Buen equipo... terrible camiseta |
Al final
de mis estudios de secundaria, tenía el mayor respeto por mis colegas. Ya no
importaba las calificaciones, las actividades después del colegio, los clubes,
pues todos habíamos viajado por el mismo duro camino juntos. Habíamos luchado
en los mismos campos de batalla. Las diferencias que valorábamos y usábamos
para definirnos de manera sin igual, separándonos en grupos distintos, ya no
eran relevantes. Los días en los que nos cruzábamos en los corredores llegaron
a su final junto con los almuerzos del mediodía y apurarnos para llegar a los
entrenamientos. Durante mucho tiempo hicimos todo lo posible de ignorar lo que
era inevitable. Muchos de nosotros, incluyéndome a mi, empezamos a charlar con
personas que nunca antes habíamos tomado el tiempo para conocerlas, pues no nos
habíamos detenido para mirar a nuestros alrededores de vez en cuando. Todos
habíamos caído en cuenta de que mañana seguro no tendríamos más esa oportunidad.
Ahora, se acabaron esas rivalidades juveniles llevando una pelea que ya ni
tenía sentido y el diálogo mudó para convertirse en el de colegas de oficina
tomando un café.
El día de
la graduación arribó, marcando de manera oficial el final de mis deberes en el
Colegio Roosevelt. Fue muy grata sorpresa entre probarme la vestimenta
tradicional para tal ceremonia, dejarme crecer una preciosa barba y que llegara
mi hermano mayor para compartir conmigo este semejante logro. Me mencionó por
teléfono que no vendría y no recuerdo si era por cursos de verano que tomaba o
responsabilidades laborales en London. La verdad fue que era todo un juego
psicológico conmigo pues él tenía todas las intenciones de estar en Lima para
ese gran momento. Fue una gran sorpresa planeado por mis tres mejores aliados.
Para la entrada a la ceremonia, Alejandro y yo decidimos formar nuevamente un
dúo dinámico, o por lo menos, los dos chiflados. Fue una despedida perfecta de
este colegio tomando en cuenta que él fue mi primer gran amigo allí, lo cual me
dio mucha felicidad. Nos pusimos de acuerdo en último momento para hacerle un
gran tributo a Napoleón Bonaparte, ocultando la mano a nivel del vientre en
nuestro camino hacia las gradas. Que gran procesión, sobre todo al ver los
padres de mis amigos los cuales nos felicitaban al avanzar por el pasillo.
Esta gran
celebración fue como muchas fechas importantes en la vida de un niño de tercer
cultura. No había nadie de mi familia – ninguna relación familiar compartiendo
un enlace consanguíneo – tal como todos los cumpleaños, primera comunión,
confirmación, etc.. Esta ausencia, la que muchos considerarían importante en el
camino hacia llegar a ser adulto, nunca realmente causó algún bajón en mi
estado de ánimo. Eso fue algo que viví desde pequeño lo cual se me hacía muy
común a estas alturas. De cualquier modo, si algún dedo apunta en acusación de
negligencia, yo también sería culpable viendo que mi falta era la misma en sus
propios momentos importantes. Mis amigos, quienes compartían circunstancias
similares a las mías pero seguramente estaban viviendo su primera misión fuera de su país, sufrieron un poco más. Yo
tuve presente mi familia transitoria, lo que se acontece normalmente en cada
lugar: mis amigos, sus padres – los que se convierten en tíos y tías en un
sentido muy lindo en muchos países Sudamericanos – el personal de la embajada y
mis favoritos padres y hermano. Todos ellos son las personas con quien
naturalmente encontramos un enlace, pues son los que están en mejor posición
para entender lo vivido y sobre todo, el sacrificio que se hace en una vida que
muchos consideran ‘la buena vida del eterno veraneante’.
Veni, vidi y algo de vici |
Los últimos meses de una larga despedida en Lima
pasaron lentamente. Yo había logrado establecerme y mantener un lugar en lo que
me permite de esa manera llamarlo MI colegio, pero también me hice una vida en
la cual fui muy feliz. Me iba a ser difícil despedirme de todo y empezar de
nuevo. Entendía perfectamente que mi futuro era lejos del Perú – al igual que
el destino de todos mis compañeros en mi grupo pues todos embarcábamos en
expediciones muy distintas – pero era duro aceptar el por qué. Lo que nos
quedaba del verano fue genial, sin clases ni tarea para distraernos. Mis amigos
y yo nos comprometimos a aprovechar cada momento como si fuera el último, mismo
cuando debíamos absorber los golpes fuertes de la ausencia con los primeros desertores. Después de la graduación, empezó una gran racha de fiestas en casa de
todos y cada uno, por la ciudad, todos estaban invitados, sin excepción alguna.
Se pedía pasar la voz – avisar a todos. Íbamos a pasarlo de lo mejor antes de
que nos tocara tomar el avión que simbolizaba el final de nuestra era dorada.