Un(a) niño(a) de tercera cultura (TCK / 3CK) o niño(a) trans-cultural es "una persona que, como menor de edad, pasó un período extenso viviendo entre una o mas culturas distintas a las suyas, así incorporando elementos de aquellas a su propia cultura de nacimiento, formando una tercera cultura."

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domingo, 15 de julio de 2012

El Final de la Revolución Mexicana


Mi práctica en la Embajada del Canadá en México me aportó excelentes experiencias de aprendizaje consolidando una base sustancial para lanzar una carrera professional prometedora. Trabajé en la sección de asuntos congresionales en el año 2000, donde conocí prominentes políticos mexicanos, oficiales de gobierno, dignitarios extranjeros y otros personajes importantes del cuerpo diplomático. Yo desempeñé un papel clave en organizar eventos patrocinados por la embajada tales como conferencias académicas, visitas de mandatarios y la marathon de Terry Fox, un homenaje muy especial a un gran canadiense. Fue realmente un gran honor para mí trabajar con funcionarios competentes del gobierno así como el personal local. Yo ya contaba con buenos conocimientos académicos con respecto a temas entre México y el Canadá pero jamás pensé hacer parte – aunque esta fuera pequeña – de la historia política mexicana.

Llegando a monitorear Tixtla, Guerrero

En junio, tuve la oportunidad de ofrecerme en forma voluntaria, como observador internacional electoral, para las elecciones presidenciales mexicanas. El mandato del presidente Ernesto Zedillo llegaba a su culminación, marcando 70 años sin interrupción de gobierno en manos del PRI [Partido Revolucionario Institucional] – prácticamente desde el ultimo disparo marcando el final de la revolución mexicana. Trás del telón de ese legado, existía un historial manchado en compra de votos (ofreciendo regalos generosos a cambio de la promesa de un voto a favor) fraude electoral, presuntos asesinatos, intimidación y varias actividades delinquente, normalmente asociadas al crimen organizado. Quiero hacer aquí un paréntesis y recomendarles una película mexicana, llamada La Ley de Herodes, la cual les brindará alguna idea general del proceso político que les menciono. El pueblo estaba hambirento de un cambio sustancial, después de cada elección en la que volvía el mismo partido, pero su existencia era secundaria mientras que el capital continuaba su trayectoria tradicional hacia los bolsillos de una elite minúscula.

Yo elejí cubrir zonas remotas en el estado de Guerrero, ubicado en la costa del Pacífico, una parte reconocida por Acapulco, destino turístico de calibre mundial. Aunque aproveché refrescar mis piés en el agua salada, el mayor tiempo factorable fue dedicado a visitar Chilpancingo, la capital estatal, y varios pueblos en el interior. Este rudo terreno tenía la notoria reputación de alto fraude electoral del PRI al igual que incursiones armadas esporádicas por el EPR – no solamente armados de un mal olor, pero con el tradicional arsenal pedido por el catálogo revolucionario del mismo señor Kalashnikov. La gente en esta parte del mundo tenía mucho en común con el campesino latinoamericano quienes son dueños de un montón de nada. Son personas sencillas, común y corriente, fáciles de convencer pues su forma de vida está continuamente enfocada a sobrevivir día con día. Su nivel de educación es bastante limitado y tradicionalmente votaron por el PRI simplemente porque el partido y la bandera nacional comparten los mismos colores. Para ellos, el votar es una cosa patriótica.

Lo más curioso en esta aventura monitorizando el proceso democrático sucedió en el pequeño pueblo de Chilapa de Alvarez – es poco usual encontrar una ciudad con nombre y apellido. Llegué al zocalo donde se encontraban unas mesas de comedor de algún buen samaritano con dos cajas blancas tatuadas con el emblema del IFE – el ente imparcial gobernando el proceso electoral – y detrás de éstas, unas señoras indígenas algo aburridas. Claro que las condiciones climáticas dentro de un ambiente casi selvático suelen tener ese efecto sobre cualquier persona. Un aire de paz predominabada, con poca gente a los alrededores, quizás debido a la ley seca – se prohibe la venta y consumo de alcohol durante las elecciones – de repente y sin motivo alguno paró un bus con manchas entre óxido, turquesa y amarillo. Al abrir su puerta, derramó una docena de hombres vestidos como vaqueros, llevando lentes oscuros, quienes se pasearon por la plaza principal bailando, paseando por la mesa del escrutinio hasta que retornaron al bus hacia algún destino desconocido. Lo único que se les olvidó llevarse fue un fuerte estela de sudor que ahora impregnaba el aire. Ni una sola persona en el pueblo pareció darse cuenta del acontecimiento ni parecía importarles los que sí se habían percatado.

En Chilpancingo, observando el proceso electoral

Por lo general, el panorama electoral demostró que el proceso fue limpio. El presidente Zedillo parecía convencido de la necesidad de terminar con la época de la trampa. Hubieron algunas instancias, en las que las urnas se ubicaban en edificios adornados de propaganda política, o  bien la gente trabajando en el control se veía nerviosa al ver llegar a mi equipo con credenciales de la IFE y otras acreditaciones. No sólo eramos como moscas en la sopa, pero quizás pensaron que veníamos a amargar algún trato secreto entre ellos y algún partido. Claro que en nuestro rol como observadores, debemos mantener distancia para únicamente observar el proceso sin intervenir. Los medios – sobretodo TV Azteca – asumieron el papel de siempre en sensacionalizar eventos, tales como enervar al público ante su cámara, alentándolos para cantar “¡Aquí hay fraude!” Cuando se calcularon los votos indicando una ventaja al candidato del PAN, Vicente Fox, Zedillo se presentó ante el público para felicitarlo por su triunfo, algo nunca visto antes en la historia de México. Fue emocionante presenciar el inicio hacia la democratización de un país maravilloso.

domingo, 8 de julio de 2012

El Estadio Azteca – En Las Entrañas Del Gigante


El fútbol es sin duda el juego del pueblo. A donde sea que uno viaje en el mundo, siempre encontrará una cancha con gente pateando algún objeto de un lado a otro, buscando imitar cada toque como uno de los grandes héroes nacionales. Todos creen firmemente tener el potencial para ser el próximo Pelé, Diego Maradona, George Best o Zinedine Zidane cuando pisan el terreno de juego. México también ha contribuído a mejorar y hacer resonar este maravilloso deporte a nivel internacional a través de muchas figuras, como Hugo Sánchez, Cuauhtémoc Blanco, Luis Hernández y muchos más. Durante el tiempo que  pasé en la Ciudad de México, tuve el grato honor de presenciar algo de la magia Azteca ante un equipo canadiense de calibre muy novato.



El partido al que me refiero fue jugado en el Estadio Azteca haciendo parte de la eliminatoria para el Mundial 2002, cuyos anfitriones eran Japón y Corea del Sur. Este monstruo de concreto verdaderamente intimidante fue inaugurado en 1966 y jugó un papel importante durante las Olimpiadas del 68, debido a su alta capacidad apta para 104.000 espectadores, sirve ahora como la cancha para la selección Mexicana. Siendo jugador en el equipo contrario, uno debe rezar a los dioses del futbol que se abra la cancha y nos traguen al centro de la tierra. No existe ni una sola manera de conquistar el corazón de un océano de camisetas verdes dotando a tí y a tu familia entera de insultos. Compartirás el mismo sentimiento entrando al estadio siendo parte de la afición del equipo visitante, como si fuera la penosa caminata solitaria hacia la silla eléctrica de un condenado a muerte en primera fila.

Por suerte, pensé en aquel momento, iba para apoyar la selección canadiense, la cual no tenía ni la más remota probabilidad de ganarle a los mexicanos. Desafortunadamente, el Canadá hace muy poco esfuerzo para desarrollar y apoyar grandes jugadores debido a su adicción, conocida como el hockey. Los que tienen doble nacionalidad suelen preferir el pasaporte con más peso futbolístico para llegar más lejos en sus carreras. Mis compañeros de la hinchada y yo nos imaginábamos que los mexicanos conocían todo este escenario y que la victoria era pan comido lo cual nos presentaría un ambiente más relajado que si se tratara digamos de los EE.UU. o de la Argentina. Canadá no ha dejado ni siquiera una huella minúscula en este mundo del balonpié. La verdad es que nosotros, un grupo de 60 canadienses, nos habíamos terriblemente equivocado en nuestras suposiciones con respecto al anfitrión y la lucha se dió más en el palco.

El equipo canadiense al poner el primer pié en la cancha, ante un público apasionado, se vió recibido por un abucheo deslumbrante repleto de groserías y obscenidades. Normalmente, cuando se tocan los himnos nacionales, se observa un momento de silencio por respeto a los países que se enfrentan, pero ni con las palabras que salían de mi boca, podia  dejar de escuchar la tormenta profana. Bueno, ¡por lo menos salimos en la televisión! Al progresar el partido en la cancha, parecía que ninguno de los dos equipos lograba desempatar al alcanzar el medio tiempo. Junto con el paso de cada minuto, empezaba a llover todo tipo de objetos – juro haber visto un zapato pasar por enfrente de mí – entre estos, piedras y vasos de plástico en los que remplazaron la cerveza por orina. Nuestro grupo de alentadores empezó a rezar por un gol mexicano para que pudiéramos salir vivos de allí.



Si en algún momento de su vida anticipa encontrarse en una situación similar, le recomiendo comprarse una camiseta de la selección mexicana. Esto le podría garantizar una salida mucho más entretenida que la nuestra. Otra clave importante para llevarse de esta anécdota es de no ponerse en contra de su anfitrión. No se meta nunca a la cocina si teme quemarse. Los mexicanos son muy amables y muy buenos anfitriones, pero su amor por el fútbol los ciega entonces no juege contra ellos. No les gustará conocer la otra cara de este pueblo. Fue muy grato para mí la falta de talento de mi selección porque perdimos – el partido terminó 2 – 0 a favor de México quién clasificó para el Mundial. 

domingo, 1 de julio de 2012

¡Feliz 145º Cumpleaños Canadá!


Nuestro blog de hoy es patrocinado por Percocet, la marca farmacéutica que garantiza momentos inolvidables de nausea y cansancio camino hacia la recuperación. Algunos de ustedes sabrán que el domingo pasado, mi carrera amateur de softball fue frenada por una lesión a mi tendón de Aquiles al correr las bases – cuando menos no perdió mi equipo de super estrellas. Desafortunadamente, este esguince acabó de manera prematura con mis actividades deportivas al aire libre por el resto del verano, restringiendo mi mobilidad durante la espera de la operación. Después de este proceso quirúrgico, estaré estrenando un nuevo yeso durante 4 ó 6 semanas, en las cuales cualquiera puede firmarlo pagando solo un pequeño impuesto de $5.00 CAD. Mi asistente estará programando las visitas a partir del martes, viendo que el feriado nos brindará el lunes como día de descanso. Pasen la voz a sus amigos.

Feliz dia del Canadá

Aunque estoy seguro que les encantaría a todos oir mucho más referente a esta lesión, prefiero cambiar el foco de su atención hacia un maravilloso país que hoy cumple 145 años – realmente un pibe en el concierto de países. Sí, seguramente ya adivinaron. Es el Día del Canadá. En este día todos nos sentimos un poco más canadienses que de costumbre y ese guión seguido por una segunda nacional que ayuda a auto clasificarnos pierde toda su importancia en definir nuestra identidad personal o nuestro país de origen. Hoy, todos somos canadienses. Las banderas serpentean por todas las calles de nuestras ciudades como si hubiésemos ganado el mundial de hockey. Casi todos ponen de lado sus preocupaciones para unirse al festejo. Algunos se reconcilian en este día con un país que se les había olvidado que existía, dándose realmente cuenta de la suerte que tenemos de vivir en este lugar en vez de cualquier otro en el globo terrestre. Éste es uno de los grandes motivos por el cual vinieron nuestros ancestros a empezar una nueva vida acá.

Como suele ser cada año, la fiesta realmente es en Ottawa, nuestra gran capital. Otras ciudades tienen sus propias celebraciones pero de verdad no alcanzan el mismo calibre. Para entender de que se trata todo esto, se debe de ir a Ottawa. Unase al tsunami de compatriotas paseando por calles pintadas de rojo y blanco. Canten el himno nacional en los buses de la ciudad en el que se desplaza uno este día totalmente gratis. Si nunca ha pasado el 1º de Julio allá, se está perdiendo todo el espectáculo de su vida. Siempre me encantó de niño – aún más como adulto – participar en las actividades más turísticas y tradicionales como ir a la colina del parlamento y ver el cambio de guardia, cantando el himno nacional biligüe. No hay nada más emocionante para un verdadero patriota. Siempre se me pone la piel de gallina. Casi todo parece ser gratis en ese dia por la ciudad. Verán conciertos, programas culturales y museos llenos de gente. Si corre con algo de suerte, podrá ver algún buen grupo canadiense cantando en la colina del parlamento por la noche justo antes de los fuegos artificiales – recuerdo haber visto a David Usher en una ocasión.

Después de una vida emocionante por América del Sur en mi época de joven tremendamente apuesto – desde golpes de estado a terrorismo urbano – puedo realmente decir que me encanta la calma en mi país. No creo que existen muchos lugares en el mundo más seguros que éste. Es muy raro oir de vez en cuando alguna alarma de coche, balazo, secuestro, explosiones o militares recorriendo por las calles. Lo que nos hace a los canadienses salir de nuestro país es más que nada ir de vacaciones a alguna playa en el Caribe o conocer la elegancia que ofrece Europa, pero nos encantan nuestras temporadas con actividades al aire libre. Tenemos el mejor parque de diversiones natural de todo el mundo en el que podemos eskiar en las Rocallosas, patinar sobre el Canal rideau, andar en bicicleta de Toronto a Niagara, hacer campamento en prácticamente cualquier lugar... bueno, se entiende la infinidad de opciones. Se darán cuenta rápidamente que somos gente amable, que vivimos tranquilamente con nuestras puertas abiertas a todos los que nos quieran visitar, intentando lo mejor posible para demostrarles como definimos la hospitalidad.

La bella Ottawa recibiendo sus invitados

Este Día del Canadá, debemos agradecer a todos los que dieron sus vidas por ese país y hagamos honor a sus sacrificios, tomando la rienda que soltaron al despedirse. Nuestros ancestros hicieron un gran trabajo poniéndonos en el mapa – desde mi gran amigo John Naismith a Sir Isaac Brock – dejándonos sus legados como evidencia que juntos podemos cambiar el mundo. Debemos seguir alimentando las mentes jóvenes de quienes serán nuestros líderes del mañana, enseñándoles nuestra rica historia, nuestras culturas únicas y el patrimonio de tradiciones para continuar a hacer grandes obras para todo el planeta. Representemos nuestro Maple Leaf – no la franquicia de hockey en Toronto que nos ha hecho sentirnos avergonzados durante años – al más alto nivel en casa y afuera. ¡Feliz día del Canadá a todos y festejen con prudencia!

domingo, 24 de junio de 2012

El Trabajo Comunitario Casero


Lo que define a una persona es su trabajo. Cuando dos desconocidos se encuentran, lo primero que se preguntan el uno al otro es: “¿Y usted a qué se dedica?” – o algún  comentario por el estilo. La respuesta que busca el entrevistador tiene muy poco que ver con bailar salsa, jugar futbol el fin de semana o practicar ortodoncia de manera amateur en la cochera. La pregunta tiene todo que ver con el aspecto profesional, lo que puede complicar a la persona que ha firmado acuerdos de confidencialidad con sus clientes o un empleado del servicio secreto – te podría decir pero después tendré qué... neutralizarte. Después de descubrir ese hecho tan importante, el siguiente juego entra en marcha correlacionado a las economías individuales: ¿Será que esta persona gana más que yo? ¿Debería verme la gente en compañía de este otro ser? El antiguo dicho del “¡Dime con quién andas y te diré quién eres!” entra al campo para unirse al partido. El balance entre el trabajo y el tiempo de descanso ha cambiado, dejando los pasatiempos totalmente de lado, sin importar que cuando llegue el día de despedirnos de nuestra vida en la tierra, nada de lo material nos seguirá. Bueno, por lo menos así dicen – a mí, que me entierren con mi auto y mis joyas.



La verdad es que la sociedad moderna por todo el planeta da mucha importancia a las divisiones sociales – como le gusta al ser humano dividir, ¿verdad? – cosa que nunca veremos todos juntos en la sala de la casa. No existen muchas amistades hechas desde la infancia que rompen estas barreras económicas. Quizás si los ponemos todos juntos dentro de la misma habitación, observaríamos cómo el más cómodo se queda alerta pensando... “¿A qué hora me van a robar estas chusmas?” El más humilde pensará: “Me pregunto si los demás pensaran que soy un gorrón.” Hacemos colectivamente el mejor trabajo para reenforzar estas diferencias, más de lo que pensamos. En muchos países es común ver a una familia con un buena billetera, todos juntos cenando en torno a la mesa del comedor y escuchar a la hora de bendecir la comida que están listos para decir algo como esto: “Dios, por favor dale a los que no tienen que comer.” Creo que nuestro Creador – o la fuerza superior y todopoderosa con la que se identifiquen mejor – tiene ya muchos líos que desenredar pero creo que nosotros podríamos hacer un esfuerzo para ayudar al ser humano.

Cuando estuve en el colegio Roosevelt, me uní en algunas ocasiones – no tanto como  hubiese querido – al trabajo comunitario, una experiencia que trae mucho valor a la vida de los jóvenes. Nunca es demasiado temprano para aprender a dar. Muy rápidamente nos damos cuenta de lo afortunados que somos. Si por algún motivo no tenemos ropa vieja, nos fue mal con el cheque de fin de mes, o cualquier excusa que uno tenga para no contribuir materialmente, siempre podemos brindar apoyo usando nuestras manos. A veces, tan sólo estar presente en la vida de otro puede ser un milagro para él o la que lo necesite en ese momento. Hoy en día hay una plétora de organizaciones en nuestros barrios y más allá, que se dedican a fomentar comunidades dando apoyo de todo tipo. Si por algún motivo uno no puede encontrar algo, seguramente es que no ha buscado lo suficiente. Hasta en ese caso, siempre se puede empezar un proyecto para el bien social. Afuera de mi supermercado, se nota a menudo como los empleados botan los productos que ya no se consideran “frescos” pero realmente se podrían aún aprovechar. En vez de compartir esta comida con organizaciones que podrían beneficiarse para sus obras, camiones llevan este cargamento al basurero más lejano de la ciudad. Supongo que para hacer un buen negocio, es mejor deshacerse de algo echándolo al olvido que darlo al que realmente lo necesita. Cuando caí en cuenta de esto, me pareció alarmante, sobre todo cuando los bancos de comida para los pobres en la ciudad de Toronto están teniendo problemas de abastecimiento.

Al pasar de los años en el camino de la vida, nos volvemos más conservadores. En ese momento, estamos convencidos de la mala idea que es ayudar a los pobres porque se deben de ayudar ellos mismos. Todo lo que hemos logrado hasta la fecha fue con sangre, sudor y furia individual. “¡Nadie me ayudó!, proclama esa gente desde lo más alto del ego. No podemos caer en la tentación de la perspectiva limitada. Muchos comparten la idea piensan que al ayudar al prójimo, éste se sentará a aprovechar todos sus bienes que no le costaron nada para conseguirlos y  se echaraá a dormir en los laureles. Aunque en algunos casos esto puede ser verídico, no nos toca a nosotros decidir por los demás. Puede ser que algunos se conformen con una vida básica o perdieron ese fuego que alimenta la pasión, pero no todos sufren de flojera. Si le damos la oportunidad a alguien de mejorarse, volver a creer en sí mismo, puede ser un renacimiento muy provechoso para todos. No podemos pretender conocer la historia de otros y desconocer las probables desgracias que hayan pasado que no les facilita salir del abismo donde se encuentran. Siento mucho mencionar esto de nuevo, pero el mejor ejemplo es la madre Europa y el Euro. Todos debemos sufrir juntos para sacarlos de su juvenil irresponsabilidad que nos consume. De alguna manera hemos pasado por momentos similares en nuestras vidas, entonces no es difícil ponerse los zapatos, abrir la puerta hacia el mundo real y salir para ver cómo mejoramos nuestra comunidad.

Unos monos futbolistas para alivianar un poco el tema de este domingo

En el mundo industrializado, nos vienen a tocar la puerta para pedir ayuda a los niños de Kenya, donaciones para las víctimas de las inundaciones en Sri Lanka o comprar algún simio feroz de la jungla peruana en peligro de extinción. Muchas de estas agencias usan esos fondos para pagarles a sus empleados para que viajen a tierras lejanas y saquen fotos para el nuevo catálogo. ¿Cuánto realmente le dan a Pablo, ese pobre niño con los ojos llorosos y a su familia? Nunca pensamos en los problemas que tenemos a nuestro alrededor. Existen niños en nuestras comunidades que van al colegio diariamente sin medio frijol en el estómago. Tenemos alguno que otro vecino que perdió su trabajo y ahora se le considera inútil en nuestro mercado laboral por lo tanto hacemos todo lo posible para evitarlo. Hay gente que vive en la calle que pasamos sea caminando o en auto, mientras fingimos que buscamos las llaves de la casa, escuchando al mismo tiempo música con nuestro iPod nuevo. Siempre argumento que debemos hacernos cargo de tener la casa en orden antes de salir a arreglar los problemas de los demás. ¿Cómo podemos ser un ejemplo de una sociedad perfecta cuando mamá y papá se sacan los ojos por cualquier motivo, o se le olvidó a Juan sacar la basura? Todos podemos hacer una gran diferencia uno por uno.

domingo, 17 de junio de 2012

La Ciudad de México – Una Ciudad Mundial


Una discusión que se sigue prolongando por más de varios siglos es la de dos bandos totalmente opuestos, defendiendo lo que sienten es superior: la cantidad o la calidad. Algunos viven con el dicho de entre más somos, mejor, mientras que otros están convencidos que las cosas buenas se dan en pequeñas cantidades– piensen en las porciones de un restaurante gourmet. Cuando se trata de la Ciudad de México, pareciera que ambos mundos caminan con una cierta armonía desfilando orgullosamente desde el Paseo de la Reforma hacia el resto de la ciudad. Realmente estoy anonadado con lo bien que se mueven las cosas en una ciudad colosal en cuanto a su población y superficie comparadola a Toronto que no cuenta ni con una cuarta parte del tamaño. Claro que también existen sectores peligrosos en las profundidades metropolitanas como en cualquier otra ciudad, pero los barrios – o como dicen allá, ‘colonias’ – elegantes intimidan desde la quinceañera de Rosedale hasta la lujosa señora de Fifth Avenue. El paraíso del shopping para los que dispongan de un presupuesto. Yo tuve el inmenso placer de visitar y conocer muchas de estas partes de la ciudad al trabajar para la Embajada del Canadá a lo largo de dos veranos durante mi época de estudiante.

Mis amigos del trabajo en México

Cuando se trata de comer en esta ciudad, es el refugio para el verdadero glotón. Los lugareños mantienen sus tradiciones culinarias y el placer por la cocina, siendo siempre importante la hora de las comidas con amigos y familia como tiempo sagrado para compartir. Todos son bienvenidos a la mesa, hasta el amigo del amigo, de ese otro amigo, quien una vez fue amigo de una persona que nadie conoce. En cuanto a recomendar algún lugar para comer, tal como me indicó un mexicano alto y corpulento en un acento muy típico capitalino: “¡Jamás le preguntes a un flaco dónde se come bien, amigo!” Qué palabras tan sabias provenientes de un estómago veterano. En el tiempo que pase en Polanco, un barrio compartiendo un parecido a una urbanización europea bastante elegante, fui invitado a comer en varios y difirentes restaurantes  para almuerzos y cenas de trabajo. Desde tacos hasta carnes, de sushi a chistorra, parecen tener todo para acomodar cualquier paladar y lo mejor, es que todo se prepara en la cocina del local – al contrario de nuestros países donde todo parece ser un recalentado de alguna bodega gigante como Costco o Sam’s Club. Es obvio el pretexto para la pancita del mexicano. Comer es realmente un placer y una ocasión especial en los círculos sociales. Nadie come solo. Me quedé totalmente asombrado que al volver a Ottawa, de alguna manera estaba menos gordo que cuando me fui. Seguramente los ingredientes en la cocina mexicana están cargados de magia chilanga – bueno, quizás sea algo exagerado, pero la comida si que era extraordinaria.

Esta ciudad también es increíble para los interesados en la historia, sobre todo la precolombina. Hay museos de tremenda categoría y pirámides que aún siguen preservando el recuerdo del ayer, comprobando al turista que los aztecas realmente fueron genios en la ingeniería y construcción. Entre las ruinas más espectaculares son las de Teotihuacán, algo retiradas de la ciudad misma. Claro que deberán enfrentarse a los desafíos diarios del DF cómo su terrible tráfico – que empeora en tiempo de manifestaciones, partidos de fútbol, o cualquier otro motivo de agrupaciones populares las cuales se están volviendo más frecuentes que nunca – significando que se deben planear muy bien las salidas. Recuerdo haber pasado siete horas en un embotellamiento debido a un partido de la Copa Libertadores entre el Cruz Azul y Rosario Central. Jamás olvidaré ese día infame, no porque hayan perdido los argentinos – ví los resultados en Fox Sports Noticias – pero por el tiempo perdido que nunca podré recuperar. Por otro lado, cuando menos logré ver a Jesús Silva-Herzog, un candidato para alcalde, tomando la siesta de su vida al lado de su chofer. ¡Fue tremendo! Podía prácticamente escucharlo roncar al ritmo del motor persistente de su vehículo mientras una mosca se paseaba dentro y fuera de su boca al ritmo de su respiración. El lema de su campaña era “¡Hay que poner oooorden en esta ciudad!”. Si hubiera logrado ser alcalde de la ciudad, hubiera totalmente perdido sus momentos especiales para la siesta para poder establecer ese bendito orden. Bueno, como les digo, hay que planear las salidas de acuerdo al tráfico.

Mis responsabilidades en la embajada fueron de ir a varias universidades mexicanas para brindar apoyo al personal de más antigüedad durante presentaciones y conferencias académicas. Me senté en clases de estudios canadienses dentro de edificios icónicos de la UNAM, una de las primeras universidades en el Mundo Nuevo. ¿Quién hubiera imaginado en aquella época que varios jóvenes intelectuales mexicanos estarían aprendiendo temas relacionados a mi país de origen? Me entendí muy rápidamente con los académicos, el personal y los estudiantes, intercambiando opiniones acerca del TLCAN y el probable futuro de las relaciones bilaterales entre nuestros países. Ellos tenían un gran interés por nuestra legislación transparente y progresista en el Canadá, esperando algún día implementar estas ideas contribuyendo a la democratización de su bienamado país que había estado controlado por un único partido a lo largo de 70 años. Era interesante darme cuenta que para estos sabios estudiantes – eran de mi misma edad pero la mayoría de los canadienses que conocía sabían mucho menos de México que en el caso opuesto – no éramos todos una manga de gringos viviendo en la misma canasta al norte del Río Grande. Ellos consideraban ese primo lejano amante del hockey sobre hielo como un socio viable y un  potencial alidado en la mesa de negociaciones contra nuestro vecino común que nos hacía una vida terriblemente agradable. En realidad, no creo que toma mucho tiempo para que un canadiense y un mexicano encuentren algo en común que no les agrade en cuanto a la política externa de los EE.UU.. Lo siento Tío Sam pero tornas ese trabajo demasiado fácil para el resto del mundo. Esperamos que pronto cambies ese comportamiento poco comunitario.

En el Palacio Nacional con mi amigo Alejandro

Si hay tan sólo un lugar que debo recomendar para visitar, ese lugar que NO deben perderse, es el Zócalo – la plaza de armas en el centro. Desde el corazón de la ciudad, usted se perderá en el esplendor de los edificios coloniales y la preciosa arquitectura y caerán en cuenta de mis comentarios en entradas pasadas donde me refería a la manera en que los españoles crearon sus asentamientos con una mentalidad militar. El Palacio Nacional es seguramente una de las construcciones coloniales más impresionantes y existe una increíble historia detrás de su creación. Aparentemente, los españoles confundieron los diseños de la cárcel de Lima con el Palacio Nacional de México, lo cual uno notará al ver unas curiosas oficinas bastante pequeñas, pareciendo celdas. Al pasear por el palacio, se podrán ver murales pintados por grandes artistas mexicanos, tales como el internacionalmente conocido, Diego Rivera. Justo al lado de este edificio, se encuentra la Catedral de México y algunas ruinas de la Gran Tenotchtitlán, la capital del imperio azteca. Sin lugar a duda, en esta ciudad vive el recuerdo de un pueblo antiguo en armonía con la modernidad.

domingo, 10 de junio de 2012

El Poder Del Uno Más Uno

¿Será algo intrínseco en el código genético del ser humano, el estar obstinado en lo que es mejor para uno mismo? Cuando nos topamos con algún momento difícil, siempre tenemos esa predisposición de culpar a toda persona y circunstancia por ese percance por el que estamos pasando. Muchas veces suele ser complicado ante el gran ego que tenemos aceptar responsabilidad por la tragedia que causamos, la cual se estrelló haciendo reventar nuestro palacio de cristal oculatando la vida perfecta. Nadie puede culparme viendo que soy perfecto, así que seguramente son los demás los que están totalmente equivocados. Se vuelve terriblemente complicado quitarse ese sentimiento – que ni tu ni nadie, nadie, puede cambiarme – y luego volver al ritmo normal después de la tormenta arrazadora. Por qué será tan duro para muchos decir, “Lo siento mucho” para reconstruir. Perdonar es divino, claro que lo es, pero esa última frase viene de un planeta desconocido que solamente un superhumano puede pronunciar coherentemente. Supongo que si esto no fuera el caso, resultarían innecesarios los psicólogos y analistas del mundo entero.

¿Quién tendrá la mejor mano?

Mis domingos normalmente sirven para dar inicio a una nueva semana – o el final dependiendo de la preferencia de usted, mi querido lector – con la misa dominical. Siempre siente uno algo positivo después de alimentar el alma con algo de contemplación, espiritualidad y un tiempo de silencio para reflexionar, huyendo de lo que aconteció durante la frenética semana que compartimos con el resto de la humanidad. Alguna gente se pierde dentro de las malas vibras, contagiando sus alrededores con ese vudú que exhalan por cada poro. La semana pasada, el sermón del sacerdote de mi parroquia pareció compartir el mismo tono que lo que venía rebotando en mi ser. ¿Podría ser que se ha metido a leer mi blog? No descarten esa probabilidad. Dentro de su monólogo, buscaba entusiasmar a su congregación en la busqueda del más allá del “YO” y conciliarnos con esa filosofía del cristianismo de la comunidad y la cooperación. Cuantas veces en serio nos decimos, “¡Ufa! Ahora sí eché todo a perder.” Lo que compartió esa mañana resonó altamente dentro de mi consciencia y fue algo como sigue: “Siempre pensamos que somos tan independientes de los demás pero nunca tomamos en consideración las muchas interdependencias que tenemos.” Esta frase que llevaré conmigo toda la vida, pienso compartir con futuras generaciones tal como la mentalidad de la Cadena de Favores.

Esa hambre por el materialismo y tener más que nuestro prójimo domina desde que aprendemos a caminar y hablar. ¿Recuerdan el chico en el recreo con esa colección bárbara de canicas o la chica que parecía tener todas las Barbies del mundo entero? La meta siempre fue de tener más. La igualdad no deja un buen sabor y por eso ese comunismo nunca logró alcanzar la cúspide. Cuantos de nosotros tenemos ese amigo, vecino, conocido o hasta la misma persona que nos desafía de reojo por el espejo – y sí, ese rufián también nos ha hecho caer en la tentación más de una vez – queriendo siempre  más y más.

Tomemos estos ejemplos en consideración:

a)         Me gustaría tener un mejor auto que [poner en este espacio el nombre del rival]
b)         Mi amigo tiene un televisor más grande que el mío
c)         El marido de mi amiga es mejor que tú, o
d)         Todo lo anterior.

Los estudiantes universitarios en economía aprenden la importancia del libre mercado y lo positivo de un ambiente de competencia. ¡Díganle esto a los de la Eurozona! Hasta en el Canadá donde vivimos presos en un mundo de monopolios, nos enseñan lo mismo desde el primer curso. La campaña de RR.PP. para el “YO” va a toda velocidad, entrenando las mentes jóvenes a creer que todos serán los reyes de Bay Street (el Wall Street canadiense) y ganarán esa enorme fortuna.

La verdad es clara: las interdependencias son todo. Tomemos por ejemplo el Jefe Oficial Ejecutivo de HSBC. ¿Piensan que tendría aún un empleo sin el dispensable representante de servicio al cliente en el centro de llamadas? Y bueno, ¿Miguel Ángel hubiera podido llevar a cabo su obra de arte en la Capilla Sistina sin obreros para construirla? Cuando decidimos lanzarnos al siguiente nivel en una relación romántica, dos personas entran en contrato el uno con el otro frente al altar para formar una vida juntos. El día que me casé, el cura no anunció el inicio de una ronda de negociación llevando a una conclusión repartiendo deberes un 60-40 o 30-70 si no de hacer una vida juntos, en las buenas y en las malas. Pero hasta lo sagrado del matrimonio parece haber caído en cuenta, afectado por la enfermedad de la individualidad. El esposo tiene un ingreso envidiable mientras que la esposa tiene que pagar sus deudas trabajando en una oficina que comparte un futuro en un callejón sin salida. ¿Pero no se habían puesto de acuerdo para formar una vida juntos? Plop, plop y mil veces plop. Puede ser eso lo que explique el tener cada uno cuentas individuales en el banco, entrando en una competencia. Si a uno de ellos le va mal, ¿los televidentes votan para que salga de la isla? Parece que la gente necesita  convencerse de que la cooperación puede llevar a mejores cosas. Cuando uno de ellos está hundiédose por la situación en forma general, no tiene ningún sentido echarle  tierra para que esté peor. La otra persona (o las demás personas) pueden ayudar a esta persona para darle el ánimo para dar una oportunidad a su vida por una segunda vez. La Roma antigua no fue creada en un día por un acto divino del que manda allá arriba (favor mirar en dirección del cielo). Tomó tiempo, esfuerzo y bastante cooperación – no cuenten los esclavos con esta formula porque eso si nulifica algo de mi argumento.

Nadie pudo contestarme cuantos días tomó construir Roma... sólo me dieron un gelato


Lo que quiero decir con todas estas palabras que comparto el día de hoy, es que muchas veces nos olvidamos del por qué estamos aquí y de los que nos ayudaron a llegar donde estamos. No fue cuestión de suerte o circunstancia, pero nuestra mitad más uno. Perdonen a esos que quieren y sobre todo que piden perdón también. Todos somos capaces de grandes obras bajo el espíritu de la cooperación y crear un mundo mejor. Es mil veces mejor admitir ese error cometido que permitir que todo el pueblo pegue fuego para luego decir, “No pasa nada” sólo para rescatar un orgullo inútil. Todos tenemos interdependencias, seamos líderes, seguidores, esposas, maridos, gerentes de proyectos, profetas, hermanos o hermanas, y debemos agradecer el compartir nuestras vidas. Sólo se vive una vez y ninguno tenemos la última palabra de cuándo nos iremos, entonces lo mínimo que podemos hacer es llevarnos bien con todo el mundo. Algunos problemas no se pueden evitar, pero otros sí, y no podemos dejar que destruyan la vida de los demás. ¡Aurrerá, nire jarrailek! 

domingo, 3 de junio de 2012

Quebec, La Bella Provincia


Hace unos cuantos meses después de mi entradade fin de año, uno de mis queridos lectores me mandó un mensaje preguntándome mis opiniones sobre el Quebec – nuestra provincia mayormente francoparlante. Esta persona me mencionó que sería interesante entender mi perspectiva general relacionada con esta región y su lucha para preservar su identidad única, mientras el resto del país – lo que comúnmente llaman el “Canadá inglés” – sigue apoyando las muchas variaciones de la política del multiculturalismo. Es claramente un desafío para mí intentar compartir mis opiniones dentro del formato de cinco párrafos, pero lo haré lo mejor posible para subrayar aunque sea, lo más importante. Siento el haber tardado también para tratar este tema con más seriedad hasta este momento, pero es con gusto que les comparto lo siguiente sobre La Belle Province.

Vista del Marché Bonsecours, Montreal, Quebec

Siento una gran admiración por el Quebec y su grandioso pueblo después de pasar mi historia más reciente como un vecino en el sur de Ottawa, tan sólo a unos 30 kms de la frontera con Gatineau. Durante los últimos 12 años, he tenido varias oportunidades para visitar diferentes ciudades y pueblos para disfrutar de los maravillosos paisajes, descubrir los tesoros de una tierra imponente y conocer la gente que la habita. Los québécois son personas orgullosas y lo digo con una connotación positiva. Su territorio forma parte de ellos, corriendo por sus venas patrióticas, lo cual puede explicar el cuidado que tienen por cada centímetro de sus pueblos como si todos fueran patrimonios de la humanidad de la UNESCO. Esta gente puede ser de los pocos habitantes del continente que está realmente conectada a la pachamama (divinidad de origen inca que se identifica "madre tierra") – la madre tierra que tenemos bajo nuestros piés. Son anfitriones sin igual – en mis experiencias como visitante, jamás me han tratado mal, quizás por ser francófono – y después de pasar tiempo en cualquier lugar de esa preciosa provincia, siempre vuelvo como si hubiese dejado mi propio hogar y mi gente llena de pasión.

Montreal fue una vez el centro de la economía canadiense, y sigue siendo una de las urbes más vibrantes. Visitantes vienen de todos y cada uno de los rincones del planeta a conocer el casco viejo, el parque Mont Royal y hasta el casino. Yo suelo llamar esta ciudad El París de América del Norte" – seguramente no fui yo quien inventó este apodo, pero creo que el adjetivo complementa perfectamente esta ciudad. Al pasear por la Avenida Ste. Catherine, uno se siente como parte de un jurado de un desfile de modas privado al ver la gente vistiendo ropa de diseñadores que están de moda. No necesita uno romper la alcancía para vestirse bien, aunque algunos parecen gastar hasta el último centavo para deslumbrar. Joven o viejo, todos parecen darle una gran importancia a su apariencia física, vistiendo lo mejor posible para dar una imagen insuperable. Si uno tiene algo de hambre, existe un mundo casi infinito de restaurantes gourmet sirviendo platillos desde los más simples hasta los más exóticos para todo tipo de presupuesto y de paladar. Después, tome un taxi barato – comparado a las demás metrópolis en el continente – para llegar al próximo lugar en su itinerario. La vida nocturna nunca termina y sobrepasa la de cualquier otra ciudad en el país  la que seguramente irá dejando buenos amigos atrás. Como lo dijo Samuel de Champlain: “Hay que trabajar duro para que la fiesta sea mejor.”

Si en algún momento se cansa del ajetreo de la vida urbana de Montreal o simplemente prefiere compartir la tranquilidad con la Madre Naturaleza, hay varios lugares esperándolo por doquier en toda la provincia. El alojamiento está diseñado por un buen gusto innovador y sofisticado del Quebequense. Tienen la destreza perfecta para combinar el confort con el presupuesto, algo que el Torontoniano viajando a los lagos de Muskoka desconoce. Esto es lamentable pues también tenemos unos paisajes increíbles en Ontario, pero ningún lugar de donde disfrutarlos. Cuando se trata de pagar por una noche de hotel, nunca debería de asociarse con la cantidad de lo que uno paga – como suele ser la regla en Ontario – si no con la calidad – como lo he podido disfrutar en mis viajes por todo Quebec. Nuevamente, se nota ese orgullo en hacer las cosas y cuidar el patrimonio, como por ejemplo al visitar el pueblo de Mont Tremblant, que parece algo dibujado para una película animada de Disney. Siempre se queda uno con ganas de volver.

Paseando en trineo de perros por Montebello, Quebec

Quebec ha logrado mantener esa distinción que la define como una sociedad distinta y única dentro del Canadá. Tradicionalmente, su gobierno ha adoptado políticas conservadoras en cuanto a la evolución de su cultura nacional, optando protegerse ante el tsunami anglófono que la rodea. El resto del Canadá ha optado por la banda contraria, siendo a veces demasiado liberal, con muchas antiguas y preciadas tradiciones dejadas a un lado – ese lado más allá de lo evidente – para recibir grupos minoritarios llegados de otros países o gente nacida en el mismo país que no sabe ni quiere saber su propia historia. Yo prefiero un ‘termino medio’ en el que los inmigrantes puedan mantener sus costumbres respectivas, pero aprendiendo y practicando también las del país en el que viven. Debemos respetar las tradiciones de nuestros antepasados, celebrar la diversidad cultural en la que vivimos junto con nuestras raíces para crear un futuro prometedor para las generaciones del mañana.