Nuestras vacaciones se habían acortado. Habíamos llegado a la mitad del año escolar – el año escolar del Hemisferio sur, generalmente empieza en febrero y termina en diciembre – y teníamos que ponernos al día con los demás chicos. El verano había tenido que ser postergado hasta la Navidad. La pérdida de esa estación fue más dura que las cortas vacaciones obligadas. El ponerme al día con las caricaturas o diseños animados y el construir fortalezas para mis G.I.Joes tendría que esperar. Mi papá empezó a trabajar como era de esperarse, pero ahora en una nueva dirección, en el centro de Santiago. Mi madre, brillante y reconocida persona multitarea, se las tuvo que arreglar como pudo en la compra de última hora de los uniformes para el colegio, también tenía que ocuparse de recibir nuestras cosas enviadas de Venezuela e inscribirnos en la escuela. Es muy fácil dar por sentado el grado de dificultad para inscribir a los niños así como la compra de los uniformes a mitad del año escolar. ¡Arriba mamá! Logró inscribirnos en la Alliance Française de Saint-Exupéry, ubicada en la Avenida Luis Pasteur. La verdad fue que no contamos con mucho tiempo como para poder instalarnos como familia debido a todo el correr y, el ir y venir, pero el permanecer dentro de un curriculum francés ayudaría a la transición, ya que esto era lo único que no había cambiado tanto en la vida de Brian como la mía.
Soldados de la Escuela Militar General Bernardo O'Higgins en uniforme oficial |
Me sentía muy nervioso esta vez al empezar el colegio. Claro estaba que era la escuela francesa pero todo el entorno había cambiado para mí. Esta vez, estaba mucho más conciente de todo y cada uno de los momentos por los que estaba pasando. Todos los posibles escenarios del “y si” me estaban pasando por la mente. Sentía el estámago super apretado lleno de esas mariposas que siente uno cuando esté nervioso y sentía que ellas podían moverse mismo con toda la presión que llevaba dentro. El camino para ir a la Alliance iba a ser el mismo todas las mañanas, sin embargo, esa primera vez grabó un recuerdo perpetuo en el chip de mi memoria. Justo antes de llegar a la intersección principal de Vespucio Norte con Apoquindo, tomábamos la lateral pasando por la Escuela Militar General Bernardo O’Higgins, la cual pude identificar inmediatamente al mirar por la ventana de nuestro automóvil. Todos los días por la mañana, llueva o truene – o nieve en algunas ocasiones – los estudiantes militares desfilarían llevando puestos esos uniformes impecables estilo Prusia. Parecía como si se estuviesen preparando para invadir Francia a gran escala. El verlos marchar totalmente sincronizados era maravilloso y a la vez un tanto cuanto intimidante. Absolutamente impecable. Todo lo que venía a mi mente era la gran esperanza de que los franceses en la alliance no aplicarían este nivel de disciplina. Imágenes de desfiles militares y uniformidad prevalecían en mi pensamiento, mientras estaba sentado en la parte posterior del automóvil al lado de mi hermano. ¿En qué nos hemos metido esta vez?
Cuando mi madre, Brian y yo llegamos a la alliance, las clases ya habían dado comienzo. De ninguna manera habíamos llegado tarde. El motivo fue porque Brian y yo teníamos que pasar entrevistas por la mañana con un proviseur que olía a cigarillo – el director – quien estaba en control de nuestro destino y futuro en la escuela con tan sólo un plumazo. Después de haber obtenido la autorización de este director, una de las personas bajo sus órdenes tenía que acompañarme a mi salón de clases. Realmente, no tenía ni la menor intención de atraer la atención en mi primer día de clases. Recorrí los pasillos helados siguiendo al Inspecteur Mario – lo que me parecía en ese momento, el equivalente de un guardia de prisión o celador – a mi salón de clase en donde pasaría la mayor parte de mis días. Golpeó una pesada puerta metálica puerta de color verde y una señora de lentes y pelo cenizo abrió la puerta. Se presentó como Madame Jasmine y me pidió que entrara al salón – como si hubiera tenido la oportunidad de decidir. Lo primero que tuve que hacer como un chico nuevo fue pararme de pié en frente de toda la clase y pronunciar algunas palabras diciendo quién era enfrente de todos mis nuevos compañeros de clase. Lo primero que se me occurió fue el explicar brevemente mi historia, mi vida en Venezuela, mi padre trabajando para la Embajada del Canadá y el hecho de que mi familia era canadiense, pero todo parecía ser algo complicado de entender para la mayoría de mis compañeros de 8 años de edad.
Después de mi presentación algo complicada, me sentí realmente fuera de lugar y tomé asiento hasta el fondo del salón, al lado de un niño gordito. Era el lugar perfecto para esconderme en ese momento, ya que todo el resto de los chicos tenían que estar dirigiendo la mirada hacia el frente para poder ver lo que Madame Jasmine hacía. ¡Y así ya no atraía la atención de todos! ¡Qué maravilla! El chico que mencioné anteriormente, mi compañero sentado justo en la fila de atrás, reaccionó aparentemente en forma positiva a mi llegada. Dijo que se llamaba Stéphane Simon, era francés y tampoco hacía mucho tiempo que había llegado a Santiago. Me empecé a sentir con más confianza, al establecer un acuerdo, entre mi nuevo compañero de celda y yo, sin comunicarnos pero a la vez protegiéndonos el uno al otro. Estaba listo para un buen comienzo. Lo que sucedió en seguida, fue el repique de la campana llamando a recreo. Y me pregunté ¿Ya es la hora de recreo? Salí del salón de clase caminando – en vez de salir al estilo olímpico galopante que había perfeccionado y al que estaba acostumbrado en Caracas – la mayoría de los chicos de mi salón estaban ya esperando detrás del monstuoso umbral verde. Me sorprendí al darme cuenta de que no me estaban esperando para darme una paliza de bienvenida. Mismo hoy en día, me sorprende el hecho de que realmente me estaban esperando para presentarse y que me sintiera bienvenido y al mismo tiempo pudiera conocer a la pandilla.
Brian y yo estrenando nuestro uniforme de la Alliance Française. |
La mayoría de los niños era chilenos. Me hablaban una vez más en ese español de entonación melodiosa que le había escuchado a Osvaldo y yo contesté en mi pulido venezolano. Pensaron que algo no era normal en cuanto a mis aptitudes linguísticas y se encargaron de enseñarme como hablar como un chico chileno de verdad. Las palabras que tenía que usar para hablar un idioma normal eran por ejemplo, “al tiro”, “cachai”, “despelote” y por supuesto mi expresión favorita hasta la fecha “ya po”. Estos chicos se convirtieron en mis buenos amigos durante el tiempo que estuve en Chile. Los nombres que puedo recordar son Alfonso Barneche, Allen Rosemberg, Cristian Salinas, Felipe Olate y Felipe Schapira. Por supuesto que a la vez todos y cada uno de ellos tenía un apodo que debía aprenderme pues me había convertido en uno más del grupo. Schapira era el contacto para la hora del recreo. Nos explicó que siempre traía su balón de fútbol y que el juego empezaba tan pronto la campana de recreo sonara. Jugábamos hasta que la campana sonaba nuevamente llamando de vuelta a clases. Después de esta explicación, hubo una pregunta lógica a este entendimiento: ¿Te gusta el fútbol? Esta fue la oportunidad ideal para compartir mis historias de los clásicos de Venezuela en el Colegio Francia, lo cual ayudó a establecer un interés común. El fútbol – soccer para los norteamericanos – era mi herramienta para salvar la brecha cultural y quizás el hecho de tener un interés en común y a la vez sólido para muchos chicos, esto ha siempre sido otro de mis intereses percederos en mi vida.
(Para obtener más información referente a la Escuela Militar General Bernardo O'Higgins, los uniformes, fotos y video visite este enlace: http://www.pickelhauben.net/articles/South%20America.html)
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