En 1983, mi padre había terminado sus tres años de trabajo en Brasil, por lo tanto la familia tenía que volver a Ottawa, mi primer hogar canadiense. Vivimos en un lugar tranquilo llamado Hunt Club, parecido al de Brasilia excepto que no existía la selva ni la fauna silvestre, características que la describían. Que raro que no existía nada venenoso allí. Mi primer choque cultural fue mi comprensión en cuanto al idioma, pensé que éste había cambiado de alguna manera. Mi madre continuaba hablando francés y mi padre inglés. Por algún motivo, toda la demás gente parecía no entender ni hablar portugués. De repente, me enfurecí ya que no podía interactuar y decidí adoptar un voto de silencio en forma temporal. Al observar a mi hermano y los demás niños vecinos nuestros, me dí cuenta que el idioma que estaba de moda ahora era el inglés o bien el francés.
Brian y yo en el sótano en Ottawa. |
Empecé a ir al colegio en Ottawa, comencé en el Centro comunitario de Hunt Club Riverside. Mis compañeros de clase, la mayoría, hablaban francés y teníamos actividades muy divertidas, las cuáles ‘ya no practico mucho en la actualidad’ por ejemplo la hora de la siesta. Las clases de preescolar se convirtieron en mi mundo y el de los niños de mi barrio hasta que llegó el invierno. No podía salir a jugar con la libertad que solía hacerlo porque la temperatura bajaba a unas “cálidas” temperaturas de 15ºC o 20ºC bajo 0ºC, sin contar el factor del viento helado. Para aquellos que no viven en el Norte congelado, el factor viento helado se trata de esa refrescante brisa que no tiene uno idea ni de dónde viene. En ocasiones, este aire se siente al caminar, o aún al buscar abrigo en la caseta del paradero de buses, y me imagino que así se ha de sentir cuando le entierran a uno en la piel miles de dagas y agujas. Además, si uno se queda demasiado tiempo en el frío, se corre el peligro de no sentirlo más y entonces, las campanas de alarma deberían repicar en señal de alerta. Me parece que la forma apropiada de llamar este fenómeno es estado de ‘congelación’. En todo caso, me parece que existen mejores referencias para entrenar, a los recién llegados, a la sobrevivencia del invierno canadiense.
Papá, Brian y yo, estrenando lo mejor de la última moda masculina |
Luego, crecí lo suficiente para empezar mi educación preescolar en el colegio Georges-Etienne Cartier, una escuela pública de habla francesa cerca de nuestra casa. Mis primeros amigos fueron franco-canadienses, lo cual pude identificar de inmediato, por mi madre, ya que ella era mi influencia francesa. La excelencia académica se basaba en la hora para contar cuentos, cantar canciones, jugar canicas y dibujar. Recuerdo haber tenido que disfrazarme de leñador y cantar canciones folclóricas: “Alouette”, “Frère Jacques”, “La Bastringue”, “Le bon Roi Dagobert” y otras tantas clásicas para recordar y nunca olvidar. Después de haber aprendido todo un repertorio de música, despertado también un gran afecto por Scooby Doo y construido una sólida base de amiguitos de juego en el Sur de Ottawa, nos tuvimos que marchar a América del Sur en 1986 pero eso sí, fue con ganas de volver a empezar una experiencia totalmente nueva.
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