años escolares más corto en tiempo record y ahora nos concentrábamos en cosas importantes tales como la piscina, las clases de piano, los juegos con la enciclopedia y batallas importantes con los GI Jo. La primavera y el verano por fin habían comenzado y transformaron nuestro jardín posterior en un buen sitio para jugar. Dando vuelta a la hoja a las tediosas tareas de la escuela. Brian y yo, teníamos tiempo ahora para ver programas de televisión chilenos. También veíamos los dibujos animados americanos doblados al español y que estaban de una moda, estos eran: el Chavo del ocho y El Chapulín Colorado, programas de televisión de calidad importados a gran escala hacia el mundo de habla hispana, además otros programas favoritos tales como Thundercats. También me gustaba ver al mediodía una serie de televisión chilena llamada Los Venegas, un programa que introducía un nuevo concepto en mi vocabulario compadre comadre. Mi papá por el contrario, él estaba trabajando muy duro en la Embajada y cuando llegaba a casa, a mi hermano y a mí nos gustaba estar con él. Veíamos junto con él películas y los noticieros de la tarde.

Elenco del Chavo del Ocho, de izquierda a derecha:
Sr. Barriga, Dona Florinda, El Chavo del Ocho, Profesor Jirafales, la Chilidrina, Don Ramon y la Bruja del 71.

El tiempo que pasamos viendo las noticias con mi padre era preciado, así como  las relaciones con nuestros vecinos y amigos,  esto alimentaba mi deseo por las noticias y adquirí un gran conocimiento acerca de la política mundial. Entendí que el hombre al mando era un general militar, Augusto Pinochet pero nunca entendí realmente en aquella época cómo fue que llegó al poder. La mayoría de la gente no se sentía cómoda hablando de este tema. Mis padres nos dijeron, a Brian y a mí, que éste era un tema delicado y que como invitados de Chile, teníamos que evitar el involucrarnos en política nacional especialmente con personas ajenas a nuestra propia familia. Yo lo tomé como una restricción prudente y lo entendí, pero no tenía ni la menor idea de las consecuencias que esto podría acarrear si no lo hacía así. Por lo tanto, decidí que seguiría las instrucciones de mis padres y que haría la mayoría de las preguntas a mi papá. El surgimiento del General Augusto Pinochet en el poder permanece aún como un tema controversial y una sólida separación entre chilenos de ideologías diferentes. Salvador Allende fue presidente durante los años 1970 y como jefe del estado había implementado normas tales como la redistribución de las tierras, la promoción de los derechos de los trabajadores, la nacionalización de las instituciones financieras y de las minas de cobre. Estas reformas de amplia escala habían causado alarma a la elite – comprendido el hecho de que se había alineado con Castro y la URSS – lo que ocasionó una fuga mayor de capital llevando  país a todo un colapso de la economía nacional. El gobierno estadounidense temió un ‘efecto domino’ – terminología que quiere decir Guerra Fría, que si un país caía dentro del comunismo, se extendería hacia los países vecinos – en Latinoamérica, una región que se tomaba en consideración por su influencia esférica. Huelgas generales y disturbios civiles se estaban extendiendo por todo el país, llevándolo a un medio socio-político cada vez más difícil para el gobierno de Allende. Una vez que los disturbios y el descontento general aumentaron, la armada invadió La Moneda, el palacio presidencial en Santiago, expulsando a Allende e instalando a Pinochet y su junta militar.

Cuando llegamos a Chile, éste ya tenía dieciséis años bajo el régimen militar. El régimen de Pinochet, bajo presión nacional y extranjera, propició a que la población tuviera un plebiscito en 1988 proponiendo ocho años más de gobierno militar. El 56% de la población rechazó el que continuara el régimen militar y estuvieron a favor de elecciones democráticas. Pinochet y su gobierno permanecieron en control del gobierno durante un año más como primera etapa hacia elecciones abiertas a finales de 1989. Aquí fue donde los Bickford encajaron en la historia. Estábamos presenciando dicha historia como familia. Era evidente que los ciudadanos se regocijaban al ver un retorno hacia un mundo político y tener nuevamente la facultad de poder determinar su futuro político. Hasta los niños habían ejercitado su voz política, inclusive mi hermano y yo. Los candidatos principales para esta elección eran: Hernán Büchi, líder de la extrema derecha del Partido Progreso-Democrático y Patricio Aylwin, jefe del Centro izquierda de los Demócratas Cristianos. Mi hermano iba por El Pato y yo me había identificado con Büchi. Claro estaba que, ni Brian ni yo, teníamos ni la menor idea de que se trataban las plataformas electorales o las promesas de campaña, pero esto no nos impidió el haber encontrado una nueva pasión para este proceso. Mis padres se dieron cuenta del interés que habíamos desarrollado para este evento, entonces nos proporcionaron unas calcomanías, banderas y banderolas para nuestros partidos para que pudiéramos usarlos libremente en nuestra casa. Alentando nuestro anhelo de sensibilización y participación.

Para mi desgracia, mi amado candidato no fue el ganador. El honor se le confió a Patricio Aylwin y su partido Demócrata Cristiano. Mi padre tenía un alto cargo político en la Embajada del Canadá durante esta misión y entendió la importancia de estos resultados, el resultado potencial para Chile y lo que se esperaba para el futuro del país. Brian y yo, no teníamos un entendimiento claro o profundo. Sin embargo, nuestro apetito político y nuestra curiosidad serían recompensados algún día. En ese momento, la Embajada no tenía Embajador, entonces mi padre fungía como Encargado de Negocios y como tal sus obligaciones incluían el asistir a compromisos haciendo las veces de embajador. Esto quería decir que tenía que estar presente en un evento importante y fue acompañado de sus compañeros más cercanos: Maman, Brian y yo. Ahora los cuatro nos dirigíamos a ver a Aylwin en persona pronunciando su discurso de victoria como  nuevo jefe de estado electo ante una selecta audiencia de burócratas y dignatarios extranjeros – muy parecido al discurso de presentación de cuando llegué a la Alliance. Teníamos unos asientos excelentes en la primera fila, tan cerca a El Pato que podíamos notar con detalle cada gesto que acompañaba cada una de sus palabras. El General Augusto Pinochet también estaba presente, lo cual me presentaba mucha emoción después de haberlo en televisión. Una vez que los discursos se terminaron, le agradeció al público con un ademán de saludo y luego estrechó la mano de la gente, incluyendo la mía. ¡Me sentí tan honrado!

El General Augusto Pinochet entregando el poder a Patricio Aylwin
Patricio Aylwin tomaba posesión como 31º presidente de Chile el 11 de marzo de 1990. Aunque muchos chilenos en Chile y en el extranjero celebraban este retorno a la democracia, Pinochet estuvo muy claro diciendo que permanecería como un defensor a la patria y sus intereses. El General Augusto Pinochet tenía que continuar con su rol como Comandante de la Armada y senador vitalicio. Al aproximarse el final de mis ocho años de edad y entrando a los nueve, desarrollé cierto interés por la política ya que me dí cuenta del impacto potencial que podía presentar a gran escala de las normas de la política, y lo importante que era el rol de los gobiernos y los líderes. El Caracazo en Venezuela estaba aún fresco en mi memoria y ahora habiendo presenciado el inicio del fin de la era militar en Chile, esto representaba un ejemplo más. Pude notar que existían temas delicados que a veces la gente tenía que tomar como un ejemplo neutro. Entendí que como extranjero, no debía meterme en los asuntos de otras personas ya que esto daría una mala impresión de mi país reflejándose a la vez en mis padres. El limitar mi comportamiento era sumamente importante ya que yo también de alguna forma o manera representaba a mi propio país. Yo sabía que la mayoría de los chicos de mi edad no tenían que apegarse a dicho protocolo y no habían pasado por la maravillosa oportunidad que yo tuve gracias al dedicado trabajo de mi padre a nombre de su propio gobierno.

domingo, 20 de febrero de 2011

O' Higgins y Yo

La escuela era el mejor camino hacia la rica cultura chilena. Mi vínculo sofisticado - Mis amigos - quienes habían logrado en una forma sorprendente convertirme en chileno, por lo menos en cuanto a la forma de hablar. Ahora ya me sentía cómodo hablando con cualquier persona dentro y fuera del colegio usando todos sus modismos. Dominaba también, el uso de un vocabulario que un chileno de cierto nivel académico usaría en situaciones formales. Las circunstancias me indicarían cuando usar la forma normal y cuando la informal, e identifiqué todo esto con cierta facilidad. La cultura chilena daba gran importancia tanto a los buenos modales como al respeto mutuo. Había personas extranjeras que criticaban esto tachándolo de esnobismo o elitista pero como invitado en su país, me dí cuenta de la importancia que tenía la etiqueta, como un gesto para hacer sentir cómodos a los demás. Como regla universal de comportamiento, cuando alguien sale de su ambiente para integrarse a otro, y sentirse acogido como en su casa. Recuerdo que mis compañeros de la escuela eran así. Se disculpalban si te daban la espalda sin querer, se movían para estar seguros de que todo mundo formaba parte de la conversación. Esto fue realmente digno de admiración tratándose de chicos de ocho años de edad, un gran contraste con la realidad de hoy en día. Los padres hacían un gran esfuerzo para inculcarles esta norma como base fundamental en su  vida. Esto resultó ser el ajuste perfecto con los valores que mis padres deseaban que Brian y yo tuviésemos.

Entrada principal de la Alliance Française Antoine de Saint-Exupéry
Todos los días a partir de mi primer día de escuela – como recordarán después de haber leído la entrada anterior del blog, me uní al grupo tarde – empezábamos con La Marseillaise – el himno nacional francés – seguido por el himno nacional chileno. Todos los niños de la escuela primaria se ponían de pié prestando toda la atención para cantar los himnos al izar cada una de las banderas. Está claro, que La Marsellaise la tenía ya grabada en mi mente por el Colegio Francia, así como el himno venezolano “Gloria al bravo pueblo”. Y ahora, me daba cuenta que era el francés junto con el chileno. Me aprendí de memoria la letra del himno chileno y no solamente lo cantaba cada mañana, si no que también sentía la letra con una cierta inspiración acompañada de patriotismo. Aún recuerdo hasta la fecha,  toda la letra completa del himno nacional y cuando lo escucho en competencias internacionales, se me pone la piel de gallina acompañada de un sentimiento de orgullo nacional. Tal vez me había apegado a mi nueva cultura porque mis anfitriones eran extremadamente acogedores y amigos de verdad. Todos los alumnos tomaban fila con los chicos de su respectivo grado y salón de clase en un patio grande que separaba a la escuela primaria de nuestra querida cancha de fútbol al norte, de la escuela secundaria y bachillerato al sur. En el poniente de esta alameda se encontraba el portón principal hacia Luis Pasteur y al oriente, las instalaciones de atletismo donde tomábamos las clases obligatorias de educación física.

El curriculum de la escuela constaba de un componente en francés muy sólido siendo el idioma principal de estudio. Llevábamos cursos de: matemáticas  en francés, historia en francés, ciencias en francés, francés en francés – esto es solamente una prueba para ver si aún están ustedes leyendo… El otro componente, el cual era completamente nuevo y a la vez raro para mí era la inclusión del español. Ya me había convertido en todo un maestro al hablar el español – ya fuese chileno o venezolano – pero nunca lo había yo aprendido en clase. Por supuesto que me moría de pánico. Si se cuenta con una base sólida para poder escribir en un idioma latino, es más fácil aprender otro, pero de no ninguna manera significa que es un proceso fácil cuando el resto de la clase lleva una ventaja de cinco años. De todas formas, me parece que el francés como idioma escrito es mucho más fácil y elegante – quizás porque que fue el primer idioma que aprendí en la escuela – y el español carece de un montón de acentos ortógraficos. La gramática es muy parecida y tiene la misma importancia. Estos idiomas tienen una cierta tendencia a utilisar oraciones más largas con respecto a la estructura, incluyendo la descripción explícita y detallada, cosa que disfruto bastante, en cambio el idioma inglés carece de ello. Siempre me pregunté por qué la cultura anglo-sajona nunca se inclinó por la fluidez para construir oraciones interminables que continúan por páginas y más páginas. Mi madre, como buena francoparlante, dice que los ingleses no comparten mucha información y no usan tantas palabras para no meterse en problemas. Y me doy cuenta de que esto es muy cierto debido a mi trabajo como consultor en política.

En cuanto al curriculum chileno, además de tener que saber escribir el español, existía otro gran portal cultural. Estudiábamos historia y geografía de Chile. Estas dos materias siguen siendo hasta la fecha una pasión y una cosa que disfruto mucho en mi vida. Brian y yo, habíamos inventado un juego utilizando nuestra enciclopedia Larousse, estoy seguro que todavía lo recuerda con tanto gusto como yo. Uno de los dos escogía un país en el mundo, consultando la enciclopedia y nada más se le mostraba al otro la bandera. El otro a su vez, miraba la bandera y tenía que decir el nombre del país y en qué continente estaba localizado. Con el tiempo nos volvimos expertos jugando este juego y ya sabíamos el nombre del país, la capital y el idioma que se hablaba en cada uno o en algunos casos los idiomas. Aprendí en mis clases acerca del libertador, el General Bernardo O’Higgins, quien peleó para expulsar a los españoles. Me pareció que tenía yo un cierto parecido con él, pues el era de ascendencia irlandesa y sentía una gran obligación con su Chile y su cielo azulado. Tal vez, yo llegaría a ser algún día el canadiense que vería Chile como su patria, como él, y haría que la gente se sientiera orgullosa de mí. También aprendí su historia naval de la que se sentían muy orgullosos y también de la Esmeralda. También en cuanto a los asentamientos de extranjeros que llegaron a ese país. Lo que era aún más importante, era la existencia de una pequeña isla llamada Rapa Nui – también conocida como la Isla de Pascua. Recuerdo que me sentía muy intrigado al ver fotografías de los Moais en mi libro de texto y soñaba con el día en que pudiera ver uno de cerca.

Brian y yo vestidos en nuestro uniforme deportivo de la escuela
A mi corta edad, estaba adquiriendo toda una serie de conocimientos académicos y también de actividades deportivas. A los venezolanos les interesaba el fútbol aunque en realidad su ambición se inclinaba más hacia el béisbol. Todos su héroes nacionales del deporte soñaban que entrenaban jugando béisbol a nivel professional en las ligas más importantes de los EE.UU. y el Canadá. Los chilenos, incluyendo mis mejores ‘cuates’ o ‘patas’, dedicaban su vida al deporte del fútbol. El país tenía una liga professional para competir y algunos jugadores llegaron a clasificar como campeones continentales. En nuestra escuela, aunque éramos amigos y jugábamos juntos cada que se prensentaba la oportunidad, siempre se sentía una cierta tensión cuando se hablaba de la liga. Todos y cada uno apoyaban el club con orgullo. Nunca podían pasar por desapercibidos el éxito de la U de Chile, la historia de la Universidad Católica de Chile ni el espíritu de competitividad de los Caciques del Colo Colo. Mi hermano y yo, saltamos para subirnos al carro de la banda de Colo Colo, especialmente en 1991 cuando Colo Colo llegó a las finales de la Copa Libertadores de América. Lograron ganarle al Olimpia de Paraguay, los campeones se defendieron, 3-0. ¡Qué gran momento fue ese para nosotros como aficionados y expertos del deporte! Este momento inmortalizó al gran manager y genio yugoslavo, Mirko Jozic junto con sus caciques guerreros. Este triunfo fue un hito en la historia para muchas futuras generaciones de jugadores y sus aficionados. También hubieron muchos momentos memorables del juego para recrear en el patio de la escuela junto con nuestros amigos.

domingo, 13 de febrero de 2011

La Escuela, Un Curso Avanzado en Cultura

Nuestras vacaciones se habían acortado. Habíamos llegado a la mitad del año escolar – el año escolar del Hemisferio sur, generalmente empieza en febrero y termina en diciembre – y teníamos que ponernos al día con los demás chicos. El verano había tenido que ser postergado hasta la Navidad. La pérdida de esa estación fue más dura que las cortas vacaciones obligadas. El ponerme al día con las caricaturas o diseños animados y el construir fortalezas para mis G.I.Joes tendría que esperar. Mi papá empezó a trabajar como era de esperarse, pero ahora en una nueva dirección, en el centro de Santiago. Mi madre, brillante y reconocida persona multitarea, se las tuvo que arreglar como pudo en la compra de última hora de los uniformes para el colegio, también tenía que ocuparse de recibir nuestras cosas enviadas de Venezuela e inscribirnos en la escuela. Es muy fácil dar por sentado el grado de dificultad para inscribir a los niños así como la compra de los uniformes a mitad del año escolar. ¡Arriba mamá! Logró inscribirnos en la Alliance Française de Saint-Exupéry, ubicada en la  Avenida Luis Pasteur. La verdad fue que no contamos con mucho tiempo como para poder instalarnos como familia debido a todo el correr y, el ir y venir, pero el permanecer dentro de un curriculum francés ayudaría a la transición, ya que esto era lo único que no había cambiado tanto en la vida de Brian como la mía.

Soldados de la Escuela Militar General Bernardo O'Higgins en uniforme oficial
Me sentía muy nervioso esta vez al empezar el colegio. Claro estaba que era la escuela francesa pero todo el entorno había cambiado para mí. Esta vez, estaba mucho más conciente de todo y cada uno de los momentos por los que estaba pasando. Todos los posibles escenarios del “y  si” me estaban pasando por la mente. Sentía el estámago super apretado lleno de esas mariposas que siente uno cuando esté nervioso y sentía que ellas podían moverse mismo con toda la presión que llevaba dentro. El camino para ir a la Alliance iba a ser el mismo todas las mañanas, sin embargo, esa primera vez grabó un recuerdo perpetuo en el chip de mi memoria. Justo antes de llegar a la intersección principal de Vespucio Norte con Apoquindo, tomábamos la lateral pasando por la Escuela Militar General Bernardo O’Higgins, la cual pude identificar inmediatamente al mirar por la ventana de nuestro automóvil. Todos los días por la mañana, llueva o truene – o nieve en algunas ocasiones – los estudiantes militares desfilarían llevando puestos esos uniformes impecables estilo Prusia. Parecía como si se estuviesen preparando para invadir Francia a gran escala. El verlos marchar totalmente sincronizados era maravilloso y a la vez un tanto cuanto intimidante. Absolutamente impecable. Todo lo que venía a mi mente era la gran esperanza de que los franceses en la alliance no aplicarían este nivel de disciplina. Imágenes de desfiles militares y uniformidad prevalecían en mi pensamiento, mientras estaba sentado  en la parte posterior del automóvil al lado de mi hermano. ¿En qué nos hemos metido esta vez?

Cuando mi madre, Brian y yo llegamos a la alliance, las clases ya habían dado comienzo. De ninguna manera habíamos llegado tarde. El motivo fue porque Brian y yo teníamos que pasar entrevistas por la mañana con un proviseur que olía a cigarillo – el director – quien estaba en control de nuestro destino y futuro en la escuela con tan sólo un plumazo. Después de haber obtenido la autorización de este director, una de las personas bajo sus órdenes tenía que acompañarme a mi salón de clases. Realmente, no tenía ni la menor intención de atraer la atención en mi primer día de clases. Recorrí los pasillos helados siguiendo al Inspecteur Mario – lo que me parecía en ese momento, el equivalente de un guardia de prisión o celador – a mi salón de clase en donde pasaría la mayor parte de mis días. Golpeó una pesada puerta metálica puerta de color verde y una señora de lentes y pelo cenizo abrió la puerta. Se presentó como Madame Jasmine y me pidió que entrara al salón – como si hubiera tenido la oportunidad de decidir. Lo primero que tuve que hacer como un chico nuevo fue pararme de pié en frente de toda la clase y pronunciar algunas palabras diciendo quién era enfrente de todos mis nuevos compañeros de clase. Lo primero que se me occurió fue el explicar brevemente mi historia, mi vida en Venezuela, mi padre trabajando para la Embajada del Canadá y el hecho de que mi familia era canadiense, pero todo parecía ser algo complicado de entender para la mayoría de mis compañeros de 8 años de edad.

Después de mi presentación algo complicada, me sentí realmente fuera de lugar y tomé asiento hasta el fondo del salón, al lado de un niño gordito. Era el lugar perfecto para esconderme en ese momento, ya que todo el resto de los chicos tenían que estar dirigiendo la mirada hacia el frente para poder ver lo que Madame Jasmine hacía. ¡Y así ya no atraía la atención de todos! ¡Qué maravilla! El chico que mencioné anteriormente, mi compañero sentado justo en la fila de atrás, reaccionó aparentemente en  forma positiva a mi llegada. Dijo que se llamaba Stéphane Simon, era francés y tampoco hacía mucho tiempo que había llegado a Santiago. Me empecé a sentir con más confianza, al establecer un acuerdo, entre mi nuevo compañero de celda y yo, sin comunicarnos pero a la vez protegiéndonos  el uno al otro. Estaba listo para un buen comienzo. Lo que sucedió en seguida,  fue el repique de la campana llamando a recreo. Y me pregunté ¿Ya es la hora de recreo?  Salí del salón de clase caminando – en vez de salir al estilo olímpico galopante que había perfeccionado y al que estaba acostumbrado en Caracas – la mayoría de los chicos de mi salón estaban ya esperando detrás del monstuoso umbral verde. Me sorprendí al darme cuenta de que no me estaban esperando para darme una paliza de bienvenida. Mismo hoy en día, me sorprende el hecho de que realmente me estaban esperando para presentarse y que me sintiera bienvenido y al mismo tiempo pudiera conocer a la pandilla.

Brian y yo estrenando nuestro uniforme de la Alliance Française.
La mayoría de los niños era chilenos. Me hablaban una vez más en ese español de entonación melodiosa que le había escuchado a Osvaldo y yo contesté en mi pulido venezolano. Pensaron que algo no era normal en cuanto a mis aptitudes linguísticas y se encargaron de enseñarme como hablar como un chico chileno de verdad. Las palabras que tenía que usar para hablar un idioma normal eran por ejemplo, “al tiro”, “cachai”, “despelote” y por supuesto mi expresión favorita hasta la fecha “ya po”. Estos chicos se convirtieron en mis buenos amigos durante el tiempo que estuve en Chile. Los nombres que puedo recordar son Alfonso Barneche, Allen Rosemberg, Cristian Salinas, Felipe Olate y Felipe Schapira. Por supuesto que a la vez todos y cada uno de ellos tenía un apodo que debía aprenderme pues me había convertido en uno más del grupo. Schapira era el contacto para la hora del recreo. Nos explicó que siempre traía su balón de fútbol y que el juego empezaba tan pronto la campana de recreo sonara. Jugábamos hasta que la campana sonaba nuevamente llamando de vuelta a clases. Después de esta explicación,  hubo una pregunta lógica a este entendimiento: ¿Te gusta el fútbol? Esta fue la oportunidad ideal para compartir mis historias de los clásicos de Venezuela en el Colegio Francia, lo cual ayudó a establecer un interés común. El fútbol – soccer para los norteamericanos – era mi herramienta para salvar la brecha cultural y quizás el hecho de  tener un interés en común y a la vez sólido para muchos chicos, esto ha siempre sido otro de mis intereses percederos en mi vida.

(Para obtener más información referente a la Escuela Militar General Bernardo O'Higgins, los uniformes, fotos y video visite este enlace: http://www.pickelhauben.net/articles/South%20America.html)

domingo, 6 de febrero de 2011

Chile – Primeras Impresiones de Santiago

Cuando ibamos descendiendo a Santiago, podía mirar por la ventana del avión la majestuosa Cordillera de los Andes y su cima nevada. Estaba extasiado admirando esta inmensa maravilla, preguntándome si algún ser humano ya se habría aventurado a recorrerlas. Anuncié a mis padres mi nuevo hallazgo y les dije que tenían que prestar atención mirando por la ventana. Toda esta emoción me hizo sentir con más confianza y positivismo respecto a esta nueva experiencia la cual se aproximaba cada vez más. A la edad de 8 años, éste sería mi cuarto hogar provisional. Había logrado hacerme de amigos en todos los demás lugares, por lo tanto me imaginé que podría hacer nuevas amistades con facilidad y volverme un tanto cuanto chileno.

Bandera de Chile, La Estrella Solitaria
Nuestro avión aterrizó, en el Aeropuerto Internacional Arturo Merino Benitez de Santiago. En ese momento, ni me imaginaba que este lugar se convertiría en el eje de nuestras nuevas aventuras. Después de pasar la aduana y llegar oficialmente a Chile, nos estaba esperando Osvaldo, uno de los choferes de la Embajada. Él, habla español,  sin embargo hablaba con una cierta elegancia  y entonación,  muy diferente al español de Caracas al cual ya me había acostumbrado. Aparte de estar escuchando este nuevo acento que llamaba la atención, él tenía la pinta de un hombre europeo mayor,  esto me hacía pensar en la familia de mi madre. Decidí que me caía bien en el instante. Nos dió la bienvenida a Santiago con el más firme apretón de manos que nunca antes había experimentado – un apretón firme de manos significa respeto –  después de mencionar esto, era él, quien nos conduciría en esa grande ciudad a nuestros nuevos menesteres.  Nos dijo que ahora nos dirigíamos hacia, Las Condes, nuestro barrio, a una distancia aproximada de 30 minutos dependiendo del tráfico.

El mundo fuera del aeropuerto era bastante diferente al de Maiquetía. Mientras permanecía sentado en el auto, detrás de Osvaldo, me embebí una vez más mirando el paisaje por la ventana. Llegamos en agosto lo quería decir que aquí era invierno. El día parecía estar nublado, el campo era verde y había un cierto olor a humo en el ambiente, ya que mucha gente usaba las chimeneas como medio de calefacción. No había sistema de calefacción como el que se usa en Canadá o en algunas partes de los EE.UU. No me podía acostumbrar a sentir frío. En Caracas, por lo general hacía calor y era seco o bien hacía calor y llovía, así era durante todo el año. Ví granjas rodeadas de una vegetación única. En mi mente se asemejaba a aquélla de los bosques canadienses, pero no igual del todo. Había árboles de eucalipto inmensos – aún recuerdo ese aroma tranquilizante de las hojas – pinos esbeltos parecidos a los de España e Italia, robles, sauces llorones, y muchos otros más que no recuerdo el nombre. ¡Esto fue fantástico!

Al llegar a la ciudad de Santiago, los edificios, la gente y todo lo que miraba por la ventana me parecía una cosa muy diferente a los otros sitios donde había vivido y conocido. Una cierta elegancia caracterizaba este lugar: los edificios históricos se veían limpios como si los acabaran de ser eregidos, amplias avenidas y bulevares llenos de gente, taxis que se desplazaban en el tráfico como sobre el caudal de un río. Todo estaba tan organizado, además parecía tener un propósito. Tanto a mi familia como a mí, nos dió la impresión de haber pasado por un lugar secreto en el espacio, mientras volábamos en ese avión de LAN Chile. Cuando estuve en Madrid en el año 2004,  le encontré un gran parecido con esta ciudad, pero a la vez más estructurada y mejor planeada. La ciudad estaba rodeada de montañas según se podía ver. Osvaldo nos habló de Manquehue, un cerro demarcando la ciudad y que a su vez llamaba la atención a todos los extranjeros para excursionar los fines de semana. Estaba deseoso de salir por doquier con mi familia para explorar esta ciudad tan interesante.

Vista panorámica de Santiago de Chile y la Cordillera de los Andes al fondo
Finalmente, llegamos al apartamento en la Avenida Apoquindo y nos instalamos a sabiendas de que no ibamos a estar cómodos pues sólo ibamos a estar allí por corto tiempo. La residencia que nos habían asignado – SQ o Staff Quarters, alojamiento para el personal, según al terminología del idioma de asuntos exteriores – no estaba disponible, ya que el predecesor de mi padre estaba todavía ocupándola, le faltaban unos días para terminar su misión. De costumbre, cuando un diplomático termina su contrato, la familia se marcha y se asigna un cierto tiempo para poder pintar y hacer la limpieza de la casa. Las casas son amuebladas, pero los efectos personales tales como ropa, decoraciones y cosas que la familia elige llevar consigo las entregan por separado una vez que las personas ya están alojadas en la casa. Esto fue siempre así para mi familia, pero para mí fue la primera vez en que me percaté de todo ese proceso. También me di cuenta que la mayoría de las cosas que teníamos en  casa no eran nuestras. No obstante, ahora yo estaba concentrado en la nueva escuela ‘Francesa’, otra vez una nueva casa y empezar una nueva etapa de la vida.

¡Hasta Luego Venezuela!

Después del Caracazo, la vida no volvió a tomar el cauce al que ya estábamos acostumbrados. Cumplí 8 años, el 2 de marzo de 1989, solo con mi familia y nadie más. Mis amigos no pudieron venir a mi fiesta debido a que tanto las Fuerzas armadas venezolanas como la policial tenían órdenes del gobierno de vigilar que nadie saliera de su domicilio, ya que el gobierno no había levantado aún el estado de emergencia. Mi mamá era muy ingeniosa, rápidamente me hizo un pastel de cumpleaños con lo que encontró en la cocina para celebrar y hacer honor a mi día. Era un ‘brownie’ enorme, y lo llamamos pastel de cumpleaños. Por suerte, tenía yo una cierta debilidad por los ‘brownies’ (aún la tengo y trato de pensar que no es bueno debido al colesterol y las grasas). Yo tenía una idea un tanto cuanto vaga de lo  que estaba pasando del otro lado de los muros de la casa. Mis padres se sorprendieron de que no hice ningún drama por la forma en que festejamos mi cumpleaños. Me da gusto haber reaccionado de esa manera, pues mis padres no podían hacer ninguna otra cosa. Ese día fue mágico para mí, de todos modos estábamos los cuatro reunidos en ése, mi día.

La familia Claus canadiense, Caracas, Venezuela.
Los meses a seguir fueron los últimos que pasamos en este país. Cuando nos dieron finalmente la luz verde, para darnos permiso de salir de nuestras casas y también  nuevamente a la calle. El ambiente en general, era muy tenso y mi pueblo venezolano se veía un tanto cuanto insatisfecho. El gobierno, ahora había establecido un toque de queda, lo quería decir que teníamos permitido estar fuera de casa hasta la puesta del sol. Mi madre aprovechó esta oportunidad para ir al supermercado cercano para el suministro de alimentos, entonces bajamos la colina de Circunvalación del Sol. Nos llevamos una gran sorpresa, todo el centro comercial estaba repleto de soldados por doquier. Nuestro centro comercial se había convertido en fortaleza de GI Joe en la vida real, como la que solía hacer con mi hermano, esperando que Cobra atacara. Afuera del supermercado, la gente formaba colas larguísimas esperando su turno para entrar,  adineradas amas de casa discutían entre sí y con los soldados, simplemente porque necesitaban comprar alimentos.

Cuando fue nuestro turno para entrar al supermercado que parecía fortaleza, los pasillos y los estantes estaban casi vacíos. Las amas de casa ingresaron con todos sus argumentos y prácticamente se peleaban por el pán, el azúcar, la leche, en pocas palabras por alimentos básicos para el abastecimiento del hogar. Yo estaba ayudando a mi mamá cuidando el carrito, enmedio de estas acaloradas discusiones, mientras ella trataba de recopilar cosas que fuesen útiles, así como artículos no perecederos. Se alejó y en cuestión de una milésima de segundos para alcanzar otros alimentos de otro estante, estas amas de casa se voltearon hacia mí con una mirada depredadora. Yo estaba solo, estaba cuidando el carrito con alimentos y era lo suficientemente pequeño como para intimidarme. Sabía que lo único que podía hacer era gritar con todas mis fuerzas, y de todas formas nadie se dió cuenta debido al escándalo que había dentro de la tienda, se abarrotaron al carrito y me arrebataron todo lo que quisieron. Cuando mi madre volvió, se dió cuenta que muchas cosas se las habían llevado, me miró y no dijo nada. Yo estaba todavía bajo el choque de lo que acababa de pasar, no sabía qué decirle. No se enojó conmigo pues fácilmente pudo adivinar por qué nuestro carrito estaba otra vez casi vacío.

Mi primer día, cuando iba en camino, de vuelta al colegio fue monumental. Podía ver un sinnúmero de patrullas militares y estaciones de inspección por toda la ciudad. Por la mañana el tráfico se volvió aún más lento. No me importó, ya no podía esperar ni un minuto más para volver a ver a mi amigos del lycée después de tan largo hiato. Extrañé a mis amigos cercanos, nuestras actividades, nuestra camaradería y hasta mis clases y maestros. Era bueno estar de vuelta en mi mundo de la escuela primaria pues era una de las cosas que no había cambiado en mi vida. El mundo allá afuera podía estarse desmoronando, pero el Colegio Francia estaba ahí para quedarse. Através del sofisticado núcleo de compañeros de la escuela primaria, me enteré que habían matado a uno de nuestros compañeros del colegio durante los disturbios, un chico en la misma clase que mi hermano Brian. Quizás tenía máximo 12 años. Lo cierto es que ya no estaba con nosotros, pero la historia fue que lo mataron al estar de pié frente a una ventana de su departamento durante los disturbios.

Las pequeñas cajas son los famosos "ranchitos" en el barrio de Petare, Caracas, Venezuela.
Unos cuantos meses más tarde, casi al terminar nuestro año obligatorio de actividades escolares, mis padres nos llamaron para una reunión de los Fabulosos Cuatro. Esta vez, nos comunicaron que nuestra familia tenía que mudarse una vez más, nos estaban mandando a Santiago de Chile. Mi hermano y yo, habíamos logrado hacer amigos a lo largo de esos tres últimos años y nos sentimos tristes de tener que dejarlos. Pensé por un momento lo que significaba para mí, Venezuela como país y su gente. Algo así como lo que uno llamaría después de una determinada edad, la primer escuela de mi vida. Durante el tiempo que estuve ahí, identifiqué que existía un mundo de ‘afortunados’ y otro de ‘desafortunados’, dándome cuenta de que mi familia formaba de los ‘afortunados’. Miré con respeto aquella gente y familias que estaban del otro lado del espectro. No fue por elección propia el vivir de esa manera. También, me dí cuenta, de todo lo que mis padres estaban haciendo por sus dos hijos y de la gran suerte que teníamos de ser los Fabulosos Cuatro. Iba a extrañar Venezuela, ya que las circunstancias me aportaron un gran aprendizaje, y al mismo tiempo quedaba en espera de nuestro nuevo desafío.

El Caracazo: El día que sacudió el país

En noviembre, la emoción y la tranquilidad reinaban de vuelta en nuestro hogar de Santa Paula: Mamá estaba de regreso. Brian y yo, no teníamos ni idea que necesitaba reposo para recuperarse de la operación, pero el hecho de que regrasara después de tanto tiempo nos hizo valorarla mucho más. Estoy seguro, que si el medico le recetó amor y cariño como vía de recuperación, le dimos montones y lo más que pudimos. Recuerdo volver del colegio buscándola para darle un fuerte abrazo y ver cómo seguía. Por fin, los ‘Cuatro Fantásticos” estaban reunidos de vuelta y aún con más fuerza.

Presidente venezolano, Carlos Andrés Pérez

A este retorno a la normalidad en nuestro hogar lo siguió un carnaval político masivo en la gran ciudad. ¡Elecciones! El país estaba pasando por una crisis económica mayor, algo en que yo tenía poco conocimiento. El presidente en ese momento era Jaime Lusinchi. Su período estaba por terminarse y el pueblo estaba en busca de un cambio. Todo el entusiasmo estaba alrededor de ‘el Gocho del 88’, Carlos Andrés Pérez, y sus promesas de implementar a gran escala reformas de mercado libre basadas en recomendaciones del FMI. Sus propuestas de reformas comprendían, la privatización de compañías estatales, reforma de impuestos, reducción del impuesto aduanal y disminuir el rol del estado dentro de la economía. Su popularidad era enorme, según lo entendía yo, ya que tenía un pin con su rostro, el cual lo llevaba yo puesto muy a menudo por toda la casa modelando al mismo tiempo en forma deportiva mi increíble pijama de Kung Fu.

El Presidente Pérez fue en realidad elegido en 1988 y empezó su camino hacia la reforma. Implementó un paquete económico que incluía, el eliminar las subvenciones de la gasolina, las cuales permitían anteriormente a los venezolanos, el gozar de precios de gasolina extremadamente baratos, el precio de la gasolina se disparó junto con el precio del transporte público. Muchos venezolanos se basaban en el transporte público barato, ya que no podían darse el lujo de comprar un automóvil para la familia y a la vez vivían en condiciones humildes, de lo que me pude dar cuenta al visitar proyectos de desarrollo con mi familia.

El Viernes 27 de febrero de 1989, me desperté al grito de pánico para ir al colegio. Salí de mi recámara para ver a mi mamá junto con Brian en la sala familiar y pude escuchar gritos caóticos procedentes de la televisión. La gente afectada por las reformas económicas recién implementadas habían salido a las calles. No entendía yo, por qué mi gente estaba furiosa, pero me daba cuenta de las protestas y los grandes disturbios. El reportero en escena mentionó que los eventos de los que estábamos siendo testigos se estaban desarrollando en Guarenas, un pueblo aledaño a Caracas. Mi madre, Brian y yo, no podíamos creer las imágenes que estábamos viendo y no podíamos evitar ni dejar de pensar en mi papá, quien había salido de casa temprano para ir a trabajar. Por la tarde, los disturbios se habían extendido hasta Caracas y escuchábamos tiroteos desde nuestro jardín posterior, estallidos de bombas y todo tipo de gritos.

Muchedumbre saqueando Caracas, Venezuela, 27 de feb. de 1989.
Mediante el amplio desorden civil, el Presidente apareció en la red nacional de televisión, declarando el país en estado de emergencia, y como resultado, todos teníamos que permanecer sin salir de casa hasta que se restableciera el orden. Hubo advertencias muy claras, que a cualquier persona que se le ocurriera salir de su casa, la fuerza de seguridad le dispararía. Después de este mensaje, los derechos a los medios de comunicación fueron suspendidos  y quedamos en la oscuridad, sin saber nada. La cobertura vía televisión era la única forma para poder saber que era lo que estaba pasando en el mundo externo fuera de los muros de nuestra casa. Más tarde, me enteré que el Presidente Pérez había suspendido muchos derechos constitucionales y daba órdenes para restablecer la obediencia a cualquier costo. Lo único que pensaba era en mi papá y si algún día lo volvería a ver. En mi mente aparecían imágenes de mi padre en su automóvil, rodeado de gente  tratando de atacarlo. Al final sí pudo regresar a casa ya tarde esa noche. Estos disturbios continuaron durante tres días más.

Definiendo la familia

Venezuela estaba resultando ser un lugar agradable para vivir. Como todo niño, mi hermano y yo, ya nos habíamos establecido, habiendo hecho amigos y todo iba bien en el colegio. Como familia, teníamos la oportunidad de conocer muchas regiones bonitas del país. Fuimos a las playas arenosas de Puerto la Cruz; también a  asentamientos coloniales tal como Colonia Tovar, descubriendo las montañas de los Andes en Mérida y otros sitios más remotos como Canaima en la selva del Amazonas. Cada lugar, estaba lleno de su propio encanto marcándonos siempre de recuerdos inolvidables.

Yo con un coco en Chichiriviche, Venezuela.
En septiembre de 1987 se nos presentó nuestro primer y más grande reto. Un terrible mosquito llegó de visita a la casa, tomó a mi mamá y hermano como anfitriones y les transmitió la fiebre del dengue. Nunca había visto a nadie, como mi madre tan extrovertida y llena de energía completamente fuera de combate. Ambos, tenían un agotamiento extremo, fiebre y pérdida de peso. La única vez que podía verlos durante todo un mes, era cuando acompañaba a mi papá para llevarlos a la clínica para un control. Mi hermano sorprendentemente se recuperó más rápido que mi madre. Sin embargo, ella se reincorporó al trabajo aún estando convaleciente.

Mi madre trabajaba en la Embajada como coordinadora de la comunidad. Organizaba reuniones para los canadienses y sus familias, así como eventos públicos con el objeto de representar al Canadá. Al reanudar sus labores, organizó una fiesta de Halloween para los niños y también nuestros disfraces de piratas para ese gran evento. Gozaba de  habilidades, mejor conocidas en la actualidad, como aptitudes de multitarea sobresalientes y una cierta facilidad para realizarlas en un ambiente de alta presión. Mientras alistaba mi rifle de pirata, espada y parche para el ojo, no tenía ni la más remota idea del panorama.

Antes del glorioso día de mi bravuconería y búsqueda del tesoro, mis padres se reunieron con nosotros. Querían hablar con Brian y por supuesto también conmigo, para decirnos que mamá tenía “que marcharse por algún tiempo”. Esta proposición fue muy dura para que yo pudiera entenderla. Mi padre trató de explicarnos lo mejor possible que tenía que ir al hospital en Toronto y que se quedaría en casa de mi tío John y mi tía Amy, yo adoraba a mis tíos, pero también sabía que habían hospitales en Caracas. ¿Por qué no podía ir a alguno de ellos? Entonces, nos dijeron que mi mamá tenía cancer del seno y que la tenían que operar… Todo lo que yo sabía sobre cáncer, era que mi abuelo Bourlon había fallecido de esa enfermedad.

Halloween 1987, Caracas, Venezuela.
Mi madre se fue a Canada dos semanas completas. Esas dos semanas fueron una eternidad para un niño de esa edad. Mi mamá siempre había estado ahí para ayudarme con mis tareas para que todo estuviera bajo control. Debido al alto costo de las llamadas por teléfono de larga distancia y sin que el Internet existiera en ese entonces, la comunicación era muy restriginda y sólo contábamos con el correo que era más lento que una tortuga. Si le enviábamos una carta antes de que volviera, ésta hubiera llegado a Toronto cuatro semanas más tarde y ella ya hubiese estado de vuelta en casa para ese entonces. Mi papá se encargó del manejo de la casa. Brian, quien tenía 9 años, me ayudaba con mis tareas. Con este reto aprendí a darme cuenta de la importancia de la relación de los “Cuatro Fantásticos” y que todos podíamos contar el uno con el otro en momentos de angustia.

El Arribo de Pancho Bickford


Inicié mis estudios de educación primaria en el Colegio Francia. Esta escuela forma parte del sistema del “Lycée” un tanto cuanto complejo, el cual garantiza que sin importar el país donde las familias francesas vivan, sus hijos siempre tendrán la misma calidad de educación como si estuvieran de vuelta en Francia. La mayoría de los maestros eran, expatriados franceses, maestros contratados directamente en Francia o bien jóvenes franceses cumpliendo con el servicio militar y cumpliendo con servicio a la comunidad en el extranjero. Recuerdo mi primer día ahí con un terror espeluznante.

Brian y yo, muy elegantes con nuestro uniforme del Colegio Francia.
La sección francesa tenía un gran patio justo al centro, con montones de niños de todos los diferentes grados de primaria, todos de pié alrededor de este patio esperando el paso siguiente. De repente, los maestros se presentaron en esta área con un parlante gigantesco gritando los nombres de cada uno de los alumnos. Cada que nombraban a alguien, bajaban la cabeza, esto seguido por una revision de zapatos, uno trás otro, y cada cual recordando cada detalle de la libertad que solían tener escapando a todo esto. Este es uno de los momentos en que la vida que te sonreía queda atrás en cosa de segundos.

Lo maravilloso es que eramos niños, y como tales, pasábamos a otra etapa rápidamente. Una vez en el salón de clase, estaba un niño sentado a mi lado que parecía mago con lápices de colorear. Dibujó unas figuras que me parecían sorprendentes. Él miró mis dibujos con una mirada aprobatoria. Nos hicimos amigos inmediatamente. Se llamaba Gabriel Montagne. A partir de ese momento de magia artística, nació una sólida amistad, la cual dió inicio a poder quedarnos a dormir uno en casa del otro y viceversa y podernos reunir con gran frecuencia. Del otro lado de la mesa para dibujar estaba sentada una niña, Caroline, quien se sentía como en su casa en el salón, dando órdenes a todo el mundo, y Douglas, un niño muy tranquilo, a quien su madre lo obligó a entrar en el salón así estuviera llorando. Todos ellos se convirtieron en mis nuevos amigos durante el tiempo que estudié en el Lycée.

El descubrimiento de la hora de recreo fue algo especial. Cuando tocó la campana, todos nos miramos perplejos el uno al otro, luego escuchamos a los niños de los salones contiguos salir de forma apresurada y gritando de regocijo. Eran los veteranos de la escuela primaria quienes ya sabían de que se trataba. Nos precipitamos levantándonos de nuestros asientos para salir rápido para unirnos a la oda a la alegría. Detrás del portón que nos apartaba de la vida real ahí era donde los gladiadores se encontraban. El patio donde habíamos estado anteriormente era de cemento y ahora se convertía en el campo de batalla. A los alumnos no se les permitía traer pelotas a la escuela, ya que estaba comprobado que era una fuente de distracción, entonces los niños más perspicaces usaban pequeñas botellas de plástico  como pelotas o balones, a las autoridades no parecía importarles.

Brian y yo en nuestro jardín, Caracas, Venezuela.
Aquí también dimos inicio a los grandes ‘clásicos’. Los chicos de las secciones francesa y venezolana se enfrentaban todos los días en torneos de 15 minutos. Después de varios partidos,  empezó a establecerse una cierta camaradería no sólo con los compañeros de equipo pero también con nuestros adversarios a través del deporte, lo que es normal al tener que reunirse con el enemigo en el campo de batalla. No existía un honor más grande que el de tomar parte en estos partidos, acompañado del respeto que uno se gana. Además, con el transcurso de mis clases de español y la relación con otras personas ajenas al colegio, quienes no eran ni familiares ni el personal de la Embajada, me empecé a sentir cómodo con el idioma y decidí adoptar una nueva personalidad venezolana. De ahora en adelante, ya no se trataba más de William, el niño canadiense. Me convertí en Pancho Bickford. Todo el mundo tenía que saberlo.

Venezuela – La Tierra de Bolívar

En 1986, llegamos al Aeropuerto internacional de Maiquetía, listos para descubrir un nuevo mundo, esta vez el idioma local era el español. Al salir de la terminal, estaba esperándonos el funcionario administritivo de la Embajada del Canadá. Lo que más llamaba la atención en ese sitio eran los llamados ‘ranchitos’ en las laderas de los cerros rodeando la bahía y la ciudad. Todos miramos por la ventana del automóvil que nos conducía a casa en Caracas, que la densa vegetación era parecida a la de Brasil, con tierra rojiza, árboles frondosos tipo selvático y además una gran posibilidad de una sorprendente fauna, todo mezclado entre los ‘ranchitos’. Nos sentimos un tanto cuanto familiarizados en cuanto a nuestro nuevo entorno.

Bandera de Venezuela de 1930 a 2006.
El departamento que nos habían asignado era el sueño de mi madre. Salvo que tenía una escalera sin barandas – el tipo de escalera que atrae a cualquier niño para bajarlas deslizándose sobre el trasero, ‘nosotros nunca lo hicimos’ – tres pisos sólidos, con acceso al tejado – donde no había ni baranda ni muros, por lo tanto éste era un lugar donde fácilmente se podía uno caer desde arriba del edificio de tres pisos – y nuestro jardín posterior con plantas de bambú, como separación de nuestros vecinos contiguos. Una de nuestras primeras experiencias en ese jardín fue conocer a nuestro vecino, Rocky – un perro enorme, maloliente, deseoso de que le prestaran atención. Era un tanto cuanto atlético y se las ingeniaba para saltar a nuestro jardín en varias ocasiones. Mi hermano y yo, adoptamos inmediatamente este perro como amigo, a pesar de la consternación de mi madre. No era de sorprenderse que no nos quedásemos en ese lugar durante mucho tiempo, mi madre presionó a mi padre para conseguir un lugar libre de riesgos y más apropiado para una pequeña familia.

Nos mudamos a otro lugar cercano llamado Santa Paula, en el Cafetal, Caracas, una casa de dos pisos con un gran jardín cercado para que mis padres estuvieran tranquilos. También teníamos un perro guardián llamado Snap, un pastor alemán sumamente elegante que nos había legado el dueño, originario de Bulgaria,  y también una mortal tortuga terrestre quien podía ocuparse de las amenazas del enemigo por el simple hecho del aburrimiento total, se llamaba Touché. Éste era un lugar maravilloso para vivir ya que era una comunidad segura, contaba con suficiente presencia policial y la mayoría de nuestros vecinos eran empresarios extranjeros o diplomáticos de otros países.

 
Brian y yo, y en el fondo Caracas
Sabíamos que Caracas podría ser un lugar lleno de emociones para nosotros como familia,  mi hermano y yo estábamos bien entrenados con respecto a nuestro nuevo estilo de vida. Ahora, ya no podíamos jugar más en la calle debido a la inseguridad, y la nueva área de juego era solamente el jardín posterior. Recuerdo montar en bicicleta alrededor de la casa y construir fuertes con los muebles del jardín, lo cual siempre les pareció bien a mis padres. Mi hermano y yo, notábamos cuando salíamos a caminar con mi mamá y mi papá que no habían niños en la calle como en Ottawa.

¡Un Año Nuevo Más en Puerta…Bienvenido 2011!

Queridos amigos,

Hoy es un día importante, así como lo son todos los fines de año. Es el momento en que de costumbre debemos recordar las bendiciones del año que termina, dando gracias a Dios – o cualquiera que sea la entidad espiritual que uno elija – por todas y cada una de las experiencias que hemos vivido, las que nos convierten en seres más fuertes y ojalá que un poco más sabios.
Upper Canada Village
En ciertas ocasiones, he pasado las fiestas de fin año lejos de mi familia y debo confesar que esto puede resultar un tanto cuanto duro, al encontrarse solo durante esa época. He pasado las fiestas la mayoría de las veces con mi familia de nacimiento y en otras ocasiones con mi nueva familia colombiana, quien me ha dado uno de mis mejores regalos: Mi esposa, Ana María. La clave siempre ha sido de recordar todas las bendiciones, tanto en los retos que hemos sabido superar así como, los momentos que nos hacen sonreir y sentirnos como la persona más afortunada del mundo.

También es un gran momento para pensar en la gente que le da sentido a nuestra vida, como es la familia – mis padres, David y Madeleine, quienes dedicaron su vida a su familia para dar a sus hijos todas las herramientas acertadas para construir su mundo a su manera. Brian, mi hermano, quien siempre ha estado presente desde el comienzo de mi vida, y más tarde junto con su esposa, Melissa y mi querida y adorada primer sobrina, Emma. Pio y Norma, mis padres colombianos quienes me acogieron en su vida como su hijo canadiense, Santi y Camila, mis nuevos hermanos, quienes siempre están presentes para hacerme reir y sentir que soy chistoso riéndose en una forma cortés de mis chistes sin gracia. Ana María, mi llama gemela, quien se ha convertido fácilmente en Bickford y quien me ha enseñado a la vez a ser un poco más Salazar-Moreno- así como la familia que adoptamos a través de la vida, los amigos.

Manotick
Es fácil decir que vivimos en un mundo que cada vez se torna más difícil, pero la familia y los amigos aportan a esta experiencia un gran valor. Muchas veces, pienso en mi origen, en dónde he vivido, los retos y todo lo que le da sentido a un ser humano para seguir adelante y siempre vuelvo a la conclusión: “All you need is love”, John Lennon. Cuando pienso en el mundo ideal para compartir con la humanidad, siempre recuerdo la película con Kevin Spacey y Helen Hunt, “Pay it forward”. Un niño emprende un proyecto en el colegio dirigido hacía proponer algo un tanto cuanto descocado para crear un mundo mejor. Al niño se le ocurre la idea de un simple gesto, el dar sin esperar recibir nada a cambio, a excepción de aquella persona que tuvo el gesto de bondad reciprocándolo a su vez. Ese es el mundo en el que me gustaría vivir y pensar que lo podemos lograr poniendo el ejemplo. Mi amigos más cercanos saben que ésta es la forma en que me gusta vivir.

David, Madeleine, William y Ana, deseándoles un muy feliz año 2011.
Me parece que el mensaje de fin de año, en general es el mismo que compartimos como cristianos  en la época de la Navidad – Estoy seguro que otras culturas y religiones tienen algo parecido – ¡Paz en la tierra! ¡Unámosnos todos para que juntos la hagamos perdurar verdaderamente más tiempo, y no sólo durante la Navidad y el Año Nuevo!  ¡Hagámoslo ya!

Son nuestros mejores deseos para todos en el 2011.




Will

Canadá – Descubriendo “Mí país”

En 1983, mi padre había terminado sus tres años de trabajo en Brasil, por lo tanto la familia tenía que volver a Ottawa, mi primer hogar canadiense. Vivimos en un lugar tranquilo llamado Hunt Club, parecido al de Brasilia excepto que no existía la selva ni la fauna silvestre, características  que la describían. Que raro que no existía nada venenoso allí. Mi primer choque cultural fue mi comprensión en cuanto al idioma, pensé que éste había cambiado de alguna manera. Mi madre continuaba hablando francés y mi padre inglés. Por algún motivo, toda la demás gente parecía no entender ni hablar portugués. De repente, me enfurecí ya que no podía interactuar y decidí adoptar un voto de silencio en forma temporal. Al observar a mi hermano y los demás niños vecinos nuestros, me dí cuenta que el idioma que estaba de moda ahora era el inglés o bien el francés.

Brian y yo en el sótano en Ottawa.
Empecé a ir al colegio en Ottawa, comencé en el Centro comunitario de Hunt Club Riverside. Mis compañeros de clase, la mayoría, hablaban francés y teníamos actividades muy divertidas, las cuáles ‘ya no practico mucho en la actualidad’ por ejemplo la hora de la siesta. Las clases de preescolar se convirtieron en mi mundo y el de los niños de mi barrio hasta que llegó el invierno. No podía salir a jugar con la libertad que solía hacerlo porque la temperatura bajaba a unas “cálidas” temperaturas de 15ºC o 20ºC bajo 0ºC, sin contar el factor del viento helado. Para aquellos que no viven en el Norte congelado, el factor viento helado se trata de esa refrescante brisa que no tiene uno idea ni de dónde viene. En ocasiones, este aire se siente al caminar, o aún al buscar abrigo en la caseta del paradero de buses, y me imagino que así se ha de sentir cuando le entierran a uno en la piel miles de dagas y agujas. Además, si uno se queda demasiado tiempo en el frío, se corre el peligro de no sentirlo más y entonces, las campanas de alarma deberían repicar en señal de alerta. Me parece que la forma apropiada de llamar este fenómeno es estado de ‘congelación’. En todo caso, me parece que existen mejores referencias para entrenar, a los recién llegados, a la sobrevivencia del invierno canadiense.

Papá, Brian y yo, estrenando lo mejor de la última moda masculina
Luego, crecí lo suficiente para empezar mi educación preescolar en el colegio Georges-Etienne Cartier, una escuela pública de habla francesa cerca de nuestra casa. Mis primeros amigos fueron franco-canadienses, lo cual pude identificar de inmediato, por mi madre, ya que ella era mi influencia francesa. La excelencia académica se basaba en la hora para contar cuentos, cantar canciones, jugar canicas y dibujar. Recuerdo haber tenido que disfrazarme de leñador y cantar canciones folclóricas: “Alouette”, “Frère Jacques”, “La Bastringue”, “Le bon Roi Dagobert” y otras tantas clásicas para recordar y nunca olvidar. Después de haber aprendido todo un repertorio de música, despertado también un gran afecto por Scooby Doo y construido una sólida base de amiguitos de juego en el Sur de Ottawa, nos tuvimos que marchar a América del Sur en 1986 pero eso sí, fue con ganas de volver a empezar una experiencia totalmente nueva.

Brasil - El Inicio de Nuestra Historia

Mi llegada a este mundo fue el día lunes 2 de marzo de 1981, un día de mucha ventisca y nieve, en el Cambridge Memorial Hospital en Cambridge, Canadá. Mis padres, David y Marie-Madeleine y mi hermano mayor Brian, habían sido enviados en misión a Brasilia en la época cuando la capital brasileña acababa de ser creada en medio de la nada. Río de Janeiro y Sao Paulo habían crecido a un nivel alarmante (aún siguen siendo dos de las ciudades más pobladas de América del Sur). Siendo así, el gobierno decidió crear una nueva ciudad como capital, con la idea de atraer gente trabajadora y empresarios de todo el país. Allá, donde sólo existía la selva, una nueva infraestructura daba nacimiento a una nueva ciudad. Mis padres se sintieron preocupados debido a la falta de adelantos y recursos, pensando que sería una situación delicada, el que yo naciera ahí, ya que mismo las transfusiones llegaban a escacearse.

Aquí estoy al año cuatro meses afinando mis aptitudes en jardinería.
Brasil sería mi primer hogar permanente a la gran edad de tres meses. Recuerdo aún cuentos de cuando vivíamos allí en cuanto al nivel de dificultad referente a la vida diaria. Yo más bien me encargué de las responsabilidades importantes que tienen los recién nacidos. Existía un mundo de peligros, mismo en el jardín de la casa, por ejemplo, sapos, lagartijas, serpientes, arañas y gusanos, en fin, toda clase de bichos que compartían el aspecto venenoso. El gobierno de Canadá les había dado a mis padres instrucciones de hacer revisiones completas dentro de las camas, mi cuna, los zapatos, la ropa, para cerciorarse de que no hubiesen ninguno de éstos antes de usarlos. Mis primeros tres años de vida fueron así. Durante este tiempo, también había empezado a desarrollar una personalidad sociable, creando una gran amistad con nuestro jardinero, Francisco, que por algún motivo compartía el mismo nombre que nuestro perro. También fue el inicio de mi conocimiento de otros idiomas, que para mi significaba lo siguiente: Mamá = francés, Papá = inglés y todos los demás = portugués.

Bienvenidos al Blog

Estimados Lectores,


Bienvenidos a este blog dedicado a mis experiencias personales. Este blog fue creado para mis lectores de Gateway to the Americas que son de habla hispana y ojalá le interesará a más gente que antes se encontraba con una barrera lingüística. Desde el 30 de enero 2011, aproximadamente el 50% de mis lectores provienen de España, México, Colombia, Perú y Costa Rica.


En este blog comparto lo que fue para mi vivir en Latinoamérica y el Canadá y lo que explico es segun el punto de vista de la edad que tenía durante mi estadía en cada país (y lo que recuerdo). De ninguna manera pretendo hacerme pasar por un "sabelotodo" a mis 30 años de sabiduría o madurez, simplemente creo que es interesante conocer diferentes perspectivas sobre la vida. Yo baso mi vida desde este concepto: "El propósito de la vida es de aprender de cada momento y continuamente seguir la lección. Nadie lo sabe todo."


Antes de seguir en mi tarea de buscar recuerdos especiales, les invito a que lean mis aventuras y también que comenten o sugieran algo que les interesaría que mencione en futuras ediciones. Mi único reglamento en este blog es que los comentarios sean siempre considerando los demás lectores que puedan ser sensibles a palabras antisonantes o material inadecuado. Creo firmemente en la libertad de expresión siempre y cuando domine el respeto.


Saludos cordiales,






Will