La escuela era el mejor camino hacia la rica cultura chilena. Mi vínculo sofisticado - Mis amigos - quienes habían logrado en una forma sorprendente convertirme en chileno, por lo menos en cuanto a la forma de hablar. Ahora ya me sentía cómodo hablando con cualquier persona dentro y fuera del colegio usando todos sus modismos. Dominaba también, el uso de un vocabulario que un chileno de cierto nivel académico usaría en situaciones formales. Las circunstancias me indicarían cuando usar la forma normal y cuando la informal, e identifiqué todo esto con cierta facilidad. La cultura chilena daba gran importancia tanto a los buenos modales como al respeto mutuo. Había personas extranjeras que criticaban esto tachándolo de esnobismo o elitista pero como invitado en su país, me dí cuenta de la importancia que tenía la etiqueta, como un gesto para hacer sentir cómodos a los demás. Como regla universal de comportamiento, cuando alguien sale de su ambiente para integrarse a otro, y sentirse acogido como en su casa. Recuerdo que mis compañeros de la escuela eran así. Se disculpalban si te daban la espalda sin querer, se movían para estar seguros de que todo mundo formaba parte de la conversación. Esto fue realmente digno de admiración tratándose de chicos de ocho años de edad, un gran contraste con la realidad de hoy en día. Los padres hacían un gran esfuerzo para inculcarles esta norma como base fundamental en su vida. Esto resultó ser el ajuste perfecto con los valores que mis padres deseaban que Brian y yo tuviésemos.
Todos los días a partir de mi primer día de escuela – como recordarán después de haber leído la entrada anterior del blog, me uní al grupo tarde – empezábamos con La Marseillaise – el himno nacional francés – seguido por el himno nacional chileno. Todos los niños de la escuela primaria se ponían de pié prestando toda la atención para cantar los himnos al izar cada una de las banderas. Está claro, que La Marsellaise la tenía ya grabada en mi mente por el Colegio Francia, así como el himno venezolano “Gloria al bravo pueblo”. Y ahora, me daba cuenta que era el francés junto con el chileno. Me aprendí de memoria la letra del himno chileno y no solamente lo cantaba cada mañana, si no que también sentía la letra con una cierta inspiración acompañada de patriotismo. Aún recuerdo hasta la fecha, toda la letra completa del himno nacional y cuando lo escucho en competencias internacionales, se me pone la piel de gallina acompañada de un sentimiento de orgullo nacional. Tal vez me había apegado a mi nueva cultura porque mis anfitriones eran extremadamente acogedores y amigos de verdad. Todos los alumnos tomaban fila con los chicos de su respectivo grado y salón de clase en un patio grande que separaba a la escuela primaria de nuestra querida cancha de fútbol al norte, de la escuela secundaria y bachillerato al sur. En el poniente de esta alameda se encontraba el portón principal hacia Luis Pasteur y al oriente, las instalaciones de atletismo donde tomábamos las clases obligatorias de educación física.
El curriculum de la escuela constaba de un componente en francés muy sólido siendo el idioma principal de estudio. Llevábamos cursos de: matemáticas en francés, historia en francés, ciencias en francés, francés en francés – esto es solamente una prueba para ver si aún están ustedes leyendo… El otro componente, el cual era completamente nuevo y a la vez raro para mí era la inclusión del español. Ya me había convertido en todo un maestro al hablar el español – ya fuese chileno o venezolano – pero nunca lo había yo aprendido en clase. Por supuesto que me moría de pánico. Si se cuenta con una base sólida para poder escribir en un idioma latino, es más fácil aprender otro, pero de no ninguna manera significa que es un proceso fácil cuando el resto de la clase lleva una ventaja de cinco años. De todas formas, me parece que el francés como idioma escrito es mucho más fácil y elegante – quizás porque que fue el primer idioma que aprendí en la escuela – y el español carece de un montón de acentos ortógraficos. La gramática es muy parecida y tiene la misma importancia. Estos idiomas tienen una cierta tendencia a utilisar oraciones más largas con respecto a la estructura, incluyendo la descripción explícita y detallada, cosa que disfruto bastante, en cambio el idioma inglés carece de ello. Siempre me pregunté por qué la cultura anglo-sajona nunca se inclinó por la fluidez para construir oraciones interminables que continúan por páginas y más páginas. Mi madre, como buena francoparlante, dice que los ingleses no comparten mucha información y no usan tantas palabras para no meterse en problemas. Y me doy cuenta de que esto es muy cierto debido a mi trabajo como consultor en política.
En cuanto al curriculum chileno, además de tener que saber escribir el español, existía otro gran portal cultural. Estudiábamos historia y geografía de Chile. Estas dos materias siguen siendo hasta la fecha una pasión y una cosa que disfruto mucho en mi vida. Brian y yo, habíamos inventado un juego utilizando nuestra enciclopedia Larousse, estoy seguro que todavía lo recuerda con tanto gusto como yo. Uno de los dos escogía un país en el mundo, consultando la enciclopedia y nada más se le mostraba al otro la bandera. El otro a su vez, miraba la bandera y tenía que decir el nombre del país y en qué continente estaba localizado. Con el tiempo nos volvimos expertos jugando este juego y ya sabíamos el nombre del país, la capital y el idioma que se hablaba en cada uno o en algunos casos los idiomas. Aprendí en mis clases acerca del libertador, el General Bernardo O’Higgins, quien peleó para expulsar a los españoles. Me pareció que tenía yo un cierto parecido con él, pues el era de ascendencia irlandesa y sentía una gran obligación con su Chile y su cielo azulado. Tal vez, yo llegaría a ser algún día el canadiense que vería Chile como su patria, como él, y haría que la gente se sientiera orgullosa de mí. También aprendí su historia naval de la que se sentían muy orgullosos y también de la Esmeralda. También en cuanto a los asentamientos de extranjeros que llegaron a ese país. Lo que era aún más importante, era la existencia de una pequeña isla llamada Rapa Nui – también conocida como la Isla de Pascua. Recuerdo que me sentía muy intrigado al ver fotografías de los Moais en mi libro de texto y soñaba con el día en que pudiera ver uno de cerca.
A mi corta edad, estaba adquiriendo toda una serie de conocimientos académicos y también de actividades deportivas. A los venezolanos les interesaba el fútbol aunque en realidad su ambición se inclinaba más hacia el béisbol. Todos su héroes nacionales del deporte soñaban que entrenaban jugando béisbol a nivel professional en las ligas más importantes de los EE.UU. y el Canadá. Los chilenos, incluyendo mis mejores ‘cuates’ o ‘patas’, dedicaban su vida al deporte del fútbol. El país tenía una liga professional para competir y algunos jugadores llegaron a clasificar como campeones continentales. En nuestra escuela, aunque éramos amigos y jugábamos juntos cada que se prensentaba la oportunidad, siempre se sentía una cierta tensión cuando se hablaba de la liga. Todos y cada uno apoyaban el club con orgullo. Nunca podían pasar por desapercibidos el éxito de la U de Chile, la historia de la Universidad Católica de Chile ni el espíritu de competitividad de los Caciques del Colo Colo. Mi hermano y yo, saltamos para subirnos al carro de la banda de Colo Colo, especialmente en 1991 cuando Colo Colo llegó a las finales de la Copa Libertadores de América. Lograron ganarle al Olimpia de Paraguay, los campeones se defendieron, 3-0. ¡Qué gran momento fue ese para nosotros como aficionados y expertos del deporte! Este momento inmortalizó al gran manager y genio yugoslavo, Mirko Jozic junto con sus caciques guerreros. Este triunfo fue un hito en la historia para muchas futuras generaciones de jugadores y sus aficionados. También hubieron muchos momentos memorables del juego para recrear en el patio de la escuela junto con nuestros amigos.
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