Un(a) niño(a) de tercera cultura (TCK / 3CK) o niño(a) trans-cultural es "una persona que, como menor de edad, pasó un período extenso viviendo entre una o mas culturas distintas a las suyas, así incorporando elementos de aquellas a su propia cultura de nacimiento, formando una tercera cultura."

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domingo, 31 de julio de 2011

El Ingrediente Latino

En una edición anterior referente al multiculturalismo, mencioné que algunas personas recién llegadas al Canadá suelen buscar elementos relacionados a su patria. Al inicio de esta etapa de transición, yo demostraba un cierto cambio a esta tendencia. Teórica y físicamente estaba en el territorio al que pertenecía, ya tenía un chip operativo reprogramando mi sistema para incluir programación de comportamiento Sudamericano – una cultura valorando el hecho de trabajar fuerte para poder disfrutar del  tiempo libre, equilibrando a la vez el mundo personal y profesional. Esto también lleva un cierto paralelo con mi ancestría mediterránea. Me hacía falta ese cariño, alegría e informalidad del pueblo latinoamericano. El esplendor de jardín botánico de la diversidad cultural daba fruto a mi alrededor, pero no lograba encontrar el cuadro de flores perfecto en el que quería permanecer. Mi subconciente luchaba sin cesar con su contraparte ubicaba en la conciencia, adviertiéndole de los riesgos al establecerse de forma prematura en el panorama global. El hecho de echar raíces en Ottawa, ¿podría ser interrumpido por otra mudanza en un futuro cercano? ¿Me encontraba donde pertenecía?

Mientras que este combate interno persistía en el fondo del microprocesador, en la pantalla que todos podían ver por fuera, aun notaban rastros de un chico optimista que alguna vez existió. En algún momento dí un paso en falso e inicié una caida libre penetrando en la oscuridad del reino de la timidez. Fuera de mi mundo de los Cuatro Fantásticos, las relaciones interpersonales parecían complicarse más que nunca y establecer amistades compartía una cierta similitud a los trámites burocráticos. ¿Me sucedía todo esto por la edad? ¿Estaba viendo con mis propios ojos un tipo de trastorno de estrés postraumático como un soldado volviendo de una guerra? Los niveles de comodidad que gozaba durante mi estadía en el extranjero, ya formaban parte de un pasado desconocido. El yo interno se perdía en una marea indomable de preguntas a las cuales mi mente aún no estaba dotada del equipo adecuado para navegar con cierta tranquilidad, propulsándome a una mentalidad más semejante a la de un adolescente. Era difícil entenderme con chicos de mi edad pero me sentía mejor al identificame con gente mayor, convencido que mi estilo de vida nomada era como un tipo de rito pasajero. Era como estar parado frente a una calle repleta de agujeros. De cualquier manera, se me presentaba un nuevo regalo de la vida, como un rayo de sol iluminando mi barrio nublado de Ottawa South. No podía ni imaginarme que uno de mis mejores amigos de toda la vida iba a cruzarse en el sendero de mi vida, ayudándome indirectamente e incondicionalmente a enfrentar esta etapa conflictiva. Como resultado, sembré una semilla en tierra canadiense. La manera en que se formó este enlace especial entre dos niños de tercera cultura, pero también cómo dos familias de culturas totalmente distintas dieron vida a una internacional más grande y unida, es una historia que adoro compartir y siempre valoraré. 

Los padres de familia Bickford y Márquez

 La relación internacional Bickford-Márquez fue establecida a fines de los años 1970, cuando nuestros jefes de familia se conocieron por primera vez. Jhonny Márquez se encontraba en misión como funcionario de la Embajada de Venezuela, cumpliendo responsabilidades similares a las de mi padre. Su esposa, Delia, estaba  esperando su segundo bebé,  un hijo que acompañara a la hija mayor, María Virginia que los acompañaba desde hacía algún tiempo en sus viajes. Yo aún no figuraba en la imagen del grupo, pues la cigüeña aún no había recibido el pedido de entrega a domicilio. Juan Alberto nació en Ottawa, un día fresco de otoño, siendo el primero en su familia nacido en territorio canadiense. Debido a la dificultad para obtener visas y los costosos viajes internacionales, una madre se veía separada por segunda vez de su familia en un lugar extraño, rodeada de nieve y caras desconocidas. Mi Maman se había enterado de esto por el círculo diplomático, y decidió ir a verla.  Delia quién empezaba a acomodarse con el nuevo integrante a su linda familia. Mi madre conocía muy bien esta situación que enfrentaba su nueva amiga pues se enfrentó a este reto similar en 1978. Debe ser un desafío psicológico inmenso pasar un embarazo y un parto lejos de sus padres biológicos. Mi Maman siempre consideró en parte que corría con suerte porque tenía a sus suegros apoyándola a tan sólo unos mil kilómetros de distancia. Este gesto de amistad entre una madre y otra fue un momento inmortalizado dando el inicio a nuestra gran saga.

El proyecto intercultural tuvo que ponerse a un lado, poco después del lanzamiento de esta gran iniciativa, cuando mis padres fueron asignados para salir en misión en 1980. Cuando volvieron a Ottawa en 1983 (ahora conmigo haciendo parte del equipo), los Márquez ya se habían marchado. Así es el mundo de los que viven en la diplomacia. Todo es provisional. Posteriormente, durante nuestra misión en Venezuela de 1986 a 1989, mi madre participó en una feria con fines de caridad representando la comunidad canadiense, donde pudo restablecer la líneas de comunicación con los Márquez. La madre de Jhonny (quién no conocía) estaba entre el público presente y ello propició nuevos momentos. ¡Qué buena coincidencia! Ahí, se convirtieron en los tíos venezolanos tanto para Brian como para mí, y nos encantaba saludarlos cuando venían a casa para algunas funciones diplomáticas, cocteles o cenas oficiales en nuestra residencia en El Cafetal. Siempre eran muy cariñosos con nosotros, sobretodo la tía Delia. Pero esto no fue para siempre. Tuvimos que hacer maletas y despedirnos, tomando rumbo hacia Chile. Mis padres se preguntaban si algún día volveríamos a verlos.

Los Bickford y los Márquez en Archer, Ottawa, ON

En 1992, ya habíamos perdido todo rastro de nuestra familia venezolana. Mi padre, sin la necesidad de realizar un trabajo interminable de inteligencia, encontró por pura casualidad una foto de Sr. Márquez en “The Diplomat”, una revista anunciando novedades en el mundo de relaciones exteriores y de la diplomacia en la región de Ottawa. El titular indicaba al lector que éste había apenas llegado a la ciudad, nuevamente representando la Embajada de Venezuela. Mi padre compartió la información con mi Maman, quién llamó a la Embajada de Venezuela, y  habló con Jhonny quién le proporcionó el número telefónico de su casa,  quién luego llamó a Delia, y ella le mencionó a mi Maman que vivian a una cuadra de nuestra casa en Gillespie. Esta larga combinación de “quienes” facilitan el propósito de la brevedad en cuanto a este proceso. Durante la llamada telefónica entre Delia y Maman, se dieron cuenta de lo cerca que estábamos de puerta a puerta, entonces decidieron no esperar para la reunión que se daría al colgar el teléfono. Mi madre me mencionó esto invitándome a acompañarla para también conocer al hijo que era más o menos de mi edad. No conocía a Juan y la memoría de mis tíos era algo vaga.  Salimos de Gillespie hacia Archer, tocamos el timbre y Delia nos abrió la puerta con una sonrisa genuina seguida por abrazos y besos. Esta acogida tan calurosa era lo que anhelaba y recordaba de mi Venezuela. Luego conocí a Juan quién estaba entretenido con su Supernintendo, jugando Las Tortugas Ninjas Adolescentes Mutantes: Tortugas En El Tiempo. Al principio me di cuenta que los dos eramos tímidos entonces nuestras primeras charlas fueron breves y básicas. Perfecto para mí en ese momento, aunque no nos tardamos nada para encontrarnos en un gran sentido del humor compartido, nuestro amor por el basquet, películas de Van Damme, convirtiéndonos como hermanos con diferentes madres. Ya ha pasado demasiado tiempo desde la última vez que nos hemos visto pero sé que la próxima vez que nos encontremos será como si nos hubiésemos visto ayer.  ¡Una verdadera amistad!.

Nuestras reuniones de familia en esa época dieron un tono tropical a los inviernos helados. Juntos copatrocinamos un evento navideño anual utizando un sistema de amigo secreto. El reglamento dictaba que todo regalo debía ser comprado en la tienda de un dólar y el día de nuestro evento, el artículo comprado se daba a una persona aleatoria. A mi Dad le regalaron dos años seguidos un aparato para rascarse la espalda por pura casualidad. Jamás lo ví sacarle provecho al regalo. Jhonny me regaló un año un libro para colorear de dinosaurios y como me veía confundido al recibirlo, todo el ambiente fue invadido por carcajadas. Los regalos fueron tremendamente entretenidos sobretodo porque todos se dejaban llevar por la risa y la felicidad sin querer ofender a nadie. También organizábamos noches de espectáculo durante el año, a veces con invitados especiales como una familia peruana que tocaba el cajón – el instrumento nacional – y bailaban La Marinera, mi padre, Brian y yo, tuvimos suerte cantando una opera alemana sin conocer la letra, conservando recuerdos inolvidables. Nuestras realizaciones de dichas presentaciones se toparon con aplausos, chistes referentes a nuestra falta de talento, el público arrojando objetos tales como una pantufla y otros modos de respuesta interactiva. Nuestras casas eran el lugar ideal para pasar el tiempo en Ottawa. Tanto así, que Juan y yo prácticamente siempre pasábamos gran parte del tiempo o en  su casa  o en la mía. Era una comunidad de bufones. Estas reuniones siempre era algo que anticipábamos con mucha alegría y fue lo que me ayudó a crear ciertas raíces en esa ciudad. Para mí, Ottawa era un sinónimo de los Márquez, mi adorada familia venezolana.

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